Del proletariado militante al proletariado claudicante

García, Nicolás

Editorial: Queimada

ISBN: 978.8485735914

Publicación: 2016

Nº de páginas: 135

Precio: 10,00 €.

En nuestro afán por recuperar Nuestra Memoria, la libertaria, publicamos este libro en el que el autor nos brinda unas reflexiones, después de una militancia proletaria intensa, sobre los años de represión de finales de los sesenta y durante la década de los setenta. Una juventud llena de ilusiones y desengaños que de forma breve nos narra Nico (el autor).

Una reunión clandestina

 

Los sábados terminaba la jornada al mediodía y, nada más sonar la campana, salían los peones como balas a sacar los tickets a las duchas de Alvarado; como no tenían duchas en las casitas y los servicios eran comunitarios, tenían que ir a ducharse a las duchas públicas. Se formaban grandes colas en la entrada y algunas veces había que esperar varias horas, pero merecía la pena. Por dos pesetas, te quedabas nuevo.

—Sábado, sabadete, camisa limpia y un polvete —gritaban o se despedían en alta voz, al salir corriendo de la obra.

En la entrada de las duchas, durante la espera del turno, se iniciaban pequeñas tertulias, se hablaba de fútbol, toros, salas de fiestas, como la del baile de las viudas, de las putas del Cerro de la Plata, de las partidas de caliche en el Cerro de los Locos, de cualquier cosa, pero nunca oías hablar de política. Había muchos conocidos de otros días, pero a su vez desconocidos de siempre y, además, era peligroso hablar de política en público.

Fue a la salida de las duchas de Alvarado, cerca de Cuatro Caminos, donde el Rubio y el Pistolas estaban esperando al Correcaminos y le propusieron que fuera con ellos si quería asistir a una reunión en el Pozo, en el Pozo del Tío Raimundo.

Comieron en la Llama, uno de los restaurantes más baratos y limpios de Cuatro Caminos, cogieron el metro de Alvarado hasta el puente de Vallecas y después un autobús hasta el Pozo. En la última

parada del autobús les estaban esperando y, después de dar un pequeño rodeo como medida de seguridad, por si les seguía algún camuflado de la brigada político social, llegaron a un edificio que

resultó ser una iglesia.

Entraron en un salón donde había unas cincuenta personas esperando, unos en silencio y otros haciendo comentarios en pequeños grupos. Eran los últimos en llegar, hombres curtidos por el viento y por el sol, humo por todas partes, cigarros encendidos sin parar. Tres de los presentes se acercaron a la mesa que presidía el amplio salón. Se hizo el silencio.

—Ya estamos todos, compañeros, cuando queráis podemos empezar. 

La palabra compañero sonaba campanuda y engolada, y si alguien se dirigía a otro compañero y le llamaba camarada, es que los dos eran del Partido Comunista y se conocían de otros rollos. Por primera vez estaba inmerso en el orden del día de una reunión de las Comisiones Obreras de la Construcción. Los compañeros que presidían la mesa explicaron a los nuevos lo que eran las Comisiones Obreras, que su fin primordial era acabar con la explotación del hombre por el hombre, que luchaba por la defensa de los trabajadores, que luchaba por la igualdad entre todas las personas, por una vida digna para los trabajadores, que quería que en España hubiera sindicatos libres, derecho de huelga, de reunión y asociación para que la patronal no siguiera explotando a los obreros, y que para ello era necesario organizarse, crear Comisiones Obreras en todas las obras, fábricas, etcétera, y muchas cosas más que en aquel momento no entendía muy bien; al terminar la reunión, el Rubio se apartó un momento para hablar con los que presidían la mesa.

Luego se marcharon a la parada del autobús. Al poco tiempo vino uno de los que había estado en la reunión y le entregó al Rubio un pequeño paquete. Al día siguiente se enteró que eran panfletos que fueron regados por la obra. En mano solo se daban a las personas de mucha confianza, con la esperanza de que un día se hicieran de la organización.