GÓMEZ BARROSO, EMILIO
Editorial: Corazones blindados / Fulminantes
ISBN: GR1256-2016
Publicación: 2016
Nº de páginas: 99
Precio: 6,00 €.
¿A dónde van los perros cuando se sueltan? Pero lo que, según se dice, más amamos de los perros es su fidelidad. La imagen idónea es la de un perro a los pies de su amo. Lástima que sea como el estribillo de una canción azul/fascista: Yo tenía un camarada / entre todos el mejor. En cambio los gatos… Los gatos le gustaban hasta al maldito Baudelaire. Y nunca, que se sepa, ha habido un gato policía, ¡Ay! pobre doña María…
Sin duda me está hablando de los perros capitalinos, esos que cagan en bolsitas de plástico y los lavan con jabón de muchas pompas. Los perros de los que yo hablo –esto es, los perros de los que habla Emilio Gómez Barroso para ser exactos-, los perros de las afueras, los perros de los arrabales, de Madrid o de New York, de Calahonda o de Sant Cugat del Vallés, andan sueltos, callejeando de la mañana a la noche, como las crías escalabradas de la, ¡Ay!, pobre doña María.
¿Cómo recuerdan los perros? El qué no importa. También los perros guardan secretos, sólo que no escriben de ellos para no darle pistas a los fantasmas, a los siniestros, a los espectros. Porque si por algo sobreviven estos seres tan dudosamente espirituales pese a la mucha afición que provocan entre los vivos, es porque se arrogan el don de ajustar cuentas pendientes, el no perdonar las ofensas, el retrasar cuanto más el olvido, que no es otra cosa que el dejar de pensar en la muerte desde el primer día del resto de tu vida. Oblivio coronat memoriae opus. ¡Ay!, pobre doña María, muerta sin saber latines.
Y yo, que no Emilio Gómez Barroso, sin imaginar siquiera cómo recuerdan los perros. ¿A quién le importa? Pues le importa a Emilio G…, quien parece haber descubierto que los perros y los recuerdos son la misma cosa. Y así, una vez se ha puesto a escribir, bendita sea, se ha puesto, mejor, a soltar los perros o a airear los recuerdos. Sin cuidarse de que muerden. Quizá queriendo que nos muerdan. Procurando que cada página de su libro sea como apretar los dientes sobre la carne blanda del lector adormecido. Haciendo sangre con sus palabras-dientes. Hiriendo sin matar, pues todo ocurre de memoria, como cada noche le contaba al padre de sus crías, ¡Ay!, doña María.
Llegados aquí, llenas las calles de perros sueltos, no sé qué actitud conviene. Si armarse para la defensa. Si salir corriendo. Si dejarse morder hasta los tuétanos. Desde luego, leer estos Perros sueltos de Corazones blindados es un riesgo del que va a resultar difícil salir bien librado, la buena literatura tiene unas cosas…. Pero no leerlos, sería un crimen del que ni en mil años se olvidaría, ¡Ay!, la pobre doña María.