Esta tercera edición de las jornadas anticarcelarias viene con novedades. La primera es que se realizarán a lo largo de cuatro meses en lugar de en la primera semana de marzo. Marzo, abril, mayo y junio albergarán las convocatorias de denuncia hacia la industria del castigo y de concienciación hacia un mundo en el que las prisiones no tengan cabida. La segunda novedad es que, desde la anterior edición, los procesos penales abiertos contra las personas que fueron detenidas en las operaciones Pandora y Piñata han sido archivados. La red de apoyo ha dejado de funcionar como tal por lo que ya no están entre las organizadoras. Aún siendo un alivio y una alegría tener a nuestras compañeras libres de condenas, la represión produjo daños irreparables: ¿Quién asume las responsabilidades de los meses pasados en aislamiento dentro de las celdas del estado?, ¿del dolor y las secuelas causadas a familiares y afines?, ¿y de la negligencia policial? La tercera y última novedad es la incorporación a la organización de Kaxilda, un espacio que es una tierra de nadie en el centro de Donostia y de HENAS (Hermanas Entalegadas No Andáis Solas) grupo de apoyo a presas y presos de Santander.
La pena de la justicia
«…La prisión es realmente el pequeño secreto sucio de la sociedad, la clave, y no el margen, de las relaciones sociales más presentables. Lo que se concentra aquí en un todo compacto no es un montón de bárbarxs asalvajadxs, como les gusta hacernos creer, sino más bien el conjunto de disciplinas que afuera tejen la existencia llamada “normal”. Vigilantes, comedor, partidos de fútbol en el patio, horarios, separaciones, camaradería, peleas, fealdad de las arquitecturas: es necesario haber estado en prisión para tomar la medida plena de lo que la escuela, la inocente escuela, contiene, por ejemplo, de carcelario.
Considerado desde este ángulo inexpugnable, no es la prisión la que sería una guarida para lxs fracasadxs de la sociedad, sino la sociedad presente la que parece una prisión fracasada. La misma organización de la separación, la misma administración de la miseria por el chocolate [hachís], la tele, el deporte y el porno, reina en todas partes con menos método. Para terminar, los muros elevados sólo esconden a las miradas esta verdad de una banalidad explosiva: las vidas y los espíritus son exactamente iguales a ambos lados de las alambradas y a causa de ellas. Si se busca con tanta avidez los testimonios “del interior” que expondrían al fin los secretos que la prisión esconde, es para ocultar mejor el secreto de lo que es: el de la servidumbre de lxs que se consideran libres mientras su amenaza pesa invisiblemente sobre cada uno de sus gestos.
Toda la indignación virtuosa que rodea la negrura de las celdas y sus reiterados suicidios, toda la grosera contra-propaganda de la administración penitenciaria que pone en escena para las cámaras a lxs carcelerxs devotos del bienestar de la persona detenida y a los directores de prisiones preocupados por el «sentido de la pena». Resumiendo: todo este debate sobre el horror del encarcelamiento y la necesaria humanización de la detención es viejo como la prisión. Incluso forma parte de su eficacia, ya que permite combinar el terror que debe inspirar con su estatus hipócrita de castigo “civilizado”. El pequeño sistema de espionaje, de humillación y de estragos que el sistema dispone en torno a la detenida de manera fanática, ni siquiera es escandaloso. Cada día, el Estado lo paga con creces en sus suburbios y sin duda sólo es el principio: la venganza es la higiene de la plebe.
Pero la impostura más notable del sistema judicial-penitenciario consiste ciertamente en pretender que está ahí para castigar a lxs criminales cuando no hace sino gestionar las ilegalidades. Cualquier patrón, cualquier presidente, cualquier juez/a, cualquier carcelerx, cualquier poli sabe que las ilegalidades son necesarias para ejercer correctamente su oficio. El caos de las leyes es hoy tal, que se trata de no respetarlas demasiado, y en cuanto a los estupefacientes, se trata de regular sólo el tráfico y no de reprimirlo, lo que sería social y políticamente suicida.
La división no es entre legal e ilegal, como pretende la ficción judicial, entre inocentes y criminales, sino entre los criminales que se cree oportuno perseguir y los que se deja en paz como requiere la policía general de la sociedad. La raza de los inocentes hace tiempo que se extinguió y no es la pena a lo que condena la justicia: la pena es la justicia misma».