Creyeron que el fosfato era el «maná», una bendición para su economía y su pueblo. Creyeron que el fosfato era la respuesta a todos sus anhelos, a los deseos de progreso y prosperidad. Se equivocaron. No podía ser. El espejismo del capitalismo, con su corte de ingresos rápidos, desorden vital y consumo, deslumbró a los gobernantes, arrastrando a la población a una realidad excesiva, preñada de falso lujo y especulación. Nauru, uno de los estados más pequeños de la tierra, la idílica república independiente rodeada de mar turquesa es, en la actualidad, un desierto, un erial que utiliza Australia, previo pago de un modesto alquiler, para deportar a aquellos que considera indeseables. Explotaron el fosfato sin control, pensado que era eterno, importaron, gastaron, y ahora, Nauru, la isla idílica, es un paraíso fiscal dominado por dudosas agencias de calificación de riesgos y bancos off-shore. El caso de Nauru es un ejemplo paradigmático de cómo el mal uso de una riqueza natural, la explotación sin control de los fosfatos, puede arruinar una economía emergente. Creyeron que el fosfato era el maná y despertaron de sus sueños de grandeza convertidos en esclavos de sus deudas, arruinados, a merced de los intereses bancarios. Nauru no es un caso aislado. En la periferia del sistema, bajo la púrpura y los neones, ocurren estas cosas. Historias de devastación económica y ecológica que acaban siendo una breve nota a pie de página en un informe del Banco Mundial o del FMI, por ejemplo. Explotaciones masivas de fosfatos. De ahí a la destrucción total de la isla media el paso de la explotación. Es un reportaje espeluznante sobre cómo las empresas arruinan un país. Este breve libro sirve de ejemplo de cómo la explotación indiscriminada de los recursos puede destruir la economía y la sociedad de un estado.