Las reflexiones sobre la bicicleta de Corsino Vela son muy pertinentes para ahondar en esa obsesión contemporánea por el movimiento constante y cada vez más acelerado.
Por Bernardo Álvarez en Nortes.
A finales de septiembre, una aerolínea australiana vendió en menos de diez minutos todas las plazas para un “vuelo a ninguna parte”. El “viaje”, de siete horas de duración, sobrevolará algunos de los “principales atractivos turísticos” de Australia. También en Singapur se ofrecen “cruceros a ninguna parte” que “reinventan la experiencia para recuperar la confianza de los viajeros”. Pocos días después encontré en “Ciclismo y capitalismo. De la bicicleta literaria al negocio del espectáculo”, firmado con el seudónimo Corsino Vela y editado por Cambalache Libros, una definición cruda y elocuente del turismo moderno: “consumo de movilidad”.
Hasta hace nada, movilidad bajo el pretexto de visitar “atractivos turísticos”. Ahora que esos atractivos no lo son tanto-ya que turístico es igual a masa, que a su vez es igual a virus-el negocio debe replantearse. Queda la movilidad pura en el vacío, el movimiento que se agota en sí mismo. Que nos lleven y nos traigan de la nada a la nada, pero que nos sigan llevando y trayendo. Y en avión o en crucero a ser posible.
El libro de Vela, es evidente, no va de aviones ni de cruceros. Pero sus reflexiones sobre la bicicleta y su delirio deportivo son muy pertinentes para ahondar en esa obsesión contemporánea por el movimiento constante, voraz y cada vez más acelerado. La bicicleta es solo una excusa para examinar la fibra de la que está hecha nuestra época: explotación, precariedad, desmesura, velocidad y, ante todo, espectáculo y mercancía. Las transformaciones en la naturaleza y en el uso de la bicicleta son las de una cultura desquiciada por el lema olímpico: citius, altius, fortius.
Vela tritura el aire épico y romántico del ciclismo. O, más bien, le cambia el enfoque. El ciclista profesional no es ese héroe tenaz, infatigable y finalmente victorioso que nos muestra el relato mediático. Muy al contrario, para el autor esa figura encarna “de forma ejemplar y sistemática el carácter nihilista de la sociedad”. El ciclista deportivo aparece en estas páginas como un héroe trágico condenado a deslomarse en esfuerzos absurdos e inhumanos, a cumplir la férrea disciplina de los equipos, a sufrir los efectos secundarios del dopaje, al anonimato en medio del pelotón y al olvido temprano. Juguetes rotos de la sociedad del espectáculo, como una vieja estrella del pop o un presentador de realities en el paro.
La bicicleta es también un campo de batalla-¿la famosa guerra cultural?-en el que se representa la urgente disyuntiva que afrontamos como civilización. Por un lado, dice Vela, en una sociedad tecnologizada “el esfuerzo de pedalear se convierte en una forma residual de humanidad”, un acto de resistencia contra esa inercia del “consumo de movilidad”. En el otro extremo, en las grandes competiciones deportivas, está la tentación transhumanista de vencer los límites del cuerpo para producir cíborgs mecánicos y farmacológicos. El ciclista, al fin y al cabo, es un proletario sin más opción que aceptar las condiciones de rendimiento de la empresa. Ya sea corriendo el Tour de Francia o repartiendo Big Macs por Oviedo.