Irene S. Choya
«Este libro surge de la necesidad y de la experiencia».
Así comienza la introducción de Desobedientes. Experiencias y reflexiones sobre poliamor, relaciones abiertas y sexo casual entre lesbianas latinoamericanas. Y me resulta fácil sentirme identificada. Por la experiencia, dolorosa y gozosa, de vivir relaciones amorosas que se salen de la norma; y por la necesidad de compartir esa experiencia con otras personas, de dialogar sobre ella para aprender juntas. Por eso este libro me sacude, me remueve. Porque nace de conversaciones íntimas, porque muestra a mujeres de carne y hueso en constante cuestionamiento y cambio, porque no ofrece respuestas pero sí sugiere algunas preguntas… ¿Quién no ha vivido ratos de confidencias y dudas compartidas con buenas amigas dándole vueltas y más vueltas a eso que llamamos amor?
Por supuesto, os recomiendo su lectura. A poder ser colectiva. Para, así, seguir charlando… Pero, mientras tanto, me gustaría compartir algunas de las preguntas que me ha recordado y/o sugerido este libro.
Empecemos por las palabras. Por la necesidad de inventarnos palabras. ¿Cómo llamamos a las relaciones amorosas que no se identifican con la pareja –o el parejismo, que diría un buen amigo? ¿Poliamor, relaciones abiertas, amor libre, sexo casual, relaciones fuera de la norma, promiscuidad…? No hay palabras que recojan la experiencia múltiple y diversa del encuentro, el deseo, la sexualidad, el erotismo, el amor. Y necesitamos nuevas palabras para nombrar lo que ya vivimos. Nuevas palabras que rompan con la norma rígida que dice que el único amor verdadero es el que se vive entre dos personas –a poder ser, de distinto sexo; no nos engañemos–, monógamas, que forman una familia, que no desean a nadie más porque se completan la una a la otra y que dura para siempre. Ésa es la norma, ya sabemos que la realidad es otra cosa. Pero es la norma la que tiene nombre, qué curioso. Y es que el mito de la pareja es el que pesa en nuestro imaginario, el que aparece en las películas y en nuestros sueños. A él se le dedican poemas y canciones y tantos y tantos suspiros… Y, sin embargo, a pesar de toda esa idealización, existen tantas experiencias –invisibles o, muchas veces, ocultadas– que rompen con el mito. ¿Será que nos gusta conservar la norma para poder saltárnosla? Si no nos hiciera tanto daño, no estaría mal la idea…
Sigamos con los deseos. ¿Cuáles son nuestros deseos? ¿Nos atrevemos a respondernos, de verdad, a esa pregunta? En Desobedientes se plantea que las mujeres lesbianas, si han sido capaces de reconocerse como tales y de vivir con placer su sexualidad, están más abiertas a escuchar sus deseos. Esperemos que el resto –heterosexuales, bisexuales y sin nombre; mujeres, pero también hombres y otros estados intermedios– tengamos la capacidad de escuchar nuestros deseos. Claro que eso implica también interrogarnos por su origen, por su construcción. ¿Qué es lo que deseo y por qué?, ¿cómo se ha construido ese deseo? Fantasías, miedos, carencias, placeres, prohibiciones, inseguridades, rutinas –entre otras muchas cosas– se entremezclan hasta turbarnos. Y, además, nuestros deseos van variando con el tiempo. No se están quietos. Y aunque sepamos que la iglesia, la familia, el Estado, el capitalismo, la tv, alguna que otra novela, y ahora las redes sociales, construyen nuestros deseos que, por lo tanto, no son nuestros; soñamos con encontrar algunas fisuras donde desear libres, o al menos un poquito más libres. Pero tal vez la pregunta que más me importa en este sentido es otra: ¿hacia dónde nos llevan nuestros deseos?
Detengámonos un momento en los cuerpos. ¿Qué expresamos, qué sentimos, qué experimentamos, qué silenciamos, qué nos negamos, qué transmitimos? Los cuerpos. A veces tan presentes y otras tan ausentes. Nos olvidamos de que el cuerpo no es algo que se tiene, sino algo que se es; aunque ese cuerpo se escape de las fronteras de nuestra piel. Es extraño. No somos capaces de adueñarnos de nuestro cuerpo, de vivirnos y conocernos de forma encarnada, y pretendemos adueñarnos de los cuerpos de quienes amamos. ¿A qué tenemos miedo? ¿Por qué necesitamos límites? ¿Y cuáles son? ¡Que alguien los diga alto y claro y para siempre! ¿O mejor no?
Hablemos también de números. Siempre importan. En el amor el número por excelencia es el dos, aunque muchas veces aparece el tres, pero suele durar poco y se vuelve pronto al dos. Pensar en otras combinaciones numéricas parece de locas y, sin embargo, una siempre está amando a diferentes personas al mismo tiempo, aunque con diferentes intensidades y propósitos. Y cada vínculo tiene su especificidad, es único e irremplazable. Pero vuelven los números para empeñarnos en cuantificarlos, en medirlos. Y es que unos vínculos han de valer más que otros. ¿Por qué? Es verdad que sabemos que nuestro tiempo es finito y tenemos que elegir a qué, a quién lo dedicamos. Pero también sabemos que los relojes no sirven para medir la intensidad de una mirada, la complicidad de una risa, el peso de un silencio. ¿Por qué cuantificar, por qué medir? ¿Cómo medimos el cuidado, el mimo, el respeto, la magia de encontrarnos?
Y, cómo no, resulta inevitable interrogarnos por el poder. ¿Cómo amamos? Es decir, ¿qué tipo de relaciones establecemos?, ¿son realmente igualitarias y libres?, ¿respetamos la autonomía y la libertad de las personas a las que amamos o las queremos para nosotras? ¿Nuestras relaciones amorosas nos hacen crecer y volar?, ¿o nos atan y nos hacen pequeñitas? ¿Queremos sinceramente a las otras –con sus proyectos, sus dudas, sus deseos– o nos queremos a nosotras mismas –nuestra seguridad, nuestro gozo, nuestro descanso? Y es que, cuidado, cuando el amor nos habla de fusión total entre dos personas, se olvida de decir que, en general, una se anula en beneficio de la otra. ¿Dónde nos colocamos?
Palabras por inventar, normas para saltárnoslas, deseos construidos que nos llevan hacia algún lugar, vivirnos de forma encarnada y sin medidas, posiciones donde colocarnos… ¿Dónde queda el amor? Las desobedientes del amor hablan de poliamor. Están convencidas de que el amor es el motor del mundo. Pero no el amor entendido únicamente como el sentimiento hacia la pareja. Poliamor como diversidad de amores.
¿Cuáles son mis amores y cómo los cultivo? ¿Y cuáles son los tuyos y cómo los cultivas?