No sabréis nunca es una novela de no-ficción. Por sus páginas pasean nombres propios como György Lukács, T. W. Adorno, el anarquista Antonio Téllez o los cineastas Alberto Morais, Carla Subirana y Claude Lanzmann. También tienen su hueco personajes casi anónimos, como el último brigadista húngaro, y cientos de invisibles, como los comuneros de París, el pueblo palestino o los republicanos españoles gaseados en el castillo de Hartheim.

Madrid, Barcelona, Jerusalén o Auschwitz aparecen como escenarios; también los barrios, plazas y calles que formaron parte de las vidas de aquellos cuya historia fue marginada, quienes dieron cobijo a la memoria colectiva de los vencidos: los que lucharon y perdieron, sí, pero también legaron el testigo de la resistencia contra el poder. Una herencia que nos incumbe a todos.

No sabréis nunca también es una historia íntima, una novela sobre la familia, sus recuerdos y fantasmas, esas historias —nunca dormidas— que reflejan lo que somos y nos siguen interrogando a cada paso.

Pero si el futuro es la nada, la memoria lo es todo. Lo que nos queda cuando llegamos al punto en el que estamos y nos miramos en el espejo. Nuestro cuerpo y su reflejo invertido. Lo que hagamos con ello es cosa nuestra, de nadie más. Solo apelando a la memoria podemos ser capaces de incidir en el presente, de transformarlo. Si queremos transformarlo, claro.

La memoria es la revuelta del presente.