Memorias de la casa muerta

Dostoyevsky, Fiodor

Editorial: Júcar

ISBN: 8433401300

Publicación: 1974

Nº de páginas: 368

Precio: 3,00 €.

Profundamente autobiográfica, Memorias de la casa muerta recoge las experiencias de Fiodor M. Dostoievski durante los ocho años que pasó en Siberia como preso político, condenado a trabajos forzados. No obstante, y para evitar posibles represalias, el autor se vio obligado a burlar la censura escondiendo su identidad bajo la del noble Alexánder Petróvich Goriánchicov, el protagonista de estas memorias.

A pesar de haber sido condenado y de la prohibición de publicar obra alguna que pesó sobre Dostoievski durante casi diez años, el autor trabajó en la composición de una obra que, más allá de reflejar sus vivencias como presidiario, diera a conocer las condiciones de vida en las cárceles, señalando de forma implícita los yerros de la justicia y los abusos de quienes detentaban el poder en los presidios. Ya que, como el propio autor recalcaba «quien tiene una palabra que decir, debe decirla», idea que refleja el loable compromiso del escritor con su país, su sociedad y su época.

En estas Memorias de la casa muerta pueden distinguirse tres planteamientos que se imbrican entre sí, creando un todo conmovedor. Por un lado, encontramos las reflexiones acerca del propio destino del narrador: Goriánchikov sufre un choque brutal al ingresar en prisión. A la idea descorazonadora de los largos años de prisión que le aguardan, a las incomodidades materiales del presidio, se une el hecho de que, como noble, ha sido privado de todos sus derechos y, sin embargo, sus compañeros jamás podrán, por su origen, verle como a un igual.

El pulso de Dostoievski para recoger el doble aislamiento del protagonista y la amargura de los primeros meses del prisionero es soberbio. La gradación hacia la aceptación de la situación hasta alcanzar un punto de equilibrio entre la resignación y la esperanza está de igual modo magistralmente trazada. Goriánchikov se hace real gracias a la capacidad del autor para recoger hasta los más recónditos pensamientos de un hombre que está aprendiendo de nuevo a vivir.

Otra dimensión de la novela se refiere a la descripción de las condiciones de vida en el presidio. Siendo estas horribles, es evidente que Dostoievski no quiso cargar las tintas en un intento de espantar al lector. A pesar de las descripciones del ambiente pestífero de los barracones, de la suciedad y los insectos, de los grilletes y de los castigos físicos, el autor pone el acento en otros aspectos que verdaderamente hacían dura la existencia en el penal.

La queja del autor se dirige hacia el modo en que, en presidio, los hombres dejan de ser hombres para ser únicamente criminales. Desde todas las instancias se les recuerda que han sido expulsados del seno de la sociedad y, en consecuencia se les trata con excesiva dureza. El preso, al que se quiere someter por la fuerza, se rebela necesariamente. Por el contrario, Dostoievski señala como, cuando son tratados con algo de afecto, cuando se les demuestra confianza, los forzados son los primeros en velar por no defraudar a quien en ellos ha confiado.

Por último Memorias de la casa muerta es una inmejorable galería de tipos y caracteres, de anécdotas e historias de presidiarios que dan color a la novela sin caer en un tipismo que repugnaría al escritor. Para Dostoievski, su estancia en presidio fue la oportunidad de acercarse al pueblo llano y comprender que un hombre puede estar dotado de las mejores cualidades independientemente de su cuna. En ese sentido, estas memorias son un reflejo del descubrimiento de esa realidad.

Una única frase puede ser el mejor resumen de estas Memorias de la casa muerta:

Sí, denostado, degradado… ¡el hombre sobrevive! El hombre es un ser que se acostumbra a todo; ésa es, pienso, su mejor definición.