Un futuro sin porvenir. Por qué no hay que salvar la investigación científica. Oblomoff (2014). El Salmón. 221 páginas. 11 euros.
La Ciencia sigue manteniendo un lugar privilegiado en el imaginario de los países occidentales. El derrumbe de distintos símbolos religiosos y laicos como Dios, la Revolución, e incluso el Progreso, no ha alcanzado a la fe en la práctica científica. Ese es el motivo por el que, en los últimos años, las quejas y las demandas de científicos e investigadores españoles hayan gozado de tan buena acogida entre amplios sectores de la izquierda y de la opinión pública. Sin embargo, jamás se habla del porqué de la necesidad de la investigación científica, de sus fines y sus medios, o del tipo de mundo que contribuyen a forjar y perpetuar.
La ciencia, en nuestro tiempo, no se entiende si no es como ciencia aplicada al sistema productivo. En su condición subalterna, sometida a la lógica de la ganancia, no puede más que celebrar y alentar los progresos del Estado y de la Técnica, y colaborar, así, con el desarrollo de un modo de vida cuya base es la sumisión. Al haber aceptado alegremente esta función (en la creencia de estar ejerciendo un magisterio científico siempre neutral y apartado de la lógica de la sociedad), los científicos se han condenado a una compartimentación cada vez más minuciosa de su trabajo, a la sujeción a la financiación pública y privada con el único fin de extraer benificios económicos o ventajas estratégicas militares, y, en definitiva, a ignorar conscientemente para qué y para quién están haciendo ciencia. Han aceptado el chantaje, guardando silencio sobre la degradación constante de la propia actividad científica, y siendo cómplices en muchos casos del encubrimiento de la nocividad de la producción industrial, haciéndola pasar por daños colaterales inevitables y, a fin de cuentas, asumibles.
En las páginas de este libro el Grupo Oblomoff desarrolla una crítica dirigida contra mitos modernos como el Progreso y la Técnica, cuestiona las nociones de investigación pública y «ciencia pura», y sugiere que la ciencia moderna ?en realidad «tecnociencia»? ha sometido el deseo de comprensión del mundo a una voluntad imperialista y hegemónica que reduce toda la realidad a simples mecanismos y números.