Archivo de la etiqueta: entrevistas

En primera persona: historia de un diá-logos (La Madeja nº 1)

Lorena Fioretti

Esta sección que hemos denominado en primera persona es, desde siempre, un diálogo, porque creemos que todo saber, es decir todo logos, se construye a partir de un encuentro. Pero este saber ha sido, en general, construido en la tradición occidental a partir de la separación sujeto-objeto: hay alguien que desde una «distancia óptima» tiene el poder de nombrar la realidad de otras personas. Creemos que es necesario desarticular estas relaciones, acortar distancias, mezclarnos, difuminar fronteras. Alzar la voz.

Desarticular esas distancias implica conocer el lugar desde el que hablamos. Quien escribe estas palabras, acoge las palabras de otras desde su propia experiencia migrante. ¿Existe por ello alguna diferencia? Como en todo encuentro, se juegan siempre procesos de identificación que, claramente en este caso, tienen que ver con la situación de emigrar/inmigrar. Pero creo que estos procesos son siempre parciales; así, con algunas personas comparto la experiencia siempre singular del «destierro» y con otras, la de ser mujer, trabajadora, latinoamericana, estudiante, etc. ¿Cómo influye esto a la hora del encuentro? No lo sé. Pero en todo caso, lo importante es el hecho de que toda palabra supone una demanda de atención, de reconocimiento, de amor; implica a alguien que sostenga esa historia desde la escucha, porque la palabra dada como un don siempre supone un entre-dos. Esa es la posición que intenté ocupar.

Y en este hacer-nos, es decir, nombrarnos colectivamente, nos preguntamos dónde queda el nombre, nuestro nombre. Si los saberes son construidos a partir de las generalizaciones, de lo estadísticamente significativo, nosotras queremos saber de lo particular, de las historias singulares en las que estamos enredadas. Por ello, creo que los nombres propios importan ya que nos muestran cómo cada una, frente a la realidad en la que vivimos, intenta, a su manera, transformarla. Pero pensamos también que es necesario cuidarnos frente a una realidad en la que las situaciones de discriminación y persecución se extienden cada vez más. Por esto optamos por el anonimato, insistiendo en la importancia que cada una de estas historias tiene para nosotras.

Compartamos entonces tres historias, tres soledades, tres proyectos de vida, tres realidades distintas.

¿Por qué decidiste emigrar?

Soy una persona que trabajé desde los siete años en el campo porque mis padres eran campesinos. Cuando tenía 12 años, un hombre dueño de una de aquellas fincas se enamoró de mí, pero él era un hombre viejo. Mi padre estaba de acuerdo con todo porque había dinero. Entonces a los 14 le dije a mi madre que me iba a vivir a la ciudad, ella me dijo que se iba conmigo. Las mujeres de antes no eran como ahora, aguantaban más. Mi padre dijo que todos nos íbamos juntos a la ciudad, pero que mi hermana y yo –las mayores– teníamos que empezar a trabajar afuera. Empecé entonces a trabajar en casas. A los 15 años conocí a un chico y me enamoré, pero mi padre estaba obsesionado con otro hombre que tenía dinero, pero yo le dije que no. Entonces mi padre me echó de casa. Vivía sola y trabajaba en casas de familia.

Proyecto migratorio

Un día le conté a un amigo que estaba muy aburrida, dormíamos malamente, sin cama, sin nada y yo quería ver a mi mamá bien. Ella había sufrido muchísimo toda la vida, yo quería ayudarla, pero no me alcanzaba. Él me contó que tenía dos primas en España que trabajaban en casas de familia y que les iba muy bien. Nunca en la vida había pensado en salir de Colombia, era muy inocente, no se me ocurría esa posibilidad. Yo tenía para ese entonces 19 años. Supuestamente venía a trabajar en una casa de una señora en Madrid.

Experiencia migratoria real

Me dieron una dirección. Aquí me recibió un hombre español, me subió a un coche, habló con alguien por teléfono y le dijo cómo era. Ahí me di cuenta que me llevaban a un puticlub y dicho y hecho, me llevaron para La Felguera. Todas éramos jóvenes y extranjeras. Cuando llegué me quitaron los papeles y me dijeron que hasta que no terminara de pagar la deuda no me los darían. Esa misma noche me pusieron a trabajar. Fue horrible, nunca se me olvidará el primer día. Todas las mujeres lloraban, pensaban que venían a trabajar normal. Vivíamos en el mismo club y trabajábamos todos los días. Se quedan vigilándote para que no vayas a contar nada, pero yo me atreví. Cuando terminas de pagar la deuda, te devuelven el pasaporte, pero si te escapas antes ellos te matan a alguien en Colombia, a algún familiar. Un día vino al club un cliente que era muy joven y nos enamoramos de verdad. Él me ayudó a conseguir un trabajo de camarera en un hotel. Yo no podía trabajar en la barra porque no sé leer y escribir. Allí conseguí mis papeles y tengo mi nacionalidad española.

Relaciones afectivas

Con las chicas del club muy bonito, bah, había de todo, algunas eran malas, pero la mayoría nos hicimos amigas, pero no supe más de ellas cuando me fui. Con la gente de aquí: con la familia de este chico, muy mal. Un día encontré al hermano y me dijo de todo solo por ser extranjera, no me conocía de nada. Los  padres querían que tuviera una novia española. Él me dijo que tendría una novia española pero que yo sería su novia de verdad. Le dije que no. Fue horrible. Luego conocí al padre de mi hijo, el padre no se hizo cargo. Lloré mucho, pero decidí parar para que el niño crezca bien, entonces me dije: voy a cuidarme. Pasé todo el embarazo sola, pero cuando me encontré sola con el niño me dio una depresión tan horrible.

Ahora trabajo en casas y vivo tranquilamente. No volvería a Colombia a menos que me ganara la lotería (risas) para comprarme una casa en Barranquilla. Se extraña, ¿para qué te voy a engañar?, yo quisiera estar con mi familia. Cuando vas todo el mundo se te acerca porque piensa que llevas dinero, pero no es así. A mi madre siempre le ayudo, con lo que puedo.

Yo ya me siento de acá. Cuando viajo a Colombia me siento mal, todo me sabe horrible, me siento extranjera. Pero después me acostumbro. Pero no voy a volver, no voy a quitarle al niño la oportunidad de vivir en España y tener lo que yo no tuve. Además yo deseo encontrar un buen hombre, eso es lo que tengo ahora en mente. No me arrepiento de haber venido, pasas cosas malas pero también cosas buenas. Yo hice lo que hice para salir de esa miseria tan horrible. Yo no soy capaz de vivir allí, aquí te apetece algo y lo puedes comprar. Allí se vive muy malamente, no te puedes alimentar bien.

Acá yo me siento un poco mal porque me miran a mi hijo como extranjero, por ejemplo en el parque. Cuando llegué al piso una vecina me preguntó si tenía marido, me lo preguntó porque era extranjera. Es horrible. Quisiera que no fuera así porque luego la gente que me conoce está muy contenta conmigo.

Perspectiva de futuro

Ahora tengo unas ideas. A mí me cuesta mucho leer y escribir, entonces este año quiero aprender a hacerlo mejor para poder hacer un curso de cosmética. Es que tampoco quiero tener 40-50 años y seguir trabajando en casas.


¿Por qué decidiste emigrar?

Es muy doloroso escuchar que estamos aquí por el «efecto llamada», hay que contar la otra versión de la historia. Nosotros no vivimos 100 años, en Senegal el promedio de vida es de 60 años. Por eso, llega un  momento en la vida yo ahora tengo 46 y soy consciente de eso. No decidimos viajar para volver con una cadena de oro, sino para ayudar a nuestras familias que son muy extensas. Nosotros nos consideramos como sacrificados. Yo lo siento mucho por mi mujer y mis hijos, ellos deberían tener a su padre al lado. Yo, por ser el hijo primogénito, me sacrifiqué. Tengo la obligación de ayudar económicamente. Cambiar esto será una tarea muy difícil porque implica cuestionar la poligamia, la contracepción, el sistema de pensiones, etc. Hay que dejar de tener hijos de esa manera. Yo sabía que no era fácil. Me costó mucho tiempo conseguir un visado, mientras más pobre eres más cosas te piden. Yo había terminado de estudiar hacía muchos años, en ese momento tuve que empezar a ganarme la vida, no se puede estar toda la vida bajo la protección de los padres: tenía que encontrar un trabajo para ayudar a la familia porque mi padre tenía un trabajo liberal y con la apertura del mercado a productos norteamericanos y europeos, el negocio empezó a ir mal.

Encontré un trabajo en una multinacional: me seleccionaron después de una entrevista a la que concurrí por un aviso en el periódico. No conocía a nadie, yo no estaba enchufado. Empezaron a pasar cosas que me parecían muy raras. Decidí marcharme entes de que me echaran. Promocionaban a mucha gente pero a mí no, las cosas son así en Senegal. Aguanté mucho tiempo pero la corrupción es muy fuerte. Ese lugar era la selva, no se cumplía la ley. Si uno no acepta la corrupción, se convierte en un enemigo. Luego me harté. Yo quería volver a Dakar. Se manda a esa región a los «sin padre» o lo que se llaman huérfanos.

Luego trabajé en la  enseñanza, daba clases de inglés en una escuela. Yo quiero un trabajo, pero no  cualquier trabajo. Intenté muchas cosas, emprendí muchos proyectos, pero las cosas no podían seguir así. Entonces decidí irme. Lo hablé con mi mujer, ella tenía que comprenderme y ayudarme, yo lo hacía para salvarla. En Senegal yo había perdido toda esperanza. Ella me sigue apoyando mucho moralmente. Este proyecto es de los dos. Ella cuida mucho a mis hijos y también ayuda económicamente porque compra y vende mercancía. Ella es muy combativa, tiene una mentalidad muy fuerte.

Proyecto migratorio y experiencia migrante real

Llegué aquí hace tres años y pico, previo paso por Francia. Yo no sabía que iba a terminar en un país en el que se habla otra lengua. Es que España está aquí, cerca de África, pero nunca pensé que viviría aquí. Sufrí en Francia muchos problemas de persecución, sobre todo institucional. Yo pensaba que siendo un país francófono todo sería más fácil, pero no fue así. Entonces decidí marcharme. Son muy hijos de puta los gobiernos, ahora se habla de la inmigración «seleccionada», nosotros queremos la inmigración concertada. Obtuve después de mucho tiempo la visa de turista, falsificando papeles demostré que tenía mucho dinero. Si hubiese tenido tanto dinero hubiese montado algo allí, ¿no? Algunos amigos que estaban aquí en Asturias me dijeron. Antes yo no sabía nada de España. Ellos me dijeron cómo se vivía aquí. Desde que llegué aquí no volví a salir hasta que conseguí los papeles.

Casi todos los inmigrantes tenemos un proyecto muy claro de lo que se viene a buscar y de lo que se quiere hacer luego, pero sin cifras, nosotros somos africanos, allí la tradición oral es muy fuerte. Estamos aquí para conseguir un capital suficiente para montar algo en Senegal: un negocio, un restaurante, etc. Sabemos que si no tenemos algo concreto no podemos seguir viviendo, además en Senegal no hay jubilación (sólo los funcionarios cobran). La jubilación son los hijos, por eso la gente quiere tener muchos. Por eso quieren que te cases temprano para que antes de llegar a los 40 te puedan ayudar.

Mi proyecto está cambiando porque yo no había contado con que podía conocer a más gente, compartir ideas y que podía tener un porvenir junto a ellos. Hoy mi proyecto puede ser la integración, ¿por qué no? Si encuentro un hueco… Qué importa dónde estemos, lo importante es estar contento, comer y hacer cosas que nos enorgullezcan. A toda mi familia no puedo traer, pero a mi mujer y a mis hijos… Otra alternativa es abrir un puente entre España y África, entonces podemos estar un poco aquí y un poco allí.

¿Cuáles son las cosas de aquí que más te han cuestionado?

Yo no sabía que había tantas diferencias. Yo no puedo vivir sin la otra parte de mi que sois vosotras. Creo que todos y todas tenemos que ir juntos, al trabajo, en la casa. Tenemos que mezclarnos. Con el tema de la mujer, nosotros al principio sólo vemos el lado femenino. Antes de entenderlo te cuesta mucho. Por ejemplo, en las asociaciones, tenemos problemas de entendimiento, de interpretación. La primera cosa que solemos preguntar es si una mujer está casada, si no, el campo está libre. Eso también genera muchos malentendidos. A nosotros nos han educado así. Una chica y un chico no pueden ser amigos verdaderos. Poco a poco fui entendiendo que una chica y un chico pueden tener otro tipo de relaciones. Aquí sin mujeres no hay nada, aquí hay que hacer con las mujeres.

¿Qué extrañas de Senegal?

Extraño ese calor humano, pero ahora muy pocas veces, porque casi siempre estoy con mucha gente. Creo que me estoy transformando poco a poco y no sé si eso es un peligro. Ahora tengo miedo de, por ejemplo, comer ciertas comidas africanas. Antes no le daba importancia a las consecuencias de nuestra alimentación. Pero el cambio no es fácil porque hay algo heredado que se ve herido. De vuelta a Senegal, ¿eres el mismo o has cambiado? Yo no quiero cambiar, yo quiero ser el mismo que conocieron. Pero cambiar tiene también algo de positivo. Debo tener el coraje de poder decir «esto no», porque nos puede costar la vida. Pero por el resto, yo voy a seguir siendo el africano que conocieron.


¿Por qué decidiste emigrar?, ¿cómo fue el proceso migratorio?

Decidí emigrar hace cuatro años luego de terminar los estudios –estudié en la Universidad una licenciatura− porque no hay trabajo en mi país. Antes de venir aquí estuve casada y me divorcié. Allí trabajé un tiempo en la enseñanza. No es común que las mujeres emigren solas, mis padres no estaban de acuerdo pero cuando yo decido algo, lo hago. El proyecto inicial era seguir estudiando aquí, pero no pude.

Al principio no encontraba trabajo entonces cambié de ciudad y trabajé en una empaquetadora de frutas. Era mejor que trabajar en el campo o en un bar. Pero todo era muy difícil: no sólo el tema del trabajo, sino el religioso. Allí conocí a mi actual marido, fuimos a Marruecos a casarnos. Volvimos a España, a él le iba bien en la construcción, pero ahora tenemos muchos problemas: él no tiene trabajo fijo y yo trabajo en una casa sólo cuatro horas por semana.

¿Qué extrañas de tu tierra?

Extraño a la familia. Si pudiera tener una casa allí para mí sola, volvería. Lo que yo no quiero es vivir con mi suegra, mi cuñado o con mi madre y mis hermanos. Cada uno hace su vida. Yo tengo experiencia en la Cruz Roja, podría trabajar en algo relacionado a eso. También quisiera que mi hija pudiera aprender árabe y vivir una vida con nosotros normal. Para mí aquí es muy difícil por ser inmigrante, sólo por ello todas las personas nos tratan mal. Muy poca gente nos trata bien. Se sufre mucho. La gente no sabe nada de nosotros, creen que somos sólo personas muy pobres, que no tenemos valores ni opiniones acerca de las cosas, ni personalidad, en definitiva, no saben cómo vivimos en Marruecos y entonces hay muchos prejuicios.

Me gusta que en Europa haya leyes y democracia. En general aquí toda la gente vive bien. En Marruecos hay poca gente que tiene mucho dinero, pero la mayoría vive malamente. Además no me gusta la relación entre hombres y mujeres. Los maridos nunca ayudan a las mujeres allí –aunque nosotras también trabajamos fuera de casa−, las tratan siempre mal. En cambio aquí es diferente. El problema no es la religión, ésta dice que los hombres deben ayudar a las mujeres. Aunque los hombres vivan aquí y vean otras cosas, siguen comportándose como si estuvieran allí con respecto a eso.

Otro tema es el de los modos en los que se establecen las relaciones entre hombres y mujeres. A mí me parece mal que la gente no se case, pero también me parece mal la poligamia, yo no puedo vivir con otras mujeres. Si yo puedo trabajar y hacer las cosas de la casa, ¿por qué buscar a otra? Ya le dije a mi marido que si tiene otra esposa, yo me marcho. Me parece mal que sea una obligación.

El proyecto por ahora es encontrar un trabajo y seguir en España para juntar dinero y así poder comprar una casa en Marruecos y tal vez vivir un poco allí y un poco aquí, después que mi hija decida dónde quiere vivir.


Este trabajo no hubiera podido realizarse sin la inestimable colaboración de Pili Quintana de Asturias Acoge, por su escucha siempre atenta y sus palabras de acompañamiento. Por ello, muchas gracias.

El aborto en primera persona (La Madeja nº 0)

Una de las máximas que rige esta sociedad es aquella que nos dice: «si de algo no se habla, eso no existe». Pensándolo detenidamente, creemos que es cierto, y la prueba está en que a las vidas de las mujeres, sus relaciones, sus problemas –que en muchas ocasiones se desarrollan en el ámbito privado–, no se les ha dado la importancia que implican. Y así, muchas situaciones se han solucionado de las maneras más diversas sin que la idea general «de lo que debía ser» se manchara.

Uno de los ejemplos más claros es todo lo relativo a la sexualidad y la vida reproductiva de mujeres y hombres y, por eso, seguramente, la ley del aborto se mantuvo tal y como estaba desde 1985. Mientras todo se acomoda a lo que se espera socialmente, no hay problema, pero, ¿qué pasa cuando no es así? Yendo más allá, y conscientes de los estrechos márgenes de libertad que tenemos en este sentido, nos preguntamos: ¿realmente en algún caso la vida real puede adecuarse a «lo que debe ser»?

Nosotras hemos empezado a mirar a la gente que nos rodea y a preguntarnos si no merece la pena, como forma militante −¿por qué no decir revolucionaria?−, el hablar abiertamente sobre estos temas, para hacer que la palabra se libere y así conseguir que deje de darnos miedo. Miedo precisamente a advertir que las situaciones vitales no son tan lineales como pensamos.
Hemos entrevistado a tres personas, dos mujeres y un hombre; ellas han vivido el proceso del aborto de manera encarnada; él, estando muy cerca y quizás muy lejos a la vez. Son historias personales reales, pero no aparecen sus nombres; podríamos ser cualquiera de nosotras y nosotros. Son historias de la colectividad.

Entrevista 1

Aborté en una clínica privada de mi ciudad. Decidí ir ahí porque me lo recomendó alguna amiga.

Hola, para esta historia no voy a decir mi nombre, porque es algo que cuando me pasó no conté a mi familia. En todo momento, la que era mi pareja de entonces, vamos a llamarle Rafa, me apoyó como supo en la decisión y en la situación, pero aun así lo peor de aquel momento fue estar sola en el quirófano. Además, al despertar al día siguiente, me apetecía verlo y estar arropada en sus brazos. Pero fue imposible, pues tuvo el teléfono desconectado toda la mañana. Cuando conseguí hablar con él me contó que había salido de fiesta toda la noche y que había llegado a casa de buena mañana… Por eso no me cogía el teléfono, estaba durmiendo. Ese día, por si no me había quedado suficientemente claro el día anterior en el quirófano, comprendí la diferencia entre ser hombre y mujer y lo diferente que afectan estas cosas, por mucho que el hombre se quiera sentir implicado. Al final eres tú, la que estás ahí en el quirófano sola. Moraleja: Las irresponsabilidades se pagan.

¿Por qué y en qué circunstancias tomaste la decisión de abortar?
En ese momento estaba matriculada en la universidad, aunque no estudiaba nada y trabajaba en lo que podía para salir de fiesta. Era una época muy fiestera y en la que había perdido el rumbo en mi vida. No recuerdo exactamente qué edad tenía en ese entonces, la verdad es que no me suelo acordar de los años. Tendría alrededor de 22 años o así. Tardé un poco más de un mes en darme cuenta de que estaba embarazada, en cuánto noté la primera falta, me hice la prueba.

Tomar la decisión me llevó alrededor de una semana, era lo mejor para mí, para el futuro bebé y para Rafa. En esos momentos no sabía ni cuidar de mí misma. ¿Cómo iba a tener un crío? Fue una decisión compartida entre Rafa y yo. El proceso fue duro, en el sentido de que me dolió que Rafa no dudara un instante de que esa era la decisión debida. Fue una contradicción, porque aún sabiendo que era lo mejor para todos (incluyo al bebé), me dolió que ni siquiera lo dudara. Fue un golpe a mi amor por él.

Eso sí, tenía superclaro que no iba a decírselo a nadie de mi familia. No quería hacer sufrir a nadie más y sobre todo a mi madre. Se me encogía el corazón en un puño con sólo pensar que se pudiera enterar. Afortunadamente he abortado sólo una vez. Para mí fue muy doloroso. Es un hecho que he preferido olvidar.

Aborté en una clínica privada de mi ciudad. Decidí ir ahí porque me lo recomendó alguna amiga. El proceso fue fácil: te preguntaban por qué querías abortar y te informaban de la posibilidad jurídica a la que te podías atener y del precio. Como Rafa y yo teníamos el dinero que costaba, pues adelante. No recuerdo si me informaron de todas las posibilidades, es decir, los tipos de abortos que se podían practicar según el caso. Como ya he dicho, mi mente intentó olvidar todo aquello que me estaba pasando desde el primer momento. No sé el nombre exacto del aborto que me practicaron, pero fue por succión o algo así. Recuerdo el sonido y lo mal y sola que me sentía. Eché mucho en falta el tener una mano a la que agarrarme. Fue una experiencia horrible, que se me hizo interminable. Me acompañó Rafa, pero cuando aborté, él estaba en una sala de espera… Él estaba fuera y yo dentro… Encontrándome fatal… Fue muy duro.

¿Sentiste algún tipo de presión al tomar la decisión?
No, la verdad es que no sentí ningún tipo de presión. Entre mis amigos somos muy respetuosos los unos con los otros. Y además, mis mejores amigas y amigos me apoyaron en todo momento. No noté ninguna presión social y lo intenté olvidar…

¿Qué repercusiones, si las tuviste, psíquicas y/o físicas notaste?
Pues no sé, físicamente, estuve fatal la noche después de que me realizaran el aborto y como no tenía mi propia casa, tuve que ir a dormir a casa de mi abuela y estar allí, pero sin contarle nada. No quería matarla del disgusto. ¿Repercusiones psíquicas? Que lo paso fatal cuando voy al ginecólogo, antes no me pasaba, pero ahora me pongo muy nerviosa. Pues, en un principio yo pensé que a mí me iba a afectar menos de lo que en realidad me afectó, que fue bastante. Menos mal que he encontrado un ginecólogo de confianza, porque encima el año pasado me descubrieron que tenía el Virus del Papiloma Humano y me tuve que operar, y ahora estoy de revisiones…

Antes de pasar por esta situación, ¿tenías una opinión respecto del aborto?
Sí, pensaba que era una decisión de cada mujer y que en cada caso era diferente. Pienso que es algo que tiene que estar permitido para todas las mujeres, porque no hay nada peor que traer un hijo al mundo sin quererlo tener, sea por las razones que sea… Por otro lado, me dan miedo las noticias cuando informan de que las chicos de ahora cada vez se inician antes en las relaciones sexuales y que aunque hay mucha información, muchos no conocen los métodos anticonceptivos, o no los utilizan. Los veo muy inmaduros para afrontar una situación como ésta.

En la actualidad, ¿hablas abiertamente de esta experiencia o forma parte de tu intimidad?
Forma parte de mi más estricta intimidad y como ya he dicho, es algo que no me gusta comentar.

¿Cuál es tu relación con la maternidad?
Pues ahora mismo pienso que me gustaría tener hijos, si me da tiempo… Porque tengo 34 años y por ahora mi vida no tiene la suficiente estabilidad como para mantener un churumbel, porque estoy desempleada. Por otro lado, estoy sorprendida positivamente porque por primera vez me ha entrado el instinto maternal y desde hace un año estoy viviendo con un chico increíble con el que sí estoy segura que me gustaría formar una familia.

Entrevista 2

En primer lugar nos gustaría preguntarte sobre el contexto en el cual te enfrentaste a la decisión de tener que abortar

Yo tuve leucemia con 19 años, y eso dejó huellas, entre otras, físicas, en mí. Una de ellas, y en todo momento asesorada por mi hematólogo, era la certeza de que yo era estéril. Además, había mantenido durante más de un año relaciones sexuales sin protección con mi anterior pareja estable, sabiendo, o creyendo, que no había riesgo de quedarme embarazada. Tenía 26 años y acababa de empezar a salir con un chico. Tras un período en que vamos creando confianza, comenzamos a mantener relaciones sin preservativo.

Aunque resulte realmente difícil de creer y un tanto absurdo, fue mi recién estrenado noviete, tras llevar cuatro meses saliendo, el que se da cuenta de mis cambios físicos y de humor (y hace memoria de la última vez que tuve la regla). Me hago la prueba y me percato de la verdad. No tuve duda en ningún momento de la decisión a tomar, porque ya estaba tomada.

Provengo de un entorno muy desestructurado; se me ocurre que es la primera de las causas, entre muchas, por las cuales siempre supe que la maternidad humana no iba conmigo. Yo soy mamá gata (con una gran sonrisa). ¿Qué le voy a hacer? Adoro a los animales y jamás me han gustado los niños. Nunca he sentido que mi cuidado, el cuidado ajeno, mi instinto protector y un montón de factores y cualidades que tengo, tuvieran que pasar por la maternidad humana.

A pesar de llevar muy poquito tiempo, mi novio de entonces era muy tradicional e inseguro (posesivo, dependiente) y encima era católico. Eso no provocó ni un minuto de duda en mi decisión, pero sí una tremenda presión coercitiva por su parte, chantaje emocional y transmisión de culpa. No soy en absoluto inmune a esas cosas, y menos lo era con 26 años.

Así pues, sin duda, me dispuse a abortar. A los pocos días de enterarme ya estaba abortando en una clínica privada, porque no quise ni tantear la Seguridad Social previendo una negativa.

Sin embargo… Lo que son las cosas. La vida se aferra. Yo estaba embarazada de ocho semanas, y ¡era una hormona con patas! ¡Lo que lloré tras abortar! Físicamente me sentía destrozada y «algo» me había sido arrancado de mi ser… Y mientras, yo pensaba: «pero si es lo que quieres; está bien; todo está bien…». Y ni así. La vida se aferra. El pelo crece, los tumores también, y cualquier embarazo atraviesa no sólo el cuerpo, sino la emotividad, porque para llevarlo a término precisa de cooperación del «ser invadido». Yo me lo explico así de racionalmente, pero el dolor fue intenso.

Cuéntanos cómo fue todo el proceso, tanto desde el punto de vista más práctico (a dónde fuiste, cómo se realizó el aborto) hasta el más físico y personal (cómo te sentiste a lo largo del mismo).

Abortar en sí, el hecho físico de abortar, en mí fue dolorosísimo. Yo tengo un umbral de dolor muy bajo, y además hubo de practicárseme un aborto «doble»: tengo útero arcuato (bifurcado), así que el dolor físico fue tremendo y doble.

Lo hice en una clínica privada que funciona en Gijón y Oviedo. Yo soy de Oviedo, pero o bien no existía en Oviedo en aquella época (febrero de 2001) o bien no me enteré y el caso es que fui a Gijón. Me la recomendó una conocida. Fue el único contacto previo que tuve con la clínica en cuestión.

Repito que la decisión fue por no alertar a la Seguridad Social, por miedo. Tal cual. Me trataron con cordialidad en la clínica, pero el proceso quirúrgico fue extremadamente doloroso, y no sé si sólo ocurrió así en mi caso o es en general; no sé si hubiera sido conveniente anestesia general o un análisis previo de mi capacidad de superación del dolor, o un mero estudio de mi útero para no realizar esa doble intervención.

Lo malo es que además llegaba tarde para el aborto farmacológico (pasaba, creo, un par de semanas del límite).

Por otra parte, me sentí un tanto estúpida cuando en la clínica, una vez pagado el dinero, me dicen de manera un tanto liviana que bien podría haberme practicado el aborto gratuitamente en la Seguridad Social debido a mis anteriores problemas médicos (hubiera podido peligrar mi integridad física de haber continuado con el embarazo). Es decir, con los años sí he tenido una sensación de frustración, de falta de información (falta de compromiso propio con mi salud y también responsabilidades ajenas que ahora veo con mayor claridad, como la falta de asesoramiento).

Yo llamé por teléfono, yo me cité para el aborto. Y me acompañaron a Gijón mi mejor amiga y mi novio, quienes estuvieron conmigo en el despacho previo pero no me pudieron acompañar al quirófano. Sí supe posteriormente que oyeron mis gritos de dolor y mis lloros.

Recuerdo haber pensado que me habían engañado cuando me dijeron que el dolor más intenso que es capaz de pasar un ser humano es una biopsia medular, seguido de un parto, que desconozco. En aquel momento me pareció, habiendo sufrido 4 biopsias medulares, que jamás había sentido un dolor tan grande y tan penetrante.

Tras el aborto, tuve que apoyar a mi traumatizado y destrozado novio, y el único apoyo real que tuve fue el de mi incondicional amiga, que me respaldó y entendió en todo momento.

Antes de pasar por esta situación, ¿tenías una opinión respecto del aborto y varió la misma a través de tu experiencia?

Siempre apoyé el aborto, siempre, desde que recuerdo. No tuve ninguna duda cuando me tocó a mí. Además, siempre he pensado que las decisiones en tu vida las tienes que tomar antes de los acontecimientos, porque si no, tu voluntad y tu emotividad están presas de las circunstancias, están secuestradas.

¿Sentiste algún tipo de presión social antes o después de tomar la decisión?

No admití ninguna presión social, que sabía que tendría, por parte de la conservadora familia de mi entonces novio, y de algún conocido mío; no las admití y simplemente mantuve el tema en secreto hasta una vez realizado. No iba a admitir injerencias en un momento tan delicado.

¿Qué piensas hoy en día de la maternidad y del derecho al aborto?

La maternidad me parece un trabajo entregado y laborioso, y es un tema muy, muy complejo. Creo en la crianza natural, en la ausencia de autoridad… No entiendo ni la maternidad social, obligada y alienante; ni la maternidad mística, devota y sacralizadora de la mujer; ni la maternidad autoritaria, ausente y dictatorial. Hay miles de maternidades, como miles de cuidados, que me parecen horribles. Pero el cuidado libre y afectuoso, como la maternidad libre y afectuosa, me parecen compromisos afectivos y solidarios de gran alcance, dignos de mi admiración.

Respecto al aborto, siempre he estado a favor de los plazos, pero ahora he refinado un poco esa tesis, planteando con sumo cuidado mis ideas según en qué foro. Me explico: estoy en una organización anarcosindicalista en la que se defiende sin matices el aborto libre y gratuito; políticamente, estoy de acuerdo; no se le debe restar ni un ápice de autonomía y responsabilidad a la mujer. Dicho esto, y en aras de esa responsabilidad, sumo mi ética y constriño esa decisión a lo que a mí me parece razonable y ético: el aborto debiera ser practicado, si esto es posible, antes de la viabilidad autónoma del futurible nacido. Así pues, existirán excepciones respetables de circunstancias no sabidas o sobrevenidas posteriormente que deberán permitir la libre disposición de la mujer; pero en el mantenimiento de las mismas circunstancias, no abortar a los tres meses y abortar a los seis, no me parece razonable. También es cierto que los casos de irresponsabilidad, que los hay y los habrá, son mínimos y en ningún caso representativos, y no deben jamás limitar la actuación de las mujeres, que como ciudadanas se nos debe presuponer adultas, independientes y responsables.

Entrevista 3

Mi compañera se embarazó en el año 1999. Yo tenía 20 años, ella 22. Estábamos de viaje por América Latina. Cuando nos dimos cuenta de que estaba embarazada, estábamos en un pueblo de Nicaragua.

¿Cómo os sentisteis cuando os disteis cuenta de que tu compañera estaba embarazada?
Fue como un susto, como que nunca habíamos pensado que podía pasar y como que de pronto relacionábamos la relación sexual con su función. Algo que compartimos mucho entonces los dos era que «claro, somos animales mamíferos, y follamos para la reproducción ». A menudo, la sexualidad está representada y es tema de conversación en la sociedad, en los medios de comunicación, con los amigos… como seducción, en términos de cómo tener una sexualidad sana o de hacerlo bien o mal, de pasarlo bien o mal, pero casi nunca se relaciona con la función de tener hijos. Me refiero a la vivencia de los jóvenes.

Habitualmente damos mucha importancia a nuestras vidas intelectuales y afectivas. Y de repente los cuerpos crean algo que no has deseado, que no has pensado, y es mucho más potente que lo que puedes desear o crear a nivel intelectual.

¿Cómo fue el proceso de decidir realizar un aborto?
Nos surgieron muchas preguntas, pero nunca nos planteamos tener el bebé. Estaba muy claro para los dos. Fue una decisión de los dos. Teníamos claro que no lo queríamos, que no podíamos tener ese hijo en ese momento, así que lo que pensamos fue en cómo lo íbamos a hacer. El aborto es una práctica ilegal en casi todos los países de América Latina, pero encontramos rápidamente una Casa de la Mujer en Nicaragua donde una persona muy competente y muy agradable estuvo dispuesta a practicar el aborto en un pueblo.

El embarazo no estaba nada avanzado, así que el aborto fue de muy pocas semanas. Pero no fue con medicación, pues allí lo practicaban con las pinzas. Fue muy doloroso, muy violento. Yo no estuve, no podía, como que nunca se planteó. La mujer que lo hacía nunca mencionó la posibilidad de que yo estuviera presente, ni mi compañera. Creo que como para mí era difícil enfrentarme a esto, no di yo el paso de decir «oye que yo quiero estar, yo quiero acompañarte más». Sentía que no estaba invitado y no hice el esfuerzo de estar… Por miedo. Hoy sí que, con la reflexión que he hecho, hoy sí que tendría que estar. Creo que también no poder haber asistido influyó en el proceso de duelo.

¿Cómo vivisteis ese proceso de duelo que mencionas?
Para nosotros realmente hubo creación, en el sentido de los cristianos también. Hay vida. Sentimos que habíamos creado vida y que habíamos matado esta vida. Es un vocabulario que utiliza la gente que está en contra del aborto, pero es el que uso yo también para hablar de esto. Es un asesinato, sin el sentimiento de culpa, porque estábamos muy seguros, pero sí hay la creación de una vida y su muerte. Lo que pasa es que era una muerte deseada… ¿Cómo hacer el duelo de esto?

Fue algo muy difícil de digerir, de asimilar…, sin tener las palabras para compartir el dolor de mi compañera. Fue muy difícil y no sabíamos compartirlo bien. El dolor fue sobre todo suyo. Yo había vivido algo que había sido difícil, pero de una manera mucho más intelectual; es dolor también, pero no es el mismo registro. Yo me sentí muy desamparado, inútil para apoyarla. Acabé el proceso de duelo 8 años después, sólo hace tres años, cuando nació mi tercer sobrino. Se quedaron embarazadas a la vez mi hermana y la misma chica que abortó en Nicaragua, con otra pareja. Viví unos meses con muchísima presión por dentro sin saber muy bien lo que era… Y cuando nacieron los bebés, fue una liberación importante. Volví a vivir de manera intensa todo lo que había pasado en Nicaragua, pero con una liberación al final.

¿Cuáles crees que deben ser los límites para el aborto?
Creo que la decisión está relacionada con el deseo. Tiene que ser un poco deseado, a veces es poco, pero algo deseado, deseo suficiente para que nazca y un poco más. Un niño no deseado no se va a poder construir de manera equilibrada. Es mi visión. Pero el límite sería éste, más que un límite en el proceso.

Dices que la decisión la tomasteis juntos. Si uno hubiera deseado tener el hijo y el otro no…
En este caso, yo creo que la mujer tiene mayor peso. En este caso hubiera decidido ella. No puedes imponer a otro cuerpo, por fuerza, embarazarse. En caso de no acuerdo es la mujer la que tiene la palabra, pero de hecho.

¿Cómo fue la actitud de la gente cercana?
Estábamos muy aislados, de viaje en un continente donde no teníamos lazos afectivos importantes. Cuando dije que yo me sentía muy inútil frente al duelo de mi compañera… Lo que no sabía hacer yo, quizás una amiga, una hermana o su madre hubieran podido hacerlo, acompañarla mucho mejor. Es muy violento vivir el duelo solo.

Después de un tiempo, lo comunicamos. Lo compartimos con quienes nos parecía importante hacerlo. Mi compañera tuvo la necesidad de compartirlo primero con su madre. Igual que cuando tienes un embarazo deseado, pues habrá una conexión natural con tu madre. Yo, después de meses, sentí la necesidad de compartirlo con amigos cercanos. A mí me cambió. No mucho, pero sí hace parte de mi personalidad haber vivido esto.

La mujer que lo hacía nunca mencionó la posibilidad de que yo estuviera presente, ni mi compañera. (…) Sentía que no estaba invitado y no hice el esfuerzo de estar… Por miedo. Hoy sí que, con la reflexión que he hecho, hoy sí que tendría que estar.

¿Piensas que podrías volver a decidir, junto con tu pareja, interrumpir un embarazo no deseado?
Creo que sí. Volvería a depender de las condiciones en que nos encontrásemos. Porque tú puedes tener un “niño sorpresa”, no esperarlo y tardar unas semanas en alegrarte del embarazo, pero sólo si en el fondo lo deseabas un poco. Pero en el caso de que no lo desees, o de que las dos personas no lo deseen, creo que lo que se impone es no tener al bebé. Pienso que volvería a ser exactamente lo mismo y a lo mejor con la misma violencia. Para nada creo que puedas aprender. Y no creo que a una mujer que tenga tres abortos le vaya a salir mejor el tercero. Es la misma sorpresa y el mismo trauma. No sé por qué, pero creo eso.

Ya para terminar, en la sociedad ¿crees que es prevenible que haya abortos?
En política de prevención, en la época en que yo era adolescente, el SIDA lo ocupó todo. Lo del SIDA era muy fuerte… Estaba muriendo mucha gente, así que fue normal la reacción de la sociedad. Toda la educación afectivosexual que hemos recibido era sobre el SIDA. Las asociaciones venían a sensibilizar, a decirte cómo debías comportarte. Pero eso no te invita a reflexionar mucho, sino a tomar conciencia del riesgo de las enfermedades.
Todo lo relacionado con que mi cuerpo puede generar vida y qué es desear y no desear la vida son temas súper interesantes a los que los adolescentes se apuntarían, porque es una manera de hablar de sexualidad sin hablar de cosas vergonzosas. Hablar de sexualidad de verdad, no de una forma superficial de sexualidad.