En nosotras la mirada del amo. Buscamos la salida

Celia García Lopez

No serviré a una mitología pavorosa.
Sin embargo mi cuerpo ocupa el espacio
preparado por las acechanzas.
David Eloy Rodríguez

El espacio geográfico es materia y es metáfora. Es cuerpo habitado y es paisaje. Es cosa que se puede ver y es sueño de resistencia simbólica. Una resistencia que crea lugares reales desde donde contar de nuevo el mundo.

Todo esto nos dice Katherine McKittrick [1]en su libro Demonic Grounds: black women and the cartographies of struggle[2], y lo hace a partir del análisis de la realidad geográfica de Estados Unidos, Canadá y el Caribe. Toma como punto central en su relato la llegada de esclavos y esclavas africanas y todo lo que supone. La asimilación de la diáspora africana y la naturalización de ésta fue determinante para la perpetuación de una lógica de biocentrismo, basada en la división entre amos/esclavos, colonizadores/ colonizados. Este modelo de mundo, como nos recuerda McKittrick, determina las categorías de ser humano/ser no humano o civilización/ barbarie y se convierte en discurso legitimador de una realidad que llega hasta nuestros días.

Se trata de contar la historia, la producción de sentido, a través del análisis del control del espacio que habitamos. Esta ocupación espacial no es gratuita, sino punto de apoyo para legitimar los discursos del poder y su capacidad ilusoria de hacer del simulacro naturaleza. Es la construcción de un espacio concreto, según la autora, lo que sustenta, justifica y argumenta la naturalización de la identidad negra.

Así, el racismo y el sexismo no se basan sólo en la construcción de unas identidades centradas en el cuerpo, sino que son también actos espaciales que ilustran las experiencias y conocimientos geográficos de las mujeres negras. La geografía se convierte en algo socialmente producido, un sitio y controladas.

Se trata de ver la dominación racial y sexual como un proyecto geográfico. La naturalización ideológica de las mujeres negras se corresponde con la producción del espacio. Las ideas sobre feminidad negra, superioridad racial y diferencia son ideas espacializadas, ideas que restringen los deseos y oportunidades geográficas de las subalternas. Esa restricción supone un camino que determina un estar en el mundo. Lo que nos propone McKittrick es mirar más allá del análisis que refleja la injusticia y buscar posibilidades de crear nuevas maneras de estar en la realidad, desde ese espacio determinado y acotado por las estructuras lógicas que la construyen. Es decir, entender esos espacios asignados como lugares para la resistencia. Desde esa lucha por resistir se pone en evidencia la falsedad del simulacro y son esos espacios también alternativas para la vida nueva.

Tradicionalmente se ha entendido el cuerpo femenino negro como lugar de desposesión[3], aquello sin geografía, lo cual facilitaba la apropiación del mismo, su uso y abuso. Ahora bien, ¿qué pasa si ponemos nombre al espacio inhabitado, desposeído, al espacio entre las piernas y lo miramos como aquello que puede nombrar o alterar las geografías asignadas al cuerpo? Escribe la poeta Marlene Nourbuse Philip:
«Entre las piernas el espacio/Dentro del útero el espacio/Colonizado como lugar y espacio/El silencio de/El espacio entre/Las piernas/ El silencio de/El espacio dentro/Del útero».

Las geografías, los lugares asignados para el vivir, y las resistencias a los mismos de las mujeres negras que se producen en los márgenes, en las piedras de subasta, en las buhardillas, a través de la literatura; indican que la jerarquía tradicional espacial es al mismo tiempo poderosa y alterable. Esto sugiere que las geografías humanas están siendo conceptualizadas más allá del orden clasificatorio presente. Esa continua resignificación del espacio habitado permite hablar de posibilidades de atravesamiento de las dialécticas dominantes.

Desautomatizar la máquina mirando más allá, cuestionando los discursos anquilosados en una falsa naturalidad que impiden la creación de espacios nuevos. Ver el espacio como lugar desde donde decir, contar, vivir de otra manera, redescubrir miradas, mirar con otros ojos. De eso se trataba.

En una exposición de la artista afroamericana Carrie Mae Weems[4] vimos una serie de retratos: grandes fotografías de fondo rojo, en cada una de ellas una inscripción. Retratos de personas negras: esclavas, prostitutas, niños, familias que son captadas en sus lugares «naturales», espacios impuestos. En la inscripción, inserta en el cuadro, reza una calificación que nos explica qué son para el poder esos cuerpos, de modo que podemos leer «objeto de estudio antropológico» o «negroide tipo» o «el lugar de juegos del amo» o «el espíritu del diablo», por citar algunos ejemplos. Pero he aquí el asombro cuando al mirar vemos que en cada rostro hay una mirada que nos mira a su vez, y nos interroga, que en cada cuerpo algo se resiste a ser asimilado, colonizado, reducido a cenizas, algo que nos deja entrever que «más allá» y «entre» ese espacio asignado existen otros lugares/otras vidas que también, o sobre todo, son reales y verdaderas. En el primer retrato de la obra hay una mujer africana bella, digna, orgullosa. Sobre su cuerpo en blanco y negro, esclavo y libre leemos las siguientes palabras: «desde aquí yo vi lo que estaba sucediendo y lloré».


[1] Katherine McKittrick es profesora titular en el Departamento de Estudios de la Mujer de la Universidad de Queens en Canadá.

[2] MCKITTRIK, Katherine (2002), Demonic Grounds: black women and the cartographies of struggle, Minneapolis, University of Minesota Press.

[3] La historia de la diáspora negra converge con la concepción que se hace del cuerpo femenino negro. Las geografías de la esclavitud fueron geografías de desposesión negra/supremacía blanca, lo cual fue asumido como una inferioridad racial natural y justificó la esclavitud. El vínculo entre propiedad y negritud dio al cuerpo negro un estatus de artículo o cosa, un espacio apropiable, lo cual legitimaba la práctica de venta o intercambio de dichos cuerpos. La apropiación del cuerpo femenino negro a menudo convirtió a éste en espacio público, lugar para la violencia. El cuerpo negro femenino era visto como naturalmente sumiso y sexualmente disponible.

[4] Carrie Mae Weems es artista y fotógrafa. Algunas críticas de arte la etiquetan de fotógrafa social. Los principales temas de su obra son el racismo, las relaciones de género, la identidad personal, la política. La teórica feminista bell hooks escribe un artículo sobre ella en 1996 titulado: «Carrie Mae Weems: Diasporic Landscapes of Longing», en Inside the Visible, editado por Catherine de Zegher, MIT Press.