Investigadoras sobre islamofobia: «La política antiterrorista muestra la continuidad histórica del racismo institucional»
Ainhoa Nadia Douhaibi y Salma Amazian publican un ensayo con el que abren debate sobre el racismo que, sostienen, subyace en la política antiterrorista.
Youssef Ouled – eldiario.es
¿A quién beneficia el relato de la lucha contra el terrorismo? Esta es una de las preguntas a las que pretende responder el libro La radicalización del racismo. Islamofobia de Estado y prevención antiterrorista, escrito por Ainhoa Nadia Douhaibi (Oñati, 1983) y Salma Amazian (Ait Fawin, 1988). Las autoras buscan desvelar a través de un análisis histórico, social, político, judicial y penal, cómo el racismo hacia las personas y comunidades de tradición musulmana «hunde sus raíces en una islamofobia estructural perpetuada desde los aparatos del Estado».
Editado por Cambalache, se trata de una publicación en el que las investigadoras pretenden centrar el debate sobre la islamofobia, «al margen de estereotipos, exotizaciones y la criminalización» con la que las instituciones describen a la población musulmana, indican las autoras.
Este objetivo solo es posible, sostienen, mediante la transformación de los términos habituales en los que se viene hablando de islam, musulmanes y terrorismo en medios de comunicación, universidades y prácticas institucionales. Su finalidad es abrir un debate sobre el racismo que subyace en la política antiterrorista.
¿Qué sentido tiene hablar hoy del moro-musulmán?
El libro nace como un análisis del aparato del Estado en materia de prevención de la radicalización que llaman «yihadista». Cuando te empapas de la documentación institucional en la materia o acudes a formaciones que se realizan en este sentido, organizadas por instituciones u organizaciones que trabajan para ellas, resulta que el objeto-sujeto del que se habla es un cuerpo moro-musulmán «radicalizado». Nos parecía importante hablar del moro porque esta política se piensa y construye contra él. El target no lo hemos decidido nosotras, sino las políticas de Estado. Eso no quiere decir que no haya otros cuerpos, no negamos la expansividad de esta política, por eso hacemos un análisis histórico.
Es importante señalar que ese sujeto-objeto es construido y cambia dependiendo del estado-nación en un contexto europeo. En el contexto español, la construcción de un Otro musulmán se materializa mediante la asociación del mismo con la peligrosidad. La idea del moro, entendida como categoría colonial que lo deshumaniza y asocia con lo árabe. Aunque nosotras queremos salir de los paradigmas culturales ya que no entraría solo el árabe, también la gente pakistaní o amazigh, entre otros. Lo que en el mundo anglosajón se conoce como «brown-people» [personas racializadas].
Esto no quiere decir que las políticas que desgranamos no se desarrollen contra otros musulmanes, especialmente racializados y provenientes de las migraciones postcoloniales. Hoy en día observaremos que en el Estado español, los barrios sitiados policialmente son los que habita ese sujeto-objeto y la justificación es precisamente la reproducción del relato en torno a la «vigilancia por seguridad». Por ejemplo, en Granada, el barrio donde está la policía es el Almanjáyar, con una mayoría de población principalmente conformada por moros, negros y gitanos.
¿Dentro de todo musulmán hay un potencial terrorista?
Arun Kundnani dice en el libro The Muslims Are Coming! que la «radicalización» es la lente a través de la cual hoy se observa a la población musulmana a nivel internacional. Esa idea de que hay un potencial terrorista dentro de cada musulmán tiene que ver con cómo se desarrolla la criba sobre «quiénes tienen el riesgo dentro».
Las teorías en materia de radicalización señalan una determinada forma de entender, ver, vivir, practicar o proponer el Islam. Si en el centro de las teorías de la radicalización está la idea de que una determinada forma de creencia es la que conlleva una predisposición psicocultural al desarrollo de la radicalización, lo que se viene a decir es, se vigilará a toda la población musulmana y ya se hará la criba entre aquellos que determinemos como «radicales». Eso sucede porque el núcleo de vigilancia es el islam y lo que tiene que ver con él, esto automáticamente coloca bajo sospecha a toda la comunidad musulmana.
Al final, estas políticas tienen un carácter expansivo. Esto lo vemos entorno a lo que desde los aparatos del Estado llaman un islam «moderado», que no sería más que aquel que perciben los mismos como menos manifiesto a nivel social y político, lo que nos lleva a pensar a los propios musulmanes que para nosotros y nosotras hay una salvación a la que agarrarnos para no entrar en el ojo de las políticas preventivas.
No obstante, esto no es así, cualquiera puede entrar, tanto si es «visiblemente musulmán» según el estereotipo, como si lleva una forma de vida moderno-occidental. Además, en un ámbito teológico, te das cuenta que los aparatos del Estado marcan un discurso basado en el más absoluto desconocimiento. Emplean términos que solo cobran significado debido al machaque mediático, sin embargo, cuando se les pregunta, no saben responder o dan respuestas que no se sostienen. Lo más peligroso de todo esto, es que estas políticas acaban siendo, como dice Salman Sayyid, «instrumentos disciplinadores».
¿Hay continuidad histórica entre las medidas de prevención y persecución contra personas no blancas y los programas antiterroristas de hoy?
Era necesario describir cómo históricamente se ha venido definiendo a este Otro como peligroso, señalar como se ha desarrollado la construcción misma del Nosotros y Ellos. La primera parte del libro busca enmarcar la política antiterrorista dentro de un continuo de racismo de Estado hacia el moro o hacia el Otro racializado en la historia misma de la creación del Estado español. Esto tiene la finalidad de romper con esa premisa que sostiene que las leyes antiterroristas responden a los atentados actuales, argumentación desde la que buscan legitimar estos dispositivos de prevención y control.
Es necesario señalar que no son nuevos, sino que muestran la continuidad del racismo institucional hacia las comunidades racializadas. Esto es visible, por ejemplo, cuando bajo el paraguas del terrorismo se acaba justificando expulsiones del país de personas a quienes únicamente se les ha colocado la sospecha encima. Es necesario mover el debate hacia otras coordenadas porque hay un consenso social que justifica esta política.
¿Cuál es el papel de los medios de comunicación y lo que se denomina como «academia blanca» en la construcción de ese relato?
Los planes contra la radicalización llevados a cabo por las instituciones se vienen realizando desde las universidades públicas. Quienes hacen esas investigaciones son sociólogos, antropólogos… además, en la academia este tema ha entrado de lleno, tenemos másteres centrados en la radicalización para que la gente aprenda a detectar y prevenir. Es cierto que hay gente que intenta ocupar lugares dentro de la academia para tratar de cambiar las cosas, pero hay que tener en cuenta que esta institución es parte del Estado que acaba legitimando la estructura racial y aquí, lo hace construyendo el conocimiento sobre el Otro que después se emplea para vigilar y castigar. La academia, los académicos, deben asumir su responsabilidad porque su trabajo tiene usos policiales. Hay que exigirles un posicionamiento político.
Los medios también forman parte del mismo aparataje. El Estado son sus organismos oficiales (administración, instituciones, gobiernos…) pero también sus tentáculos. Esto lo vemos cuando los medios informan con todo detalle sobre personas acusadas de ser sospechosos de «radicalización». Se difunden estos hechos pero buena parte de los casos quedan en nada y ningún medio habla de estas absoluciones, contribuyendo a alimentar ese imaginario alarmista que se necesita para seguir legitimando las políticas que señalamos.
¿Quién y en base a qué decide qué es terrorismo?
En el Estado español hay más gente muerta por otras violencias antes que por lo que han denominado «terrorismo yihadista», sin embargo, hay una creencia de ciencia cierta de que en cualquier momento puede pasar algo. Eso es una especie de delirio porque aunque tu muestras pruebas de lo contrario, no sirven para descreer. Se sigue creyendo en «la gran amenaza».
El Estado decide qué es terrorismo en base a sus intereses. Identificar al terrorismo permite el despliegue de cualquier tipo de violencia, de la que el Estado tiene el uso legítimo, para lo que determine que altera el orden. Si algo afecta a mis intereses y se determina que es una amenaza terrorista se está hablando de que atenta contra la forma de vida general y por lo tanto, se puede emplear todos los medios necesarios contra ella.
¿Cómo evalúa el Estado si hay un proceso de radicalización?
En materia de prevención del «terrorismo yihadista» el sistema de indicadores no es propio, está creado a nivel internacional con Estados Unidos y países europeos que han sufrido atentados. Podíamos intuir cuáles eran esos indicadores pero no lo sabíamos a ciencia cierta hasta que escuchamos grabaciones cedidas por docentes de la escuela pública catalana.
Se trata de formaciones obligatorias impartidas por los Mossos d’Esquadra en el marco de un programa impartido por la Generalitat a nivel educativo, con el fin de vigilar al alumnado musulmán y evitar que «se radicalice». Aunque ante las denuncias públicas se han visto obligados a corregirse y señalar que se trata de aplacar todo tipo de radicalizaciones, en realidad son programas centrados en los musulmanes.
Estos audios demuestran que se emplean factores de riesgo generales como en cualquier política: marginalización, éxito educativo, desestructuración en el entorno familiar, itinerario migratorio… pero además, se usan factores particulares que serían los «indicadores de radicalización», indicadores que no son más que la práctica religiosa islámica. A través de la creación de estos indicadores lo que se hace es criminalizar formas de práctica religiosa expresadas, que supone la activación de dispositivos de vigilancia que a menudo quedan en nada. Eso sí, después de poner en marcha una vigilancia extensiva hacia el entorno familiar y social del alumno que, en base a estos indicadores, es «sospechoso».
Esta estrategia institucional no es nueva, en Reino Unido lleva años; sin embargo, allí despertó una fuerte crítica social que aquí no se ha dado. Esa presión obligó a hacer públicos los resultados de la política que puso de manifiesto que la vigilancia se centra específicamente en las comunidades musulmanas.
¿Qué implica tener al profesorado actuando como una prolongación del aparato policial? ¿Qué consecuencias tiene sobre el alumnado musulmán?
Por un lado, hay una legitimación del racismo en la educación pública que se ve reforzado por la defensa y participación del profesorado en su labor de vigilancia. Por otro lado, el alumnado musulmán está viéndose obligado a esconder su identidad, algo que es paradójico cuando las propias instituciones son las que dicen trabajar la idea de la pertenencia de los jóvenes migrantes o hijos de migrantes en España, mientras que estos dispositivos toman como factor de riesgo que un alumno o alumna no sea capaz de gestionar esta ambivalencia.
Es decir, se está impidiendo al alumnado musulmán expresar su religiosidad en un ámbito escolar porque conlleva sospecha y a su vez, es indicio de sospecha su ocultación. Tenemos conocimiento de que se han activado protocolos de vigilancia contra una alumna porque esta había decidido ponerse hiyab, a otro alumno por decir Allah u Akbar (equivalente a «Dios es grande») u otros alumnos que mantuvieran una charla sobre lo que es haram (ilícito). No obstante, esto es solo un indicativo empleado por la policía para iniciar una investigación que no tiene como objetivo el individuo, sino la comunidad en su conjunto.
La idea de la prevención es un peligro en sí misma, se están coartando itinerarios vitales de adolescentes que ya de por sí están en edades complicadas. Se está obligando a estos menores a tener que elegir. Son las propias instituciones las que crean la vulnerabilidad contra la que dicen luchar. Si de verdad quieren acabar con ella, deberían combatir las formas de exclusión que impiden la existencia social y política de estas personas.
¿Es posible articular una respuesta contra el racismo de Estado?
El libro es un pretexto sobre cómo se puede articular una resistencia necesaria en alianza con otros movimientos y espacios. Hace poco, había una jornada antirrepresiva en Granada y no había ninguna persona mora-musulmana que participara, cuando el discurso islamófobo es central en el argumentario del odio, racista y supremacista actual. Hay una parte de resistencia de los movimientos sociales y políticos a hablar sobre estas cuestiones, también hay islamofobia estructural dentro de la izquierda que no se ha trabajado ni se quiere trabajar a día de hoy. A todo esto le sumamos que, cuando en estos espacios se nombra el islam, se genera automáticamente una actitud de rechazo y reticencia.
La izquierda no es capaz de salir de sus propias coordenadas entre lo religioso y lo espiritual para ver la cuestión racial en cuanto a la islamofobia dentro de las políticas de Estado. Este posicionamiento es uno de los límites que impiden entender el funcionamiento de estas políticas. La izquierda tiene que romper el pacto racial que mantiene con el poder, debe introducir la cuestión racial en su análisis social y político. Si no hace eso, difícilmente vamos a poder tener lugares de encuentro comunes.
Sin embargo, debemos señalar que cada vez hay más espacios permeables a los discursos del antirracismo, susceptibles de articular la lucha desde diferentes frentes, necesarios si queremos concienciar y sumar políticamente. Aunque hay límites, cuando se dejan de lado se articulan luchas y respuestas interesantes en materia de organización para romper con las narrativas hegemónicas. Decimos esto a sabiendas de que, en este país, levantar la voz contra el racismo tiene consecuencias laborales, sociales y políticas.
Durante el recorrido que ha tenido el libro ha contado con especial acogida en los movimientos anticarcelarios que trabajan más a pie de calle, estos movimientos conocen por experiencia estas políticas y sus consecuencias, pero no acababan de verlas y entenderlas en estos términos. A su vez, queremos que este libro sea un punto de inflexión que saque de la estigmatización a personas que son víctimas de estas políticas de Estado, que se pronuncien, que hablen, denuncien y se sientan acompañados. La gente tiene que saber que no está sola.
Fuente: eldiario.es