Presentación del libro Una tradición rebelde


El martes 5 de noviembre a las 20h Presentación del libro Una tradición rebelde (La Vorágine, 2019). Con Fruela Fernández (autor).

‘Una tradición rebelde’ es un texto radical y peligroso para quien habite en las certidumbres de la modernidad o en la idea del progreso. Se trata de un cuestionamiento desde la raíz a la cultura universalista, al capitalismo que extirpa alma y sentido, al sujeto que niega la comunidad para dejarse colonizar por las ‘industrias’ culturales sin oponer resistencia.

El traductor y poeta asturiano Fruela Fernández se adentra en las políticas de la cultura comunitaria en un texto que tiene sonido, porque la oralidad lo habita, porque la música, la copla, el relato cercano y el cuento enraizado lo hace posible. Este texto hace que lo insurgente sea lo emergente: lo que emerge de nuestra propia historia y que niega la línea recta del progreso que tanto se asemeja a un laberinto en el que desprendernos de lo que-quizá-somos-sin-saberlo.

Aquí una muestra…

Casi parecía que no fuésemos asturianos. O que lo fuésemos por reducción, como si Asturias se solapase con nuestros límites. Nuestro territorio —desde lo alto de Llaviana hasta los túneles de Villa— era ‘La Cuenca’, un nombre en el que cabían dos omisiones: la adjetiva —porque esa cuenca, para adquirir significado histórico, debía llevar el añadido de ‘minera’— y la numeral, porque había dos: la del Nalón, nuestra, y la del Caudal. En aquella Asturias, donde las distancias se medían más en tiempo que en quilómetros, las capitales nos quedaban a desmano y la costa era casi una excursión (Y al escribir esto vuelve, con una nitidez prodigiosa, la mañana casi interminable en que acompañé a mi abuela desde El Llungueru a Gijón en nuestro Seat Fura, modelo 1985: un gato había meado sobre el radiador del coche y cuanto más aceleraba el motor más se olía, así que mi abuela se pasó horas tanteando el equilibrio justo entre velocidad y peste).

Era una tierra limitada, pero aún podía compensar el aislamiento con sus propias formas. Las películas llegaban dos meses después de su anuncio en el periódico regional; cuando se crearon las primeras cadenas privadas de televisión, la señal variaba tanto dentro del propio valle que, durante un año, ningún pueblo vio los mismos canales que el vecino. Pero en el Bar Oriental, debajo de mi casa, los habituales se retaban a cantar tonada mientras bebían y quizá alguno de ellos, en las mejores noches, creía que su voz sería recordada, como antes lo fueron la de Xuacu el de Sama o el Tordín de Frieres.

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