Pero, aunque no hubiera presidentes ni ayuntamientos, la democracia tal y como la conocemos seguiría siendo un impedimento para la libertad. Dejando a un lado la corrupción, los privilegios y la jerarquía, el gobierno de la mayoría no sólo es intrínsecamente opresivo, sino también paradójicamente divisivo y homogeneizador al mismo tiempo. […]

Merece la pena reflexionar sobre qué tipo de utopía implica idealizar la democracia directa como forma de gobierno. Imaginemos el tipo de totalitarismo que se necesitaría para producir la cohesión suficiente para gobernar una sociedad mediante un proceso de consenso, para conseguir que todo el mundo esté de acuerdo. Eso sí que es reducir las cosas al mínimo común denominador.