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Empleo, migraciones y género: apuntes de la crisis (La Madeja nº 1)

Pedro Menéndez

Resulta paradójico recurrir a la estadística[1] para abordar de forma conjunta mujer(es) y trabajo(s). Es conocida la secular falta de datos sobre las actividades no remuneradas que, hasta su (re)incorporación al mercado laboral y aún hoy en épocas y espacios concretos, han ocupado la mayor parte del tiempo de las mujeres. Partimos, por tanto, de unas estadísticas mutiladas o, más bien, mutiladoras, más aún cuando se trata de mujeres inmigrantes. Las afiliaciones a la Seguridad Social, por ejemplo, sólo aportan los datos de las extranjeras con contrato, y para acceder a él resulta imprescindible la condición de ciudadanía (o el consabido permiso de trabajo)[2]. Así que, «libres» ya de las inmigrantes sin papeles, invisibilizadas en la economía sumergida, abordemos esas estadísticas, muchas de las cuales – conviene tenerlo presente – son elaboradas por un gobierno que es parte interesada en la cuestión.

Los tres últimos años han sido el escenario de una crisis que, en el caso del Estado español, ha sido también una crisis de empleo. 2009 acabó con más de cuatro millones de personas en paro, de las que un millón eran inmigrantes. ¿Cómo ha afectado esa pérdida de empleo a las extranjeras? Según las últimas Encuestas de Población Activa, están soportando mejor la destrucción de puestos de trabajo que, sobre todo en 2008, se cebó con el sector de la construcción[3]. Si bien tradicionalmente la tasa de paro de las inmigrantes es superior a la de los hombres, en los dos últimos años la tendencia cambió. El paro masculino pasó del 8,8% en 2006 al 33,1% en 2009, mientras que en el caso de las extranjeras el incremento fue más moderado, del 16,1% al 25,5%. Así todo, entre el cuarto trimestre de 2007 (inicio de la crisis) y el mismo periodo de 2009, se produjo un aumento de 210.400 desempleadas, más del doble[4]. Y un dato significativo: la tasa de paro más alta recayó en africanas (sobre todo marroquíes) y asiáticas, con el 44,7%. Por sectores, el paro ha arreciado con más fuerza entre las trabajadoras del sector servicios. En 2009, 211.800 desempleadas, más del 50%[5], procedían de la economía terciaria. Las nacionalidades más afectadas fueron la ucraniana, argentina, peruana, dominicana y china. Como nota positiva, aunque cuantitativamente de poca importancia, desciende el número de desempleadas en dos sectores, la agricultura y la industria.

No sólo las tasas de desempleo han bajado, las afiliaciones de extranjeras a la Seguridad Social ofrecen porcentajes más halagüeños. En 2009 fueron el 43,5% de los contratos laborales firmados por inmigrantes. El dato mejora el 42,2% de 2008 y el 39,3% de 2007[6]. En cualquier caso, este crecimiento porcentual parece estar más relacionado con la pérdida de afiliación entre el colectivo masculino que con un aumento significativo de las altas laborales entre las extranjeras. Además, ese 43,5% es aún inferior al porcentaje entre el total de población foránea, en el que las mujeres son el 44,8%.

Pero los datos anteriores no reflejan las diferencias entre inmigrantes de distintos países. Ya se ha mencionado la tasa de paro entre africanas y asiáticas, aproximadamente el doble que las de latinoamericanas y europeas. En cuanto afiliaciones a la Seguridad Social, en números absolutos destacan las rumanas, las ecuatorianas, las colombianas y las marroquíes. Sin embargo, las últimas sólo suponen el 23,9% de las altas laborales de sus compatriotas[7]. Los porcentajes más altos son para bolivianas y dominicanas, con casi el 64%. Ucranianas, colombianas y ecuatorianas también son mayoría en la Seguridad Social respecto a sus compatriotas masculinos.

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empleo_3¿Qué lectura cabe hacer de estos números? Si nos quedamos en los análisis de carácter más bien amable, como los que jalonan el último informe de Miguel Pajares, positiva o, al menos, esperanzadora. Sin embargo, las cifras ocultan la generalizada explotación de la población inmigrante. Por citar dos cuestiones, en el marco de la división sexual del trabajo es reveladora la especialización de las extranjeras en el servicio doméstico. Sin contabilizar a las sin papeles, en la última década se han duplicado las afiliaciones en el Régimen Especial del Hogar, y más de la mitad, casi 180.000, son personas inmigrantes[8]. En segundo lugar, el mencionado incremento en las tasas de actividad y de ocupación y en las listas de la Seguridad Social está vinculado al proceso de incorporación de las mujeres al mercado laboral. La feminización de la fuerza los porcentajes a costa de responder a las «necesidades» de determinados sectores de actividad: salarios más bajos[9], temporalidad, peores empleos, percepción de menor combatividad, etc.

empleo_4Estas estadísticas positivas son en parte el reverso de las estadísticas negativas de los trabajadores extranjeros. En 2008, la destrucción de empleo en la construcción llevó al paro a muchos inmigrantes, y fueron las mujeres quienes nutrieron las listas del INEM en busca del empleo perdido en la familia. Ese año, el «efecto del trabajador añadido» fue femenino. Pero no siempre es una sustitución completa, pues los nuevos salarios son más bajos. En 2009 la tendencia se invirtió; la destrucción de empleo llegó al sector servicios. Sería interesante conocer cuántas familias perdieron ambos empleos en ese periodo.

Respecto a la inmigración «ilegalizada» y a la economía sumergida, ya se apuntó al inicio las limitaciones que la estadística encuentra en esos campos. En cualquier caso, existe una disyuntiva sobre su evolución en los periodos de crisis como el que nos atañe. Desde algunas atalayas (sindicatos, medios…) se ha señalado un incremento de inmigrantes sin papeles y de trabajo informal como consecuencia de la recesión. En su informe de 2010, Miguel Pajares argumenta que no hay datos disponibles para afirmar o negar tal incremento, ni para certificar si la proporción de trabajo sumergido entre los extranjeros aumenta o disminuye[10]. Lo que sí se antoja importante en este contexto es reseñar un cambio en la procedencia de esta inmigración. En años precedentes llegaba desde el exterior. Desde 2008 ha crecido la proporción de quienes sufren irregularidad sobrevenida, es decir, personas que han perdido la autorización de residencia y trabajo por la imposibilidad de renovarlas. Hoy, la crisis no sólo importa inmigrantes sin papeles; también los crea dentro de las fronteras del Estado, al despojarles de unos permisos cada vez más caros de preservar ante la precariedad del empleo.

[1] Fuentes consultadas: Encuesta de Población Activa, Instituto Nacional de Estadística (INE); Encuesta de Migraciones, Instituto Nacional de Estadística (INE); Boletín de Estadísticas Laborales, Ministerio de Trabajo e Inmigración; Observatorio Permanente de la Inmigración; Pajares, Romero, Miguel, Inmigración y mercado de trabajo. Informe 2010; Romero, Eduardo (2010), Un deseo apasionado de trabajo más barato y servicial. Migraciones fronteras y capitalismo. Oviedo, Editorial Cambalache.
[2] Y en el caso del padrón municipal, no pocas sin papeles evitan registrarse por miedo, valga la redundancia, a los registros domiciliarios. En cualquier caso, el padrón aporta una información de carácter poblacional, pero nada nos dice sobre la situación laboral de las personas inscritas.
[3] De 404.625 extranjeros afiliados en marzo 2007 se pasó a 210.735 a 2009.
[4] Aunque el año pasado «sólo» representaron el 27% del desempleo extranjero. En el mismo periodo, el número de desempleados entre los varones inmigrantes se cuatriplicó, al pasar de los 202.800 a los 661.000
[5] El porcentaje puede ser mayor, ya que la EPA contabiliza aparte a las paradas de más de un año, muchas ellas procedentes del sector servicios, que en 2009 ascendieron a 123.300.
[6] Cabe resaltar que el aumento más significativo de afiliaciones a la Seguridad Social por parte de extranjeras se produce en 2005, debido al proceso de regularización que rescató gran parte del trabajo sumergido vinculado al servicio doméstico.
[7] El más bajo de las once nacionalidades seleccionadas.
[8] De ellas, 157.155 son personas extracomunitarias.
[9] Entre 1994 y 2006, la diferencia salarial entre sexos aumentó del 39% al 43%.
[10] A pesar de ello, Pajares tira de los datos del padrón y del número de autorizaciones de residencia, una práctica con demasiadas lagunas para tomarla en consideración, para apuntar en una dirección: en los últimos años, la diferencia entre los primeros y las segundas (el resultado sería el supuesto número de inmigrantes irregulares) disminuye. En definitiva, Pajares parece alinearse con las tesis más institucionales, que apuntan a una reducción de la inmigración irregular en este periodo de crisis.

 

Los lunes a la plancha (La Madeja nº 1)

E.M. Álvarez

¿En qué se parecen una fábrica de airbags, una lavandería industrial y un geriátrico? A primera vista, en pocas cosas, salvo en el hecho de que son empresas. Sin embargo, tienen algo más en común: casi la totalidad de sus plantillas está compuesta por mujeres, mujeres que tuvieron que enfrentarse a esas mismas empresas. Y, además, todas están (o estaban) ubicadas en Asturies.

A lo largo de este texto me gustaría compartir las experiencias de estas mujeres, que se vieron obligadas a resistir en una situación tan dura como es un conflicto laboral. No por nostalgia, sino porque nos empujan a repensarnos como mujeres trabajadoras fuera y dentro de nuestras casas. Y no sólo nos interrogan a nosotras: también a los hombres, que comparten ambos espacios, y a una idea de trabajo forjada a golpe de invisibilización.

¿Un conflicto? Por ser mujeres, varios
Autotex-Airbag S.A. (Llanera), Lavachel S.A. (Xixón), Centro Gerátrico Mapfre-Quavitae (Uviéu) o «Edad Dorada»-Mensajeros de la Paz (Noreña), pero también Nestlé Litoral, Obrerol, o –hace ya tantos años que se borró de la memoria colectiva– IKE (Confecciones Gijón S.A.)1, representan la precariedad para muchas mujeres en Asturies.

A algunas de ellas tuve la suerte de conocerlas en pleno conflicto. Son mujeres resueltas y fuertes, con responsabilidades familiares; apenas unas pocas tienen afiliación política o sindical y ninguna parece dispuesta a valorar y reconocer(se) su lucha. Las ocasiones en las que nos encontramos –en medio de una movilización casi siempre– expresaban sus dudas y mostraban una enorme humildad. No dejaba de resultarles extraña esa nueva circunstancia en sus vidas: por una vez eran las protagonistas y no «meras acompañantes»; se escuchaban y discutían; tomaban decisiones fuera de sus casas y asumían las consecuencias. Me costaba entender que cada una de ellas hubiese llevado su lucha «particular» sin llegar a contactar con las otras. Imaginaba el potencial que podían tener todas sus experiencias y reflexiones juntas.

Me parece muy importante entender las dificultades añadidas que superan por el hecho de ser mujeres. Los esfuerzos que hacen por pasar de los espacios privados –entiendo como tales, en muchas ocasiones, también los lugares de trabajo asalariado– a los públicos, y más cuando es por una necesidad urgente como un conflicto. El miedo a equivocarse, la vergüenza de hablar en público por primera vez; el sentimiento de culpa por «robarles» horas a sus hijas para estar en una asamblea o un encierro; la incomprensión de maridos y compañeros… Todos parecen obstáculos del pasado, sin embargo no pueden ser más actuales.

Foto: Silvia Cuevas-Morales

¿A las barricadas?
Me preguntaba muchas veces si nuestras formas de lucha podrían ser distintas de las de los compañeros; ¿había que aprender a hacer una barricada?, ¿seríamos capaces de salir a la calle sin ir «en procesión»?, ¿nuestros panfletos hablarían de nosotras o de «la lucha de la clase obrera»? Cada una lo resolvió como pudo: las compañeras de Lavachel hicieron su protesta en agosto, para asombro y rechazo de un sindicalista experto, que no entendía que precisamente porque «todo el mundo estaba de vacaciones» era el mejor momento para denunciar a una empresa que lava la ropa de varios hoteles de Xixón.

En el caso de Autotex, decidieron entrar en la fábrica. Más que decidir, propiciaron la ocasión para que entraran –corriendo y sin planificarlo mucho– tres mujeres que acabaron encerradas en los baños de la nave, nerviosas y un poco incrédulas ante lo que acababan de hacer: dar el primer paso para lo que sería una ocupación en toda regla.

¿Seríamos capaces de implicar a otras en nuestras luchas? Una tendencia individualista, quizás muy arraigada en nuestra sociedad –y fomentada por los empresarios a través de sus medios de comunicación– es pensar que los conflictos de otras personas nada tienen que ver con nosotras. Pero, ¿qué ocurre en el caso de los centros geriátricos como los de Mapfre o Mensajeros de la Paz? ¿Vamos a desentendernos de las condiciones laborales de las mujeres que cuidan de nuestras abuelas y abuelos? ¿Y si lo hacemos extensivo al cuidado en domicilios, casi siempre a cargo de mujeres inmigrantes sin papeles? Las compañeras de Mapfre rompieron esa «separación» y consiguieron que las familias de las personas internas las apoyaran en sus concentraciones.

Nuestros salarios no son iguales, ¿y nuestras luchas?
En 1868 los trabajadores textiles de Igualada se movilizaron para denunciar el empleo de las mujeres en las fábricas del pueblo. Tenían miedo de ser desplazados por estas y por los niños, que constituían una mano de obra más barata. Con esta movilización consiguieron que los empresarios aceptaran el despido masivo de las mujeres una semana después.

¿Es nuestra situación muy distinta de la de aquellas mujeres? A bote pronto diríamos que sí, pero… Históricamente se ha considerado que nuestros salarios son secundarios; es decir, que es el marido o compañero quien debe sostener con su sueldo a la familia; por tanto la mujer siempre cobrará menos2, pues no deja de ser un complemento. Supongo que eso pensaba Jorge Francisco Gumiel Díaz, propietario y gerente de Lavachel, cuando pagaba a sus empleadas 570 euros por jornadas de 40 horas semanales, mínimo. Como repetían ellas en sus consignas y pancartas: «Vivo con 570 €, ¡inténtalo tú, Gumiel!».

Desde luego la cuestión de los salarios no es más que la punta del iceberg de las distintas condiciones en que hombres y mujeres accedemos al mercado laboral, pero con este texto no pretendo entrar en ellas3. Lo que sí quería es mostrar ejemplos concretos de esas condiciones: las trabajadoras de Lavachel o Mapfre obtienen unos salarios miserables a cambio de una carga de trabajo desmedida, de un trato despectivo y de un reconocimiento nulo. ¿Es su comparable situación con la de otras trabajadoras y trabajadores? Probablemente sí, con la de las personas inmigrantes sin papeles que trabajan muchas veces a cambio de alojamiento y comida, incapaces de denunciar su situación por miedo a ser expulsadas del país. ¿A dónde van a expulsarnos a nosotras?

Son mujeres resueltas y fuertes,
con responsabilidades familiares; apenas unas
pocas tienen afiliación política o sindical y ninguna
parece dispuesta a valorar y
reconocer(se) su lucha.

¿Quién te lo tiene que decir?
Para preparar este texto se organizó, el sábado 16 de octubre, un encuentro que llamamos «Mujeres en movimiento», al que invitamos a algunas de las protagonistas de los conflictos relatados aquí.

Al encuentro, aparte de las invitadas, asistimos ocho personas.

Me conformaría con que la próxima vez que alguien organizara una actividad con mujeres con tantas cosas que decir como María Jesús, Ilemi, Noelia, Pilar, Cristina, Covadonga o Elisa –mujeres de carne y hueso y no iconos de cartón piedra– hubiera más personas compartiendo y arropando sus luchas de cada día. Porque el juego de palabras del título no deja de mostrar una realidad objetiva: las mujeres que se quedan sin trabajo asalariado es posible que no tengan tiempo de quejarse «los lunes al sol»; continuarán haciendo desayunos, comidas y cenas; mantendrán la casa limpia; cuidarán de las personas enfermas; y seguirán buscando, fuera de sus casas, un salario «complementario». O no.


1 Para recuperar la memoria de este conflicto: PRIETO FERNÁNDEZ, Carlos (coord.) (2004), IKE, retales de la reconversión, Madrid, Ladinamo libros

2 A modo de recordatorio: según datos del Ministerio de Igualdad (2010) las mujeres cobran, de media, un 16% menos que sus compañeros de trabajo.

3 Entre las muchas obras interesantes que tratan el tema, recomiendo: Laboratorio feminista (2006), Transformaciones del trabajo desde una perspectiva feminista (producción, reproducción, deseo, consumo), Madrid, Tierradenadie ediciones.

Enfermeros, ingenieras, administrativos y técnicas físico-deportivas. ¿Casos raros? Las diferencias de género en la elección de estudios y profesiones (La Madeja nº 0)

profesionesIrene S. Choya

Dentro del material didáctico Rompiendo Esquemas1 hay un vídeo en el que se pregunta a chicas y chicos de 2º y 3º de ESO (Educación Secundaria Obligatoria) qué quieren ser de mayores y por qué. Después, la pregunta vuelve a lanzárseles pero con una pequeña variante: ¿y si fueras del otro sexo?

¿Qué creen que responden? La muestra no es representativa, pero sí podríamos atrevernos a decir que ilustra una realidad: «sólo» un 35% del alumnado2 contesta en ambos casos lo mismo. El resto responde lo que cree que al otro sexo le gustaría ser (ellos piensan, mayoritariamente, que ellas querrían dedicarse a profesiones relacionadas con la imagen personal o el cuidado; ellas, que ellos optarían por profesiones liberales, con rápidas inserciones laborales o ligadas al deporte). Aunque alguna persona contesta diciendo una profesión que le atrae pero no cree que le corresponda. Así, una quiere ser profesora de inglés, pero cree que si fuera chico se decantaría por la Educación Física, porque a ellos les gusta más. Y otra querría ser cocinera y, si fuera chico, mecánico, pero argumenta en ambos casos que porque a ella le gusta. Por un lado, cabe preguntarse si suponen bien lo que le «gusta» al otro sexo; por otro, si no existirán todavía sesgos de género a la hora de elegir profesión. Es decir, si por pertenecer a un sexo o a otro, se nos enseña que hay unas profesiones más «adecuadas» que otras.

Es interesante detenerse en un par de apuntes más que nos ofrece el citado vídeo. Por un lado, que el 90% de las chicas y sólo la mitad de los chicos elijan estudios universitarios. Por otro, que las chicas elijan mayoritariamente (el 60%) profesiones que tienen que ver con el cuidado frente a un 17 % de los chicos.

Pero, ampliemos la muestra a ver qué pasa. Según datos del MEC sobre el conjunto de la población (curso 2007/2008), en la formación profesional no existen apenas diferencias de género en cuanto a la matrícula, pero sí en la distribución por familias profesionales. Las mujeres prefieren Administración, Sanidad, Imagen personal y Servicios socioculturales a la comunidad. Los hombres optan mayoritariamente por Electricidad y electrónica, Mantenimiento de vehículos autopropulsados, Informática y Administración.

¿Hubiéramos acertado, sin conocer los datos, dónde encontraríamos a los hombres y dónde a las mujeres?

Veamos qué ocurre en la Universidad3. En este caso, la matrícula de mujeres es ligeramente superior (un 54%), pero donde volvemos a encontrar diferencias significativas es en la elección del tipo de estudios. Si bien en las Ciencias sociales y jurídicas, en Humanidades, en Ciencias de la salud, e incluso en las Ciencias experimentales, las mujeres son mayoría; en las Enseñanzas técnicas apenas alcanzan un 25% en los estudios de ciclo corto y un 31% en los de ciclo largo. Y es que las mujeres están fundamentalmente presentes en estudios relacionados con las tareas de cuidado (destacan la Enseñanza y la Salud); mientras los hombres, aunque también mayoritariamente presentes en las Ciencias sociales y jurídicas (en este caso, en Económicas y Derecho), destacan en los estudios técnicos.

¿Estaban entonces tan desencaminados los chicos y chicas de nuestro vídeo? Pues parece que no mucho. Las elecciones de las chicas están ligadas al rol tradicional femenino de cuidar a otros. Las de los chicos suelen estar más abiertas y, sobre todo, tienen una mejor inserción laboral. Y es que, ¿cómo influye esta llamada segregación formativa en el futuro laboral de hombres y mujeres?

profesiones 2Veamos algunos ejemplos. Según datos del INE4, aunque ha aumentado la tasa de actividad femenina, ésta sigue estando 16 puntos por debajo de la masculina; y el 23% de las mujeres ocupadas tiene un contrato a tiempo parcial, frente a un 5% masculino. En nuestro contexto, Asturias5, las mujeres cobran un 32% menos (un 20% menos en las prestaciones por desempleo).

Podríamos seguir buscando datos que nos dieran pistas sobre cómo afecta a la tasa de actividad el estado civil de hombres y mujeres; quién gana más y a qué se dedica el dinero en las parejas; quién tiene menos proyectos vitales propios porque supedita su tiempo y energía a la familia; quién ocupa los altos cargos en las empresas, en las administraciones, etc.; quién es más vulnerable a las situaciones de pobreza, etc. Pero, seguramente, podamos adivinar la respuesta.

Parece evidente que existe aún una situación de desigualdad entre hombres y mujeres en relación con el empleo; y que esta segregación ocupacional está relacionada con las elecciones formativas de los chicos y chicas y, más en general, con los diferentes proyectos vitales de unos y otras, ligados a los roles tradicionalmente asignados a cada género. Hablamos no sólo de profesiones que siguen considerándose «de mujeres» y «de hombres», sino también del lugar que ocupa en las vidas de unas y otros el empleo, la familia, el ocio, etc. Si queremos modificar ese tipo de elecciones formativas y ocupacionales hemos de incidir en la denominada socialización diferencial de género, es decir, hemos de educar para la igualdad a niños y niñas y eso implica cambios en los curriculum, en las instituciones escolares y, sobre todo, en la formación del profesorado. Pero, a la vez, como sociedad, podemos ir también transformando algunas cosas. Un par de pistas.

Magisterio y Enfermería son buenos ejemplos de lo que se denomina «carreras de mujeres». Si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta de que este tipo de estudios y profesiones están ligados a las tareas consideradas «femeninas», a las tareas de cuidado. Es decir, son una especie de extensión del «espacio doméstico». Las tareas de cuidado son tareas poco reconocidas y valoradas cuando, sin embargo, son imprescindibles para la vida. Esto ocurre tanto en el ámbito doméstico como en el mercado laboral. Para que los hombres quieran «cuidar», asumiendo sus responsabilidades en el espacio doméstico y/o dedicándose profesionalmente a trabajos «feminizados», hemos de empezar a valorar y reconocer las tareas de cuidado y las habilidades y conocimientos que éstas requieren.

¿Qué lugar ocupa el empleo en nuestras vidas? Las mujeres están más educadas para priorizar la pareja y la familia que para tener un proyecto vital propio, que incluya un desarrollo profesional que proporcione autonomía económica, espacios de socialización, autorrealización personal, etc. No se trata de poner el empleo en primer lugar y dejar de dar importancia a lo demás, pero sí de medir las consecuencias en una sociedad capitalista y patriarcal como la nuestra. Por el contrario, en el caso de los hombres, la tarea pendiente puede que sea «descentralizar» el empleo, cuestionando el valor que se le da a éste en la construcción de la identidad masculina y las consecuencias que tiene en sus vidas no prestar la misma atención a otras facetas y espacios.

1 García Iglesias, G. y Sánchez Choya, I. (2007) Rompiendo esquemas. Programa de orientación académica profesional. Oviedo: Instituto Asturiano de la Mujer.

2 Del total de 20 chicas, 8 responden «lo mismo»; en el caso de los chicos, 5 de 16. Es decir un 40 y un 31% respectivamente.

3 Datos del MEC, curso 2005/2006.

4 Instituto Nacional de Estadística, 1º trimestre de 2010.

5 Según estimaciones realizadas por el personal técnico de Hacienda a partir de los datos del IRPF de 2008.

 

Permisos laborales ¿para quién? (La Madeja nº 0)

Ana García Fernández

Permiso por maternidad, incluso ahora también por paternidad, quince días por casarse, uno o dos por cambiar de casa, tres días por defunción de familiar en primer grado; ausencias y flexibilidad de horarios permitidas por cuidado de familiares dependientes para «conciliar».

Ninguna mención a la amiga hospitalizada, al ahijado cuyos progenitores tienen unos turnos de trabajo imposibles, a la vecina vieja y sola que amaneció enferma y necesita que le hagan la comida, a la tubería rota que sólo puede ser arreglada en horas de trabajo –en las que, casualmente, tú trabajas–.

«Liberación» de horas para dedicar a uno de esos sindicatos que ya más bien parecen la cara amable del Estado o de la empresa que te enseñan tu nuevo lugar de trabajo, te facilitan el acceso a documentación oficial, que intentan asegurar sueldos, vacaciones y permisos para el personal «fijo», mientras sigue aumentando la inseguridad y la precariedad del personal «discontinuo, temporal, sin papeles».

Ceguera laboral para con la participación activa en los asuntos del barrio, del pueblo, de la ciudad… Nada de permisos para una reunión de la asociación de vecinas/os; para dedicar horas a una publicación feminista o ecologista; para reivindicar en la calle derechos y libertades para todas las personas.

No estoy proponiendo que se acabe con los permisos antes mencionados; o sí, que se acaben para que no sea el Estado o la empresa quien decida para qué se puede tener permiso; que se transformen, que no haya que pedir permiso; que tengamos derecho a nuestro tiempo de vida.

Y ahí estamos algunas personas, intentando que los caballos desbocados que tiran de cada una de nuestras extremidades (familia oficial, afectos oficiosos, sindicatos y espacios alternativos de reivindicación de luchas sociales) no nos descuarticen; atónitas, mientras intentamos entender quién ha espoleado esos caballos; empeñadas en que cada persona pueda reconocerse en su propia existencia.

Las «políticas de igualdad» para «todos y todas» expresadas en leyes y planes diversos, que a priori puede parecer que van a reducir las discriminaciones laborales de las mujeres con respecto a los hombres, pueden no tener dicho efecto por no estar las mujeres objeto de discriminación en el lugar en que se pueden aplicar estas normativas.

Puede que un grupo muy determinado de mujeres, aquellas de edad media-avanzada con contratos a jornada completa y estable, tenga mayor facilidad para «conciliar» su esfera profesional con aquella de «cuidar» de las personas dependientes de su familia, aunque esto no tiene por qué ser «beneficioso» para ellas. Pero muchas de las mujeres jóvenes que podrían beneficiarse de una excedencia o de una reducción de jornada por cuidado de hijas e hijos están en el paro o en trabajos precarios donde difícilmente van a poder disfrutar de estos permisos. Podríamos pensar entonces que quizás los hombres empiecen a solicitar excedencias y permisos para cuidar, aunque esto es un imaginar, pues de momento no se ha dado el caso –en 2007, sólo un 1% de los hombres que se acogió a la reducción de jornada lo hizo para el cuidado de hijas, hijos o personas dependientes, frente a un 18% de mujeres que eligió este tipo de jornada por ese motivo (1)–. Y difícilmente se dará mientras la diferencia salarial continúe siendo la antes mencionada.

No estoy proponiendo que se acabe con los permisos [laborales]; o sí, que se acaben para que no sea el Estado o la empresa quien decida para qué se puede tener permiso; que se transformen, que no haya que pedir permiso; que tengamos derecho a nuestro tiempo de vida.

Hay quienes insisten en hacernos creer que las mujeres con hijas e hijos de corta edad ya «concilian» prefiriendo contratos de media jornada o no queriendo estar en el mercado laboral. Sin duda algunas mujeres preferirán esto, pero los datos nos dicen que la mayoría no eligen estas opciones, sino que se ven obligadas a ello: la mayoría de las mujeres que buscan trabajo tienen entre 25 y 44 años, “la principal motivación que argumentan la mayoría de las personas con jornada parcial es el no haber podido encontrar trabajo de jornada completa” (1) y parece ser que algunas empresas prefieren a las mujeres en casa como esposas de sus trabajadores, según se refleja en el testimonio de un estudio sociológico reciente:

«(…) me ha pasado en Mediamarkt, para un puesto de técnico de recursos humanos me preguntaron si estaba casada, yo creo que la entrevista salió bastante bien, pero en el momento en que salió esa pregunta le dije que sí y ya me preguntó si quería tener hijos (…) El caso es que cuando le dije que no quería tener hijos no me creyó. (…) o si se lo creyó, piensa que soy una ‘mujer desnaturalizada’ que no quiere tener hijos… o mentirosa o mala mujer (…)» (3, pág. 85)

Así pues, si no cumples ninguno de los requisitos mencionados, esas leyes no tienen nada que ver contigo. Es como vivir en realidades simultáneas e irrelevantes la una para la otra. En concreto, si eres una persona extranjera «sin papeles» o «con papeles» dependientes de la existencia de un contrato de trabajo, si eres joven –especialmente mujer joven–, o no tan joven, pero trabajas o has trabajado en uno de esos sectores afectados por «la crisis», esas leyes no te afectan.

En una sociedad en la que la tendencia es la precarización de las condiciones del trabajo asalariado cabría pensar que los sindicatos en general, y los mayoritarios en particular, ejercieran mayor presión por mejorar estas condiciones y se ocuparan en mayor medida de esas «bolsas» de gente cada vez más grandes a las que afecta ese empeoramiento de su situación laboral. Pero, por una parte, las leyes y normativas que se aplican a la actividad sindical están pensadas para un mercado laboral en el que la temporalidad de los contratos sea mucho menor de la que hoy en día es. Por ejemplo, para ser representante sindical, tu contrato debe tener un mínimo de tiempo de antigüedad que muchas relaciones laborales hoy no tienen. O sea, que las personas que tienen posibilidades de representar a las y los trabajadores precarios son aquellas que no sufren esta precariedad y muchas veces tienen un sexo, una edad y una situación legal diferente de aquellas personas a las que en teoría representan.

Los permisos laborales también actúan como definidores de cómo debe ser la sociedad.

Por otra parte, la derechización ocurrida en las últimas décadas en los sindicatos mayoritarios –al menos en sus cúpulas–, así como la proliferación de sindicatos corporativos, contribuyen a ese «olvido» de las situaciones laborales precarias. Como dice Rosario Hernández, «nacen nuevas formas de explotación bajo la era del optimismo social de la flexibilidad y la movilidad, y por tanto han de nacer nuevas formas de sindicalismo que cuenten como pilar con el pensamiento y la acción feminista. A nuevas explotaciones nuevas resistencias, resistencias feministas.» (3, pág. 175). Pero aún no han aparecido, o no con la suficiente fuerza.

Me gustaría terminar estas líneas haciendo una llamada de atención sobre cómo los permisos laborales también actúan como definidores de cómo «debe» ser la sociedad, de cómo se comportan diciendo lo que está mejor o peor en tu vida personal. Nos quieren casadas y casados, con hijas o hijos, cuidando a nuestros mayores –para así no tener que pensar como sociedad qué hacer con esa gente que ya no produce, necesita ayuda y se empeña a vivir hasta pasados los 80 años–, y si acaso participando en organizaciones que ya están lo suficientemente adaptadas a las normas del Mercado y que aseguran que no se nos ocurrirá ponerlo todo patas arriba.

Datos: Empleo

Hay una legislación para «todos y todas», siempre y cuando se cumplan unos requisitos previos: tener nacionalidad española o permiso de residencia para trabajar, añadido a tener un contrato de trabajo de larga duración, a poder ser con jornada completa y en una entidad que no te exija no pertenecer a ningún sindicato para contratarte. Entonces sí, entonces esas leyes son relevantes para ti y pueden facilitarte el día a día. Pero esto es lo que ocurre en el Estado español:

  • El 50% de las mujeres en edad de trabajar tienen un empleo, frente al 70% de los hombres. (1)
  • El salario bruto anual de las mujeres es un 25% menor que el de los hombres. (2)
  • Más de 11 millones y medio de hombres tienen jornada completa, frente a sólo 6 millones y medio de mujeres. Sin embargo, el número de mujeres con jornada parcial cuadruplica al de hombres: casi dos millones frente a cerca de medio millón. (1)
  • Entre 2005 y 2007 el 60% de las personas demandantes de empleo eran mujeres, mayoritariamente de edades comprendidas entre 25 y 44 años. (1)
  • La proporción de contratos anuales a mujeres es de 7 temporales por cada 1 indefinido. (1).

 

(1) Estudio sobre la Evaluación de las Políticas de Igualdad en el Ámbito Laboral en España. Informe Final de Evaluación para el Instituto de la Mujer del Ministerio de Igualdad. ECOTEC Research and Consulting Ltd. Noviembre 2008.

(2) Fuente: INE, Encuesta de Estructura Salarial (pág. Web instituto de la mujer).

(3) Pero este trabajo yo para qué lo hago. Estudio sociológico sobre los malestares ocultos de algunas precarias conscientes. Rosario Hernández Catalán. Federación Mujeres Jóvenes. 2009.