'Amín era vendedor de periódicos. Tenía la cara alegre y la voz grave. Vendía más que nadie. Con sus periódicos silenciosos y fríos nos entregaba palabras... Palabras de esperanza. Lo habían cogido... Llegaba a nuestros oídos su lamento, su quejido. Pasó tres días en un calabozo a menos de cinco metros de nosotros y luego murió. Amín no conocía más arma que la palabra, leía su efecto en las caras de los hombres, en la impaciencia de las manos extendiéndose para coger el periódico. Y por las palabras lo mataron...'