El 2014 fue un año clave para Afganistán. Durante ese año el país vio como terminaba la misión internacional de seguridad liderada por la OTAN desde 2003 (conocida como la ISAF, por sus siglas en inglés). Un punto y aparte que dejaba una sensación agridulce entre los gobiernos y los ejércitos que habían estado activamente implicados en ella. Por un lado había el alivio por la conclusión de una misión que había costado muchas vidas y recursos, y por el otro estaba la fragilidad con la que se asentaban los logros obtenidos, sobre todo ante el creciente auge de la insurgencia talibán. En estos años la perspectiva no ha cambiado y el futuro sigue presentándose plagado de incertidumbres. En este contexto, sigue existiendo el grave peligro de que el país quede atrapado en una situación crónica de pobreza y de desorden, bajo la égida de camarillas políticas vinculadas a la industria del crimen organizado.