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Aprender a «ser hombre». Voces encarnadas (La Madeja nº 1)

«No se qué se define como
masculino. Pero aquellos
elementos como robustez,
insensibilidad, practicidad,
resistencia, vigor y tantos otros
que suelen emplearse para
definir la masculinidad, caen
obsoletos frente a la lucidez de la
cotidianeidad.»

«Creemos que el feminismo es una teoría política que propone un cambio de la sociedad en la que vivimos y que cuestiona las bases mismas que estructuran dicha sociedad. Tales bases han discriminado tradicionalmente a la mitad de la población: las mujeres, por su sexo, colocándolas en una situación de desigualdad frente a los hombres e imponiéndoles roles que en muchas ocasiones ellas mismas reproducen. Pero este sistema encierra igualmente a los hombres en unos roles que también hay que cuestionar».

Eso escribíamos en el editorial del número 0 de La Madeja. Muchas mujeres, además, hemos cuestionado y nos hemos rebelado frente a los roles que sentimos nos han impuesto por y para «ser mujeres»; tantas y con tanta fuerza, que las ideas y las prácticas de lo que es «ser mujer» han cambiado –al menos en parte–. Dado que convivimos cotidianamente con los hombres –la otra mitad de la población–, pensamos que «algo» les tiene que haber removido a ellos, y que tienen que producirse cambios en los significados y experiencias de «ser hombre» por necesidad y por deseabilidad. En este sentido, en las últimas décadas se han organizado algunos grupos de hombres para trabajar y reflexionar sobre el tema de las «nuevas masculinidades».

Queremos empezar a tratar el tema de las masculinidades dirigiéndonos a hombres queridos, cotidianos en nuestras vidas. Nos preguntamos si nos cuesta lo mismo hablar de los cambios de roles e identidades, qué han pensado y cambiado, qué tenemos las mujeres que ver en esos procesos. Éstas son las preguntas que les lanzamos, pidiéndoles que hablaran desde lo vivencial –algo a lo que en general estamos más acostumbradas las mujeres–, y que no dejaran mucho tiempo para la reflexión –en parte para que no les entrara el miedo, en parte para que contaran desde la emoción–.

¿Cómo sientes que te han enseñado a ser hombre? ¿Qué mandatos de género has tenido? ¿En qué te has distanciado? ¿En qué no? ¿En qué querrías distanciarte?


«Me cuesta distanciarme y pensar en cómo me han enseñado a ser hombre. Un aspecto destacable, quizá el que más, es la sexualidad: mucho sexo, muchas relaciones, mucha experiencia… En otro orden de cosas, el llevar la voz cantante, el cuidar más que ser cuidado. Con el tiempo me he distanciado de algunas de estas cosas, aunque más que un proceso constante, creo que se trata más de algo irregular, muy sujeto al entorno concreto (el espacio, las relaciones sociales) en el que uno se ve inmerso. Lo que más me sigue costando, sin embargo, es dar el corte cuando, en el curso de una conversación, alguien hace un comentario machista. Me gustaría distanciarme más en ese aspecto, ser más firme, más rotundo».


«Creo que me han enseñado a ser hombre de forma tradicional y con los dos roles (masculino y femenino) bien diferenciados, pero con algún elemento progresista. Por ejemplo, en lo que se refiere a tareas domésticas, tanto hombres como mujeres participábamos en ellas (limpieza, cocina, bricolaje, etc.). Mandatos de género he tenido muchos, tanto de tipo actitudinal como de aspecto y presencia. Por ejemplo, siempre supe que si hubiese querido tener el pelo largo o ponerme un pendiente no iba a ser bien visto y originaría un conflicto. Así todo, en mi familia, los mandatos de género siempre han sido más estrictos para las mujeres que para los hombres. Me he distanciado totalmente en la segregación de tareas, aficiones y gustos, etc. en función del sexo del individuo. Así todo, la educación recibida te deja un ‘poso’ que hace que determinadas actitudes o estéticas aún me llamen la atención, y me gustaría que dejaran de hacerlo. Por ejemplo, ante expresiones de afecto públicas de parejas homosexuales o un punk al mejor estilo de los 80, ¡pues me suelo quedar mirando como si fueran extraterrestres!».


«Algunos mandatos de género que he percibido, algunas preguntas que me surgen:
–El color de la ropa, aunque yo de eso no me acuerdo, ¡bueno, sí! ¡de los mandilones de la guarde sí que me acuerdo! Sí, la guarde, que entrañable, ya con sus baños separados para niños y niñas…
–Los juguetes: G-Joe´s vs. Barbies. Todo un clásico. Yo de eso me libré algo más, pero no del todo, evidentemente.
–En mi caso, compartiendo habitación con mi hermano: ¿por qué no con mi hermana o rotando cada cierto tiempo?
–Las relaciones con la familia, con los amigos, lo que veía en la tele -que de pequeño la veía, y mucho-, la publicidad.
–Las relaciones que veía (y que sigo viendo) entre homosexualidad y falta de ‘hombría’. Por cierto: ¿hay equivalente a la palabra hombría para las mujeres? ¿Tiene el mismo sentido de orgullo que pueda tener hombría?».


«Como muchos, pienso que durante mi niñez y pubertad temprana la moral católica y la negligencia familiar me hicieron un adolescente temeroso. Como a muchos, el conocimiento de mi cuerpo y sus alcances me fueron dados gracias a la curiosidad. (…) Como a muchos, la sexualidad me tomó desprevenido. La caudalosa libido hacía sus gracias y yo me preguntaba. Las respuestas llegan muchos años después (…). Cómo muchos, vivo incómodo en este sistema. Veo a mi alrededor que la teoría de la tuerca y el tornillo que supe aprender adolece de ceguera, de malversación y de falacia. Como muchos, veo que el placer no es unívoco, no es legal, no es derecho.

No sé qué se define como masculino. Pero aquellos elementos como robustez, insensibilidad, practicidad, resistencia, vigor y tantos otros que suelen emplearse para definir la masculinidad, caen obsoletos frente a la lucidez de la cotidianeidad».


«Enseñanza: ser hombre.
Bueno, fácil: educación en escuela masculina, instituto masculino, servicio militar masculino… total: 20 años de educación exclusivamente masculina.
Mandatos de género.
Si te cruzas por una acera con una mujer de la edad que sea y llueve, déjale la parte protegida de la susodicha acera y con gran caballerosidad sal a la intemperie y sus charcos. Es más, si la fémina en cuestión ha de cruzar la acera, apresúrate a quitarte la chaqueta y tenderla límpidamente sobre el charco para que pueda atravesar la calle sin mancharse ni una pizca los zapatos. Si vas en un barco y comienza a hundirse, los niños y las mujeres primero. Si vas en coche con mujeres y pinchas el marrón del pinchazo es cosa tuya».


«Cuando trato de encontrar recuerdos (…) me doy cuenta de que no tengo la sensación de una presión continua familiar o social, un agobio permanente respecto a cómo debía comportarme para ser ‘un hombre’. Supongo que esto puede significar que no he tenido una presión ‘especial’, aunque también puede implicar –glub– que haya (…) naturalizado conductas, valores… que me resultaban ‘normales’.

Una situación que enseguida se me aparece al pensar sobre ello: comida familiar, de familia extensa. Roles de hombres y mujeres. Ellos copando la conversación, hablando de política, de fútbol y, sobre todo, siendo graciosos. Ellas pendientes de niñas y niños. Ellos cocinando viandas especiales, ellas haciendo el trabajo sucio de cocina y fregada. Siento la ansiedad adolescente de participar en la conversación masculina, de ser también gracioso, de copar la atención de todos y todas, en esa competición por ser protagonistas de la comida. También me hago consciente de ello, me siento mal y, con el paso de los años, desarrollo estrategias para romper con ese esquema. La más eficaz, colocarme en la mesa de niñas y niños: es mucho más fácil no competir en esa mesa que en la de las personas adultas. Participar en el ‘trabajo sucio’, casi siempre con las mujeres, es otra buena manera de romper con los roles asignados.

Otro ejemplo especialmente crudo. Advertencia paterna por desarrollar una relación especial con otro hombre, durante mi adolescencia, que me doblaba la edad. Una relación ‘rara’, poco convencional, entre un niño adolescente y un adulto. ¡Te pasas el día con ese chico! ¿Y cuál es el problema? ¡Qué van a pensar… ya sabes lo que van a pensar! No, no lo sé. ¡Pues que sois maricas! Nunca hubiera anticipado esa reacción de mi padre, ni se volvió a repetir nunca más».

Enfermeros, ingenieras, administrativos y técnicas físico-deportivas. ¿Casos raros? Las diferencias de género en la elección de estudios y profesiones (La Madeja nº 0)

profesionesIrene S. Choya

Dentro del material didáctico Rompiendo Esquemas1 hay un vídeo en el que se pregunta a chicas y chicos de 2º y 3º de ESO (Educación Secundaria Obligatoria) qué quieren ser de mayores y por qué. Después, la pregunta vuelve a lanzárseles pero con una pequeña variante: ¿y si fueras del otro sexo?

¿Qué creen que responden? La muestra no es representativa, pero sí podríamos atrevernos a decir que ilustra una realidad: «sólo» un 35% del alumnado2 contesta en ambos casos lo mismo. El resto responde lo que cree que al otro sexo le gustaría ser (ellos piensan, mayoritariamente, que ellas querrían dedicarse a profesiones relacionadas con la imagen personal o el cuidado; ellas, que ellos optarían por profesiones liberales, con rápidas inserciones laborales o ligadas al deporte). Aunque alguna persona contesta diciendo una profesión que le atrae pero no cree que le corresponda. Así, una quiere ser profesora de inglés, pero cree que si fuera chico se decantaría por la Educación Física, porque a ellos les gusta más. Y otra querría ser cocinera y, si fuera chico, mecánico, pero argumenta en ambos casos que porque a ella le gusta. Por un lado, cabe preguntarse si suponen bien lo que le «gusta» al otro sexo; por otro, si no existirán todavía sesgos de género a la hora de elegir profesión. Es decir, si por pertenecer a un sexo o a otro, se nos enseña que hay unas profesiones más «adecuadas» que otras.

Es interesante detenerse en un par de apuntes más que nos ofrece el citado vídeo. Por un lado, que el 90% de las chicas y sólo la mitad de los chicos elijan estudios universitarios. Por otro, que las chicas elijan mayoritariamente (el 60%) profesiones que tienen que ver con el cuidado frente a un 17 % de los chicos.

Pero, ampliemos la muestra a ver qué pasa. Según datos del MEC sobre el conjunto de la población (curso 2007/2008), en la formación profesional no existen apenas diferencias de género en cuanto a la matrícula, pero sí en la distribución por familias profesionales. Las mujeres prefieren Administración, Sanidad, Imagen personal y Servicios socioculturales a la comunidad. Los hombres optan mayoritariamente por Electricidad y electrónica, Mantenimiento de vehículos autopropulsados, Informática y Administración.

¿Hubiéramos acertado, sin conocer los datos, dónde encontraríamos a los hombres y dónde a las mujeres?

Veamos qué ocurre en la Universidad3. En este caso, la matrícula de mujeres es ligeramente superior (un 54%), pero donde volvemos a encontrar diferencias significativas es en la elección del tipo de estudios. Si bien en las Ciencias sociales y jurídicas, en Humanidades, en Ciencias de la salud, e incluso en las Ciencias experimentales, las mujeres son mayoría; en las Enseñanzas técnicas apenas alcanzan un 25% en los estudios de ciclo corto y un 31% en los de ciclo largo. Y es que las mujeres están fundamentalmente presentes en estudios relacionados con las tareas de cuidado (destacan la Enseñanza y la Salud); mientras los hombres, aunque también mayoritariamente presentes en las Ciencias sociales y jurídicas (en este caso, en Económicas y Derecho), destacan en los estudios técnicos.

¿Estaban entonces tan desencaminados los chicos y chicas de nuestro vídeo? Pues parece que no mucho. Las elecciones de las chicas están ligadas al rol tradicional femenino de cuidar a otros. Las de los chicos suelen estar más abiertas y, sobre todo, tienen una mejor inserción laboral. Y es que, ¿cómo influye esta llamada segregación formativa en el futuro laboral de hombres y mujeres?

profesiones 2Veamos algunos ejemplos. Según datos del INE4, aunque ha aumentado la tasa de actividad femenina, ésta sigue estando 16 puntos por debajo de la masculina; y el 23% de las mujeres ocupadas tiene un contrato a tiempo parcial, frente a un 5% masculino. En nuestro contexto, Asturias5, las mujeres cobran un 32% menos (un 20% menos en las prestaciones por desempleo).

Podríamos seguir buscando datos que nos dieran pistas sobre cómo afecta a la tasa de actividad el estado civil de hombres y mujeres; quién gana más y a qué se dedica el dinero en las parejas; quién tiene menos proyectos vitales propios porque supedita su tiempo y energía a la familia; quién ocupa los altos cargos en las empresas, en las administraciones, etc.; quién es más vulnerable a las situaciones de pobreza, etc. Pero, seguramente, podamos adivinar la respuesta.

Parece evidente que existe aún una situación de desigualdad entre hombres y mujeres en relación con el empleo; y que esta segregación ocupacional está relacionada con las elecciones formativas de los chicos y chicas y, más en general, con los diferentes proyectos vitales de unos y otras, ligados a los roles tradicionalmente asignados a cada género. Hablamos no sólo de profesiones que siguen considerándose «de mujeres» y «de hombres», sino también del lugar que ocupa en las vidas de unas y otros el empleo, la familia, el ocio, etc. Si queremos modificar ese tipo de elecciones formativas y ocupacionales hemos de incidir en la denominada socialización diferencial de género, es decir, hemos de educar para la igualdad a niños y niñas y eso implica cambios en los curriculum, en las instituciones escolares y, sobre todo, en la formación del profesorado. Pero, a la vez, como sociedad, podemos ir también transformando algunas cosas. Un par de pistas.

Magisterio y Enfermería son buenos ejemplos de lo que se denomina «carreras de mujeres». Si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta de que este tipo de estudios y profesiones están ligados a las tareas consideradas «femeninas», a las tareas de cuidado. Es decir, son una especie de extensión del «espacio doméstico». Las tareas de cuidado son tareas poco reconocidas y valoradas cuando, sin embargo, son imprescindibles para la vida. Esto ocurre tanto en el ámbito doméstico como en el mercado laboral. Para que los hombres quieran «cuidar», asumiendo sus responsabilidades en el espacio doméstico y/o dedicándose profesionalmente a trabajos «feminizados», hemos de empezar a valorar y reconocer las tareas de cuidado y las habilidades y conocimientos que éstas requieren.

¿Qué lugar ocupa el empleo en nuestras vidas? Las mujeres están más educadas para priorizar la pareja y la familia que para tener un proyecto vital propio, que incluya un desarrollo profesional que proporcione autonomía económica, espacios de socialización, autorrealización personal, etc. No se trata de poner el empleo en primer lugar y dejar de dar importancia a lo demás, pero sí de medir las consecuencias en una sociedad capitalista y patriarcal como la nuestra. Por el contrario, en el caso de los hombres, la tarea pendiente puede que sea «descentralizar» el empleo, cuestionando el valor que se le da a éste en la construcción de la identidad masculina y las consecuencias que tiene en sus vidas no prestar la misma atención a otras facetas y espacios.

1 García Iglesias, G. y Sánchez Choya, I. (2007) Rompiendo esquemas. Programa de orientación académica profesional. Oviedo: Instituto Asturiano de la Mujer.

2 Del total de 20 chicas, 8 responden «lo mismo»; en el caso de los chicos, 5 de 16. Es decir un 40 y un 31% respectivamente.

3 Datos del MEC, curso 2005/2006.

4 Instituto Nacional de Estadística, 1º trimestre de 2010.

5 Según estimaciones realizadas por el personal técnico de Hacienda a partir de los datos del IRPF de 2008.