Cuentos completos

Woolf, Virginia

Editorial: Godot

ISBN: 97898714893361

Publicación: 2012

Nº de páginas: 200

Precio: 22,00 €.

Así comenzó todo. Éramos un grupo de seis o siete reunidas después del té. Algunas miraban hacia la sombrerera de enfrente, donde las plumas rojas y las pantuflas doradas seguían iluminadas en la vidriera; otras dejaban pasar el tiempo construyendo pequeñas torres de azúcar en el borde de la bandeja del té. Pasado un momento, según lo recuerdo, nos ubicamos alrededor del fuego y comenzamos, como de costumbre, a elogiar a los hombres. Qué fuertes, qué nobles, qué inteligentes, qué valientes, qué bellos eran; y cómo envidiábamos a aquellas que, por las buenas o por las malas, lograban unirse a uno de por vida. Hasta que Poll, que había permanecido en silencio hasta el momento, rompió a llorar. Poll, debo admitirlo, siempre ha sido algo extraña. Para empezar, su padre era un hombre extraño. Le dejó una fortuna en su testamento, pero con la condición de que leyera todos los libros de la biblioteca de Londres. Intentábamos consolarla lo mejor que podíamos, pero en el fondo sabíamos que era inútil. Pues, aunque la queremos, sabemos que Poll no posee demasiados encantos; lleva los cordones desatados, y seguramente pensaba, mientras nosotras elogiábamos a los hombres, que ninguno querría nunca casarse con ella. Finalmente dejó de llorar. Por un momento no le dimos demasiada importancia a lo que decía; ya bastante extraño nos resultaba de por sí. Nos dijo que, como ya sabíamos, pasaba la mayor parte del día leyendo en la biblioteca. Había comenzado con literatura inglesa en el piso de arriba, dijo, y planeaba seguir el recorrido hasta el Times, en la planta baja. Y ahora, a mitad de camino, o quizás a tan sólo un cuarto de finalizar, algo terrible había sucedido. Ya no podía leer. Los libros no eran lo que nosotras creíamos.
-¡La mayoría de los libros son increíblemente malos! -dijo poniéndose de pie, con tanto desconsuelo en la voz que nunca lo olvidaré.
Desde luego dijimos que Shakespeare había escrito libros, y Milton, y Shelley.
-Oh, sí -nos interrumpió-. Todas ustedes han sido muy bien educadas, lo entiendo. Pero no son socias de la biblioteca de Londres.