Grupo de lectura: Los últimos


El grupo de lectura se reúne el 27 de abril a las 19h para comentar: Los últimos, de Paco Cerdá.

Los últimos. Voces de la Laponia española.
CERDÁ, PACO
Editorial: Pepitas de Calabaza
Publicación: 2017
Nº de páginas: 176

«Hay libros que a uno le gustaría haber escrito y este es uno de ellos. Los últimos es un viaje al corazón de las tinieblas, solo que a las tinieblas del corazón de España».— Julio Llamazares

«Vine a Motos porque me dijeron que acá vivía un solo habitante, un tal Matías López. Vine a buscar la zona cero de la despoblación, el punto justo donde el tumor de la soledad se transmuta en metástasis extrema de la desolación. Vine un domingo a mediodía buscando a un pastor soltero llamado Matías. Pero no hallé más que silencio y soledad. No encontré otra cosa que un no-lugar en un no-tiempo, una encrucijada geográfica y mental alejada de toda coordenada conocida». Así comienza este viaje de 2.500 kilómetros por la España despoblada, la llamada Laponia del sur o Serranía Celtibérica: un territorio montañoso y frío con 1.355 pueblos que se extiende por las provincias de Guadalajara, Teruel, La Rioja, Burgos, Valencia, Cuenca, Zaragoza, Soria, Segovia y Castelló. En su interior viven menos de ocho habitantes por kilómetro cuadrado. No hay un lugar tan extremo y vacío en toda Europa. Este periplo invernal por una Nada demográfica da voz a los últimos pobladores de un mundo en extinción. Paco Cerdà ha escrito la crónica de los otros, los que se quedaron descolgados de un país urbanizado a gran velocidad que ha olvidado su origen rural.

[…] El silencio nos recibe. La desolación nos rodea. La belleza de la despoblación se despliega con toda su fuerza. Parece una contradicción, una paradoja. Pero es una innegable sensación de placer estético y sentimental que, a un tiempo, inocula el sentido de culpa en quien la experimenta. Nadie debería gozar de la catástrofe etnológica, de la muerte de un pueblo y de su reducción a evocadoras ruinas. No debería uno permitirse el lujo inhumano de sentir regocijo visual de un silencio que es enmudecimiento forzoso, de una paz que es el resultado de una guerra perdida, de una melancolía ajena que no fue más que bilis negra sin ápice de encanto ni atractivo sensorial en quien la padeció en sus entrañas. Nunca la fascinación romántica por el tempus fugit de un pueblo, jamás la decadencia con rastro de muerte civilizatoria debería —por muchas teorías sobre lo bello y lo sublime— conmover nuestro espíritu con fruición y deleite. Uno no debería. Y sin embargo resulta imposible detraerse a la contemplación de esta cruda belleza. […]