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Migraciones (La Madeja nº 1)

Relato de un camino: una perspectiva feminista de las migraciones

Cuando decidimos que el tema central de este número fueran las migraciones, nos surgieron muchas preguntas: ¿qué significaba una mirada feminista de las migraciones?, ¿hablar sólo de la situación de las mujeres migrantes, del lugar que ocupamos en los procesos migratorios?, ¿o hablar también y particularmente de la situación de las mujeres migrantes?; ¿qué significaba para nosotras, mujeres feministas de aquí y de allí, el encuentro con otras mujeres?; ¿dónde queda la teoría?, ¿en qué medida nos ayuda a construir discursos y prácticas feministas acerca de las migraciones? En fin, ¿qué podíamos decir nosotras sobre las migraciones? Y sobre todo… ¿cómo íbamos a decirlo?

Las decisiones fueron tomadas colectivamente e implicaron, por ello, mucho tiempo de reflexión sobre las palabras, las perspectivas, los números – «a veces también importan»–, las tonalidades, etc. Hablar de las migraciones suponía hablar de los motivos macro, es decir, de las circunstancias políticoeconómicas que producen los procesos migratorios: se trata justamente del ciclo de (re)producción capitalista, pero no sólo de bienes de consumo para las personas, sino también de personas como bienes de consumo. La mirada que intentamos construir supone, para nosotras, un análisis crítico de la sociedad capitalista globalizada en la que vivimos, una sociedad en la que es necesaria la existencia de personas que, por no tener nada más que intercambiar, sólo tienen su propia vida, su fuerza de trabajo, con la que pagarán el precio necesario para la supervivencia. Denunciar esta realidad fue uno de los motivos que nos llevó a plantear este dossier.

Las palabras y los estilos: cambio de perspectivas…

Como pensamos que las palabras también construyen la realidad, decidimos hablar no sólo de inmigraciones, sino de migraciones. Este matiz nos permitía cambiar la perspectiva, dibujar cartografías no centralizadas –repitiendo historias, contando desde el centro lo que está en la periferia– desde las que abordaríamos los tránsitos geográficos en ambas direcciones: las inmigraciones siempre suponen emigraciones. Intentamos hacerlo desde una mirada histórica, geográfica y políticamente situada, es decir, asumiendo el contexto desde el que escribimos. Por ello, mayoritariamente, los textos giran alrededor de la realidad de las personas inmigrantes, es decir, de las circunstancias en las que viven en el Estado español. Pero también quisimos tener en cuenta el significado que tiene para ellas dejar su lugar de origen y el análisis de esas realidades previas. Se estableció de esta manera un laberinto de palabras cruzadas, frente a las que nos sentimos interpeladas. Pero… ¿cómo contaríamos esta pluralidad de enfoques?

Una vez más, la elección fue la diversidad de estilos. Las palabras, entonces, recorrieron espacios poéticos, académicos, periodísticos y también estadísticos. Digamos que intentamos construir esta mirada multifocalmente. Por ello, encontrarán en el dossier no sólo los análisis y reflexiones sobre los que vienen trabajando algunas compañeras, sino también, las observaciones e impresiones que otras tenemos de la experiencia de migrar. En este sentido, creemos que una mirada feminista implica pasar del análisis macropolítico a las historias particulares de quienes (so)portan estas realidades, porque sólo así es posible sentir, (re)conocernos en las mismas. Encarnar las historias impide desviar la mirada. Como dice Eva Martínez: «Cada día se hace más difícil –debe hacerse más difícil– continuar con nuestra vida cotidiana: caminar tranquilamente por las calles, tomarnos algo en un bar, coger un autobús, sabiendo que ese vendedor ambulante que nos ofrece películas en la plaza o en el bar puede ser detenido en cualquier momento o que subirse a un autobús puede significar un viaje directo al CIE para cualquiera que no tenga papeles»*.

Hablar desde una mirada feminista supone, por supuesto, hablar de mujeres, de quienes salen menos en los medios y las estadísticas. Hablar de mujeres es no sólo hablar de aquellas que llegan al Estado y que son invisibilizadas desde las estadísticas oficiales –por trabajar en el servicio doméstico, la prostitución y, en general, en los cuidados−, sino también, de las mujeres que se quedan allá, de aquellas compañeras –madres, hermanas, hijas mayores, tías, vecinas, etc.– que sostienen las migraciones de hombres y mujeres. Pero creemos, además, que pensar esta problemática desde una perspectiva feminista es también hablar de hombres: de sus propios caminos, de sus preguntas y dificultades, de sus situaciones; de cómo, a veces, también realizan trabajos de cuidados, no sólo como trabajos asalariados, sino también como modo de ocupar(se) de esas tareas que ya no pueden realizar las mujeres. ¿Supondrá esto cambios en los roles de género?

Los encuentros y las migraciones de los feminismos

Las migraciones producen encuentros y desencuentros inevitables. Encuentros de mujeres que venimos de latitudes, culturas, y realidades distintas; que hemos crecido de diferentes maneras y hemos, cada una, optado por un modo posible de hacer frente a nuestras circunstancias. En el encuentro, estas diferencias salen a la luz interpelando nuestras historias y reivindicaciones.

Se trata, entonces, de cómo nos encontramos, de qué hacemos, sentimos, sufrimos cuando estamos junto a otras. Los feminismos pueden y deben pensar acerca de estos encuentros con otras que nos traen su mundo al nuestro. Habrá que transmigrar en los saberes de aquí y de allá, inventando espacios que nos permitan seguir construyendo un modo posible de estar juntas.

* MARTÍNEZ, Eva (2010), «Prólogo» en Romero, Eduardo, Un deseo apasionado de trabajo más barato y servicial. Migraciones, fronteras y capitalismo, Oviedo, Editorial Cambalache.

Las migraciones y la huida de la(s) crisis (La Madeja nº 1)

Eduardo Romero

De este lado de la valla que separa frica de Europa, de este lado del control policial que limita América Latina y la UE, la crisis ha podido presentarse como un hecho de carácter temporal
–incluso efímero – y, sobre todo, como una anomalía fruto de los excesos. Medio siglo de continua expansión del consumo de masas en esta pequeña porción del planeta y de disolución –en plena bacanal de imágenes y de tecnologías «informativas»– de la memoria histórica de los pueblos, han generalizado la ridícula impresión de que el crecimiento económico y el aumento del «nivel de vida» del conjunto de la población iban de la mano y, además, eran «para toda la vida».

Sin embargo, lo anómalo y extraordinario era precisamente esa expansión aparentemente sin límites, iniciada a partir de los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial –matar millones de personas y devastar países enteros es un estupendo punto de partida para comenzar a hacer negocios– y prolongada mediante la aceleración de la destrucción ecológica del planeta, la intensificación de la explotación de los seres humanos, el consumo de los ingresos futuros (hipotecas, grandes obras públicas, etc.) y, por supuesto, nuevas aventuras bélicas capaces de acabar con población y capitales «sobrantes», además de garantizar recursos estratégicos a las grandes potencias capitalistas.

Para retrasar la crisis en Europa y en Estados Unidos, fue necesario expandir y profundizar esta destrucción ecológica y social en otras partes del planeta; mejor digamos: en la mayor parte del planeta. Una de las principales consecuencias de este proceso ha consistido en que cada vez es más anómalo entre la población mundial un ¿derecho? que quizás hayamos dado por sentado demasiado rápido: el de vivir en la propia casa. Y con la palabra casa no me refiero a una vivienda, más o menos digna, sino a la casa a la que se refiere mi amigo Abdel –que no la ha visto desde hace siete años; ahora tiene 19– cuando dice: «aunque sólo sea por unos días, necesito volver a casa».

Poder vivir en casa es una experiencia cada vez más restringida. Así que las migraciones –que también se nos han presentado como hechos extraordinarios fruto de «efectos llamada»– son, al igual que las crisis, la «normalidad» del capitalismo. Basta una pequeña dosis de memoria para corroborarlo: hoy hay casi seis millones de inmigrantes en el Estado español, pero hace apenas medio siglo, en una sola década –la de los años 60– tres millones de personas emigraban del campo a la ciudad en el Estado español y más de un millón se dirigía a otros países de Europa. Sin millones de personas dispuestas a convertirse –por las buenas o por las malas– en una fuerza de trabajo barata y servicial, la historia de la Unión Europea hubiera sido otra. Sin millones de personas aterrorizadas por los Centros de Internamiento de Extranjeros, las redadas racistas y las deportaciones, dispuestas por tanto a trabajar en condiciones  impensables para buena parte de la población autóctona, el crecimiento económico del Estado español entre 1994 y 2007 hubiera quedado en suspenso.

Si ampliamos nuestra mirada al conjunto de la historia del capitalismo, comprobaremos que los orígenes del mismo están íntimamente ligados a la desposesión de poblaciones enteras, principalmente comunidades campesinas, impelidas a emigrar para salvar la vida. Por otro lado, la continua expansión de la población urbana, que hoy en día es casi tanta como la rural, es un síntoma de que los procesos de «acumulación originaria» no se limitan a los orígenes históricos del capitalismo; por el contrario, están plenamente vigentes y son una de las causas principales de que las migraciones interiores –del campo a la ciudad, de territorios ecológicamente devastados a otros menos degradados, de zonas de guerra a territorios libres de conflictos bélicos– son los movimientos de población más numerosos hoy en día.

Poder vivir en casa es una experiencia cada vez más restringida. Así que las migraciones –que también se nos han presentado como hechos extraordinarios fruto de «efectos llamada»– son, al igual que las crisis, la «normalidad» del capitalismo.

Por diversos motivos, el papel de las mujeres siempre ha sido relevante en las migraciones bajo el capitalismo, y probablemente su importancia no ha hecho sino acentuarse. Su posición subordinada a los hombres respecto a los derechos de propiedad no solamente ha provocado su marginación a las peores tierras o la prolongación de su jornada laboral hasta la extenuación para suplir el trabajo de los hombres, reclutados para los cultivos comerciales o emigrantes a las ciudades; sino que muchas mujeres han encabezado el éxodo hacia las
áreas urbanas: a finales del siglo XIII en Europa –como señala Silvia Federici en su libro
Calibán y la bruja– pero también a principios del siglo XXI, desplazadas por los monocultivos
comerciales y «atraídas» por la expansión de la economía informal y los servicios en las gigantescas conurbaciones de las periferias.

El protagonismo de las mujeres en las migraciones internacionales remite a procesos, en las periferias y en los países capitalistas «avanzados», claves en el desarrollo crítico del capitalismo: el colapso de las ciudades periféricas empuja a muchas mujeres –generalmente principales o únicas proveedoras de recursos para sostener a sus familias– a aventurarse al periplo de la migración transoceánica, dejando atrás a abuelas o hijas a cargo de las personas dependientes de la familia. Este movimiento no sería posible sin la concurrencia de un proceso complementario en los países «centrales»: sus mercados de trabajo están ávidos de mujeres jóvenes dispuestas a ocupar empleos en sectores vinculados al trabajo de cuidados, condición necesaria para que las mujeres autóctonas se incorporen masivamente al trabajo asalariado; y sus gobernantes y empresarios codician la llegada de mujeres inmigrantes que contrarresten –aunque sea parcialmente– la tendencia de las mujeres autóctonas a tener
menor descendencia*: el envejecimiento y la disminución de la población activa no son una amenaza menor para el capital europeo.

Romper con los límites ecológicos y humanos es tarea conocida por el capital, que desearía que las mujeres europeas pariesen hijas e hijos a la vez que se incorporan a los tramos más precarios del trabajo asalariado, y además siguiesen cargando con todo el trabajo de cuidados del que se pueden desentender los hombres. Por el momento las migraciones son, también, otra huida hacia delante para contener esta crisis.

*No es que las mujeres europeas consideren «necesariamente» que la maternidad es una cosa
del pasado, una desgracia o una esclavitud; pero quizás se es esclava cuando además de ser
madre debes trabajar 40, 50 ó 60 horas a la semana a cambio de un salario.

Tierra de frontera (La Madeja nº 1)

Laura Casielles

Los dueños de las puertas son enemigos nuestros
es una mierda eso que dicen de que no hay enemigos
a cada centímetro que avanzamos
conocemos a un nuevo enemigo
y los más antiguos que tengo
son los dueños de las puertas.
(Pedro del Pozo)

-I-

En Yacoub Al Mansour, al final de la cuesta se puede ver el mar. Por lo demás, hay un jardín donde suenan los djembés y un restaurante que este viernes va a preparar cuscús a la manera de Senegal.

En el primer centro de acogida a migrantes del país, que se alza como una fortaleza en el corazón del barrio, nos dicen: «lo que tradicionalmente querían estas personas era llegar a Europa, pero cada vez más gente se queda a vivir aquí, así que lo importante es que la población inmigrante y la marroquí se conozcan».

Cuesta abajo, al final de las calles, sigue estando el mar.
Hay quien continúa viéndolo como la puerta para irse.
Hay quien empieza a mirarlo para ver llegar.

-II-

«Una de las cosas que hace que los jóvenes mantengan el deseo de irse es que saben, a una edad temprana y con carácter irreversible, que nunca tendrán el derecho de ir a Europa. Cualquier niño sueña que va a ir a un partido de su equipo en Barcelona, que se va a hacer una foto con la torre Eiffel: pero a él se le priva del sueño. Les llega la misma información, las mismas películas, los mismos productos que invaden los mercados, y todos dicen: ‘globalización, el mundo es pequeño. Pero tú no, tú no puedes viajar’.

(…)

Esto es así, pero también hay que preguntarse: ¿qué pasa en un país para que nadie se quiera quedar?»

(Amina Bargach, psiquiatra, entrevistada durante un encuentro profesional sobre menores migrantes. Julio de 2010)

-III-

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La tribu de Fatna, la de los bereberes Ait Sgugu, vive del pastoreo al pie de las montañas en Azaghar, en unas tierras que por tradición les pertenecen de manera colectiva. Ahora, un proyecto del Ministerio de Agricultura pretende cultivar allí una planta llamada atriplex.

(Viven del campo: el convenio dice que va a crear empleo en el campo. El bosque es su país: el convenio dice que va a proteger el bosque. En sus casas no hay nada superfluo: el convenio dice que va a hacer las tierras rentables.)

Junto al fuego, lejos de donde discuten a gritos los representantes de la comuna con los delegados que han venido de la ciudad, Fatna nos dice que durante los cinco años que la planta tarda en crecer, quinientas familias se quedarán sin pasto para las ovejas y vacas que son su único sustento. Nos cuenta en secreto que, desde que se negaron, cada semana un coche de policía corta la única carretera que lleva al pueblo, para que no pueda llegar el camión con el que van al zoco más cercano a cambiar leche por verduras, lana por jabón.

«El proyecto los condena a irse a la ciudad, donde, como no tienen nada, tendrán que vivir en los barrios de chabolas, en los que nacen la pobreza y la delincuencia», explica nuestro traductor. «Si se implanta, ¿de qué sirve que hagan luego aquí una escuela o una carretera? La gente ya se habrá tenido que ir».

– IV –

Al norte, al sur, al este, al oeste, en las ciudades y las aldeas, sobre los chamizos y en lo alto de los inmuebles, un mar de parabólicas ha cubierto el país.

Dicen las abuelas que antes se podía recorrer la ciudad entera saltando de terraza en terraza.

Ahora lo que es realmente fácil es saltar de Eurosport a la MTV.

-V-

La revista de prensa deja sobre la mesa un fardo de pájaros muertos.
Diario Aujourd’hui, 3 de septiembre de 2010:

Lo que cambia para la mujer durante el ramadán
Además del aspecto vestimentario, la mujer marroquí tiene durante el mes de Ramadán un gran cambio en sus costumbres: dormir poco y esforzarse mucho para ocuparse mejor de sus tareas domésticas. (…) Ella sabe que tiene la misión de mantener un ambiente cálido y festivo en su hogar. (…) «No encuentro las palabras para explicar mi alegría por encontrarme, tras la ruptura del ayuno, acompañada de mi familia y saboreando los platos que he preparado para ellos». (…) Pese al aumento de sus tareas domésticas durante el Ramadán, la mayoría de las mujeres afirman que no tienen queja, porque el mes de cuaresma pone en valor su rol tanto en la sociedad como en sus hogares.

-VI-

Todo lo que necesitaron nuestras madres lo he aprendido aquí. No hay mujeres solas en los cafés ni en los parques. No hay mujeres solas en la plaza de las flores. Todo el tiempo oímos sordos, sórdidos, silbidos que pronuncian: «gazelle».
«Gacela»: el epíteto de amor de los viejos poetas es secuestrado por voces que nos hacen caminar mirando al suelo. Queremos rogar: no convirtáis el deseo en un arma ni en una moneda.
«Gazelle»: ¿qué hacer entonces con tu cuerpo?
Puedes taparlo, puedes obviarlo, puedes odiarlo.
Puedes irte.
De vez en cuando, una brisa sacude la ciudad. Una deja de tapar, de odiar, de obviar. Deja de
pensar en irse lejos, y, a cuerpo abierto, responde: «shuma alek».
«Me avergüenzas».
Levantamos entonces la vista.

– VII-

tierra-de-frontera_3tierra-de-frontera_6La plaza de Tetuán es una
metáfora de la palabra poder.
Hasta 1973 era un rincón popular.
Entonces hubo una revuelta en la
ciudad. Tras acabar con ella, se quiso que nadie olvidara quién manda aquí. Por eso, se construyó un palacio en una esquina, y se cerró con vallas todo el perímetro de la explanada.
— ¿Y por qué era la revuelta, Brahim?
— «Es que después de la independencia todo cambió. Acabó el protectorado español, pero nos
pusieron como soberano a un rey que no conocíamos y nos impusieron la religión islámica. Nuestros hijos tenían problemas en la escuela porque no hablaban francés. Cuando la independencia, Francia supo guardar sus intereses. Se las arregló para que su idioma siguiera siendo oficial, e hizo acuerdos para que sus empresas tuvieran prioridad para instalarse aquí. Nosotros queríamos un país independiente, pero tuvimos una colonización nueva. Por eso fue» –explica Brahim–.

– VIII-

Las puertas se mueven:

Ceuta, 7 agosto 2000 (EFE).- Un total de 333 inmigrantes, procedentes de diferentes localidades de Marruecos, han sido detenidos en la denominada «operación feriante», puesta en marcha en Ceuta para impedir el acceso a la península de inmigrantes ocultos en las atracciones que han participado en los festejos (…) Los inmigrantes fueron detenidos cuando se ocultaban en el interior de los portamaletas, los techos y en los amasijos de hierro a que quedan reducidas las atracciones (…) En la operación han participado agentes del Cuerpo Nacional de Policía, Guardia Civil y Policía del Puerto.

Rabat, 30 agosto 2010 (EFE).- Más de 150 subsaharianos candidatos a la emigración clandestina han sido detenidos en las últimas horas por las fuerzas de seguridad marroquíes en la ciudad de Uxda y en las provincias de Nador y Driuch (…) [Se trata de] subsaharianos de diferentes nacionalidades que habían entrado clandestinamente en Marruecos y se refugiaban en zonas boscosas en los alrededores de la ciudad y junto al campus (…) Esta vasta operación contó con la labor conjunta de la Gendarmería Real, las Fuerzas Auxiliares y cuerpos locales de la región.

– IX –

Mujeres de negro, contadme por qué gritáis.
Fatiha, Corán en alto, fornida como un muro de hiedra: «Reclamamos, reivindicamos, exigimos, una investigación seria». Los atentados de Casablanca del 16 de mayo del 2003 tuvieron 45 víctimas, contando a los kamikazes. Pero, pese a toda la muerte, «es imposible que los miles de personas que fueron detenidas y torturadas estuvieran detrás».
Hanae, ojos verdes que arden en el pequeño hueco que deja el niqab: «Los arrestaron por ser amigo de, por ser vecino de, por vivir en una calle, por llevar barba». Tendrá 22 años. Su marido está en la cárcel de Tánger. Su hermano también. «Si no les llevamos nosotras la comida, no tienen qué comer. Y no todas las familias pueden llevar comida, y si yo llevo a mi hermano lentejas, no va a coger él su plato y comérselo. Y, ¿cómo va una a comprar lentejas para todos?».

tierra-de-frontera_4Cincuenta mujeres cubiertas de tela negra gritan ante la prefectura de Rabat. Cientos de hombres a los que aman empiezan hoy una huelga de hambre en todas las prisiones del país. «Lo que pedimos es muy simple. Queremos que nos traten como ciudadanos de un país que respeta a sus ciudadanos, no de un país que vende a sus ciudadanos».
En la redacción de los periódicos, los jefes dicen: «una manifestación de cincuenta mujeres no es noticia».
Hanae, ojos verdes que arden en el pequeño hueco que deja el niqab, cuéntame por qué gritas.

– X –

El nuevo puerto de Tánger Med puede acoger 600.000 camiones. Entran en las bodegas de los barcos como en el vientre de adormecidas ballenas. Fresas. Tomates. Naranjas.
En un cuarto pequeño, en una pantalla se registran líneas de luz, que, para ojos expertos, indican si todo va según es debido. Es decir: si no pasa nadie que no tenga que pasar.
Una de las líneas, por ejemplo, mide el calor que despiden las mercancías y se asegura de que sea el que tienen que despedir: los tomates tienen temperatura de tomates, no de cuerpos humanos nerviosos.
Otra máquina es capaz de detectar si dentro de los camiones se perciben latidos de corazón.
Latidos de corazón.

tierra-de-frontera_5Desde arriba, desde los arcenes, se ve el puerto en toda su extensión.
Apoyada en los guardavías, siempre hay gente.
Miran partir los barcos.

En primera persona: historia de un diá-logos (La Madeja nº 1)

Lorena Fioretti

Esta sección que hemos denominado en primera persona es, desde siempre, un diálogo, porque creemos que todo saber, es decir todo logos, se construye a partir de un encuentro. Pero este saber ha sido, en general, construido en la tradición occidental a partir de la separación sujeto-objeto: hay alguien que desde una «distancia óptima» tiene el poder de nombrar la realidad de otras personas. Creemos que es necesario desarticular estas relaciones, acortar distancias, mezclarnos, difuminar fronteras. Alzar la voz.

Desarticular esas distancias implica conocer el lugar desde el que hablamos. Quien escribe estas palabras, acoge las palabras de otras desde su propia experiencia migrante. ¿Existe por ello alguna diferencia? Como en todo encuentro, se juegan siempre procesos de identificación que, claramente en este caso, tienen que ver con la situación de emigrar/inmigrar. Pero creo que estos procesos son siempre parciales; así, con algunas personas comparto la experiencia siempre singular del «destierro» y con otras, la de ser mujer, trabajadora, latinoamericana, estudiante, etc. ¿Cómo influye esto a la hora del encuentro? No lo sé. Pero en todo caso, lo importante es el hecho de que toda palabra supone una demanda de atención, de reconocimiento, de amor; implica a alguien que sostenga esa historia desde la escucha, porque la palabra dada como un don siempre supone un entre-dos. Esa es la posición que intenté ocupar.

Y en este hacer-nos, es decir, nombrarnos colectivamente, nos preguntamos dónde queda el nombre, nuestro nombre. Si los saberes son construidos a partir de las generalizaciones, de lo estadísticamente significativo, nosotras queremos saber de lo particular, de las historias singulares en las que estamos enredadas. Por ello, creo que los nombres propios importan ya que nos muestran cómo cada una, frente a la realidad en la que vivimos, intenta, a su manera, transformarla. Pero pensamos también que es necesario cuidarnos frente a una realidad en la que las situaciones de discriminación y persecución se extienden cada vez más. Por esto optamos por el anonimato, insistiendo en la importancia que cada una de estas historias tiene para nosotras.

Compartamos entonces tres historias, tres soledades, tres proyectos de vida, tres realidades distintas.

¿Por qué decidiste emigrar?

Soy una persona que trabajé desde los siete años en el campo porque mis padres eran campesinos. Cuando tenía 12 años, un hombre dueño de una de aquellas fincas se enamoró de mí, pero él era un hombre viejo. Mi padre estaba de acuerdo con todo porque había dinero. Entonces a los 14 le dije a mi madre que me iba a vivir a la ciudad, ella me dijo que se iba conmigo. Las mujeres de antes no eran como ahora, aguantaban más. Mi padre dijo que todos nos íbamos juntos a la ciudad, pero que mi hermana y yo –las mayores– teníamos que empezar a trabajar afuera. Empecé entonces a trabajar en casas. A los 15 años conocí a un chico y me enamoré, pero mi padre estaba obsesionado con otro hombre que tenía dinero, pero yo le dije que no. Entonces mi padre me echó de casa. Vivía sola y trabajaba en casas de familia.

Proyecto migratorio

Un día le conté a un amigo que estaba muy aburrida, dormíamos malamente, sin cama, sin nada y yo quería ver a mi mamá bien. Ella había sufrido muchísimo toda la vida, yo quería ayudarla, pero no me alcanzaba. Él me contó que tenía dos primas en España que trabajaban en casas de familia y que les iba muy bien. Nunca en la vida había pensado en salir de Colombia, era muy inocente, no se me ocurría esa posibilidad. Yo tenía para ese entonces 19 años. Supuestamente venía a trabajar en una casa de una señora en Madrid.

Experiencia migratoria real

Me dieron una dirección. Aquí me recibió un hombre español, me subió a un coche, habló con alguien por teléfono y le dijo cómo era. Ahí me di cuenta que me llevaban a un puticlub y dicho y hecho, me llevaron para La Felguera. Todas éramos jóvenes y extranjeras. Cuando llegué me quitaron los papeles y me dijeron que hasta que no terminara de pagar la deuda no me los darían. Esa misma noche me pusieron a trabajar. Fue horrible, nunca se me olvidará el primer día. Todas las mujeres lloraban, pensaban que venían a trabajar normal. Vivíamos en el mismo club y trabajábamos todos los días. Se quedan vigilándote para que no vayas a contar nada, pero yo me atreví. Cuando terminas de pagar la deuda, te devuelven el pasaporte, pero si te escapas antes ellos te matan a alguien en Colombia, a algún familiar. Un día vino al club un cliente que era muy joven y nos enamoramos de verdad. Él me ayudó a conseguir un trabajo de camarera en un hotel. Yo no podía trabajar en la barra porque no sé leer y escribir. Allí conseguí mis papeles y tengo mi nacionalidad española.

Relaciones afectivas

Con las chicas del club muy bonito, bah, había de todo, algunas eran malas, pero la mayoría nos hicimos amigas, pero no supe más de ellas cuando me fui. Con la gente de aquí: con la familia de este chico, muy mal. Un día encontré al hermano y me dijo de todo solo por ser extranjera, no me conocía de nada. Los  padres querían que tuviera una novia española. Él me dijo que tendría una novia española pero que yo sería su novia de verdad. Le dije que no. Fue horrible. Luego conocí al padre de mi hijo, el padre no se hizo cargo. Lloré mucho, pero decidí parar para que el niño crezca bien, entonces me dije: voy a cuidarme. Pasé todo el embarazo sola, pero cuando me encontré sola con el niño me dio una depresión tan horrible.

Ahora trabajo en casas y vivo tranquilamente. No volvería a Colombia a menos que me ganara la lotería (risas) para comprarme una casa en Barranquilla. Se extraña, ¿para qué te voy a engañar?, yo quisiera estar con mi familia. Cuando vas todo el mundo se te acerca porque piensa que llevas dinero, pero no es así. A mi madre siempre le ayudo, con lo que puedo.

Yo ya me siento de acá. Cuando viajo a Colombia me siento mal, todo me sabe horrible, me siento extranjera. Pero después me acostumbro. Pero no voy a volver, no voy a quitarle al niño la oportunidad de vivir en España y tener lo que yo no tuve. Además yo deseo encontrar un buen hombre, eso es lo que tengo ahora en mente. No me arrepiento de haber venido, pasas cosas malas pero también cosas buenas. Yo hice lo que hice para salir de esa miseria tan horrible. Yo no soy capaz de vivir allí, aquí te apetece algo y lo puedes comprar. Allí se vive muy malamente, no te puedes alimentar bien.

Acá yo me siento un poco mal porque me miran a mi hijo como extranjero, por ejemplo en el parque. Cuando llegué al piso una vecina me preguntó si tenía marido, me lo preguntó porque era extranjera. Es horrible. Quisiera que no fuera así porque luego la gente que me conoce está muy contenta conmigo.

Perspectiva de futuro

Ahora tengo unas ideas. A mí me cuesta mucho leer y escribir, entonces este año quiero aprender a hacerlo mejor para poder hacer un curso de cosmética. Es que tampoco quiero tener 40-50 años y seguir trabajando en casas.


¿Por qué decidiste emigrar?

Es muy doloroso escuchar que estamos aquí por el «efecto llamada», hay que contar la otra versión de la historia. Nosotros no vivimos 100 años, en Senegal el promedio de vida es de 60 años. Por eso, llega un  momento en la vida yo ahora tengo 46 y soy consciente de eso. No decidimos viajar para volver con una cadena de oro, sino para ayudar a nuestras familias que son muy extensas. Nosotros nos consideramos como sacrificados. Yo lo siento mucho por mi mujer y mis hijos, ellos deberían tener a su padre al lado. Yo, por ser el hijo primogénito, me sacrifiqué. Tengo la obligación de ayudar económicamente. Cambiar esto será una tarea muy difícil porque implica cuestionar la poligamia, la contracepción, el sistema de pensiones, etc. Hay que dejar de tener hijos de esa manera. Yo sabía que no era fácil. Me costó mucho tiempo conseguir un visado, mientras más pobre eres más cosas te piden. Yo había terminado de estudiar hacía muchos años, en ese momento tuve que empezar a ganarme la vida, no se puede estar toda la vida bajo la protección de los padres: tenía que encontrar un trabajo para ayudar a la familia porque mi padre tenía un trabajo liberal y con la apertura del mercado a productos norteamericanos y europeos, el negocio empezó a ir mal.

Encontré un trabajo en una multinacional: me seleccionaron después de una entrevista a la que concurrí por un aviso en el periódico. No conocía a nadie, yo no estaba enchufado. Empezaron a pasar cosas que me parecían muy raras. Decidí marcharme entes de que me echaran. Promocionaban a mucha gente pero a mí no, las cosas son así en Senegal. Aguanté mucho tiempo pero la corrupción es muy fuerte. Ese lugar era la selva, no se cumplía la ley. Si uno no acepta la corrupción, se convierte en un enemigo. Luego me harté. Yo quería volver a Dakar. Se manda a esa región a los «sin padre» o lo que se llaman huérfanos.

Luego trabajé en la  enseñanza, daba clases de inglés en una escuela. Yo quiero un trabajo, pero no  cualquier trabajo. Intenté muchas cosas, emprendí muchos proyectos, pero las cosas no podían seguir así. Entonces decidí irme. Lo hablé con mi mujer, ella tenía que comprenderme y ayudarme, yo lo hacía para salvarla. En Senegal yo había perdido toda esperanza. Ella me sigue apoyando mucho moralmente. Este proyecto es de los dos. Ella cuida mucho a mis hijos y también ayuda económicamente porque compra y vende mercancía. Ella es muy combativa, tiene una mentalidad muy fuerte.

Proyecto migratorio y experiencia migrante real

Llegué aquí hace tres años y pico, previo paso por Francia. Yo no sabía que iba a terminar en un país en el que se habla otra lengua. Es que España está aquí, cerca de África, pero nunca pensé que viviría aquí. Sufrí en Francia muchos problemas de persecución, sobre todo institucional. Yo pensaba que siendo un país francófono todo sería más fácil, pero no fue así. Entonces decidí marcharme. Son muy hijos de puta los gobiernos, ahora se habla de la inmigración «seleccionada», nosotros queremos la inmigración concertada. Obtuve después de mucho tiempo la visa de turista, falsificando papeles demostré que tenía mucho dinero. Si hubiese tenido tanto dinero hubiese montado algo allí, ¿no? Algunos amigos que estaban aquí en Asturias me dijeron. Antes yo no sabía nada de España. Ellos me dijeron cómo se vivía aquí. Desde que llegué aquí no volví a salir hasta que conseguí los papeles.

Casi todos los inmigrantes tenemos un proyecto muy claro de lo que se viene a buscar y de lo que se quiere hacer luego, pero sin cifras, nosotros somos africanos, allí la tradición oral es muy fuerte. Estamos aquí para conseguir un capital suficiente para montar algo en Senegal: un negocio, un restaurante, etc. Sabemos que si no tenemos algo concreto no podemos seguir viviendo, además en Senegal no hay jubilación (sólo los funcionarios cobran). La jubilación son los hijos, por eso la gente quiere tener muchos. Por eso quieren que te cases temprano para que antes de llegar a los 40 te puedan ayudar.

Mi proyecto está cambiando porque yo no había contado con que podía conocer a más gente, compartir ideas y que podía tener un porvenir junto a ellos. Hoy mi proyecto puede ser la integración, ¿por qué no? Si encuentro un hueco… Qué importa dónde estemos, lo importante es estar contento, comer y hacer cosas que nos enorgullezcan. A toda mi familia no puedo traer, pero a mi mujer y a mis hijos… Otra alternativa es abrir un puente entre España y África, entonces podemos estar un poco aquí y un poco allí.

¿Cuáles son las cosas de aquí que más te han cuestionado?

Yo no sabía que había tantas diferencias. Yo no puedo vivir sin la otra parte de mi que sois vosotras. Creo que todos y todas tenemos que ir juntos, al trabajo, en la casa. Tenemos que mezclarnos. Con el tema de la mujer, nosotros al principio sólo vemos el lado femenino. Antes de entenderlo te cuesta mucho. Por ejemplo, en las asociaciones, tenemos problemas de entendimiento, de interpretación. La primera cosa que solemos preguntar es si una mujer está casada, si no, el campo está libre. Eso también genera muchos malentendidos. A nosotros nos han educado así. Una chica y un chico no pueden ser amigos verdaderos. Poco a poco fui entendiendo que una chica y un chico pueden tener otro tipo de relaciones. Aquí sin mujeres no hay nada, aquí hay que hacer con las mujeres.

¿Qué extrañas de Senegal?

Extraño ese calor humano, pero ahora muy pocas veces, porque casi siempre estoy con mucha gente. Creo que me estoy transformando poco a poco y no sé si eso es un peligro. Ahora tengo miedo de, por ejemplo, comer ciertas comidas africanas. Antes no le daba importancia a las consecuencias de nuestra alimentación. Pero el cambio no es fácil porque hay algo heredado que se ve herido. De vuelta a Senegal, ¿eres el mismo o has cambiado? Yo no quiero cambiar, yo quiero ser el mismo que conocieron. Pero cambiar tiene también algo de positivo. Debo tener el coraje de poder decir «esto no», porque nos puede costar la vida. Pero por el resto, yo voy a seguir siendo el africano que conocieron.


¿Por qué decidiste emigrar?, ¿cómo fue el proceso migratorio?

Decidí emigrar hace cuatro años luego de terminar los estudios –estudié en la Universidad una licenciatura− porque no hay trabajo en mi país. Antes de venir aquí estuve casada y me divorcié. Allí trabajé un tiempo en la enseñanza. No es común que las mujeres emigren solas, mis padres no estaban de acuerdo pero cuando yo decido algo, lo hago. El proyecto inicial era seguir estudiando aquí, pero no pude.

Al principio no encontraba trabajo entonces cambié de ciudad y trabajé en una empaquetadora de frutas. Era mejor que trabajar en el campo o en un bar. Pero todo era muy difícil: no sólo el tema del trabajo, sino el religioso. Allí conocí a mi actual marido, fuimos a Marruecos a casarnos. Volvimos a España, a él le iba bien en la construcción, pero ahora tenemos muchos problemas: él no tiene trabajo fijo y yo trabajo en una casa sólo cuatro horas por semana.

¿Qué extrañas de tu tierra?

Extraño a la familia. Si pudiera tener una casa allí para mí sola, volvería. Lo que yo no quiero es vivir con mi suegra, mi cuñado o con mi madre y mis hermanos. Cada uno hace su vida. Yo tengo experiencia en la Cruz Roja, podría trabajar en algo relacionado a eso. También quisiera que mi hija pudiera aprender árabe y vivir una vida con nosotros normal. Para mí aquí es muy difícil por ser inmigrante, sólo por ello todas las personas nos tratan mal. Muy poca gente nos trata bien. Se sufre mucho. La gente no sabe nada de nosotros, creen que somos sólo personas muy pobres, que no tenemos valores ni opiniones acerca de las cosas, ni personalidad, en definitiva, no saben cómo vivimos en Marruecos y entonces hay muchos prejuicios.

Me gusta que en Europa haya leyes y democracia. En general aquí toda la gente vive bien. En Marruecos hay poca gente que tiene mucho dinero, pero la mayoría vive malamente. Además no me gusta la relación entre hombres y mujeres. Los maridos nunca ayudan a las mujeres allí –aunque nosotras también trabajamos fuera de casa−, las tratan siempre mal. En cambio aquí es diferente. El problema no es la religión, ésta dice que los hombres deben ayudar a las mujeres. Aunque los hombres vivan aquí y vean otras cosas, siguen comportándose como si estuvieran allí con respecto a eso.

Otro tema es el de los modos en los que se establecen las relaciones entre hombres y mujeres. A mí me parece mal que la gente no se case, pero también me parece mal la poligamia, yo no puedo vivir con otras mujeres. Si yo puedo trabajar y hacer las cosas de la casa, ¿por qué buscar a otra? Ya le dije a mi marido que si tiene otra esposa, yo me marcho. Me parece mal que sea una obligación.

El proyecto por ahora es encontrar un trabajo y seguir en España para juntar dinero y así poder comprar una casa en Marruecos y tal vez vivir un poco allí y un poco aquí, después que mi hija decida dónde quiere vivir.


Este trabajo no hubiera podido realizarse sin la inestimable colaboración de Pili Quintana de Asturias Acoge, por su escucha siempre atenta y sus palabras de acompañamiento. Por ello, muchas gracias.

Empleo, migraciones y género: apuntes de la crisis (La Madeja nº 1)

Pedro Menéndez

Resulta paradójico recurrir a la estadística[1] para abordar de forma conjunta mujer(es) y trabajo(s). Es conocida la secular falta de datos sobre las actividades no remuneradas que, hasta su (re)incorporación al mercado laboral y aún hoy en épocas y espacios concretos, han ocupado la mayor parte del tiempo de las mujeres. Partimos, por tanto, de unas estadísticas mutiladas o, más bien, mutiladoras, más aún cuando se trata de mujeres inmigrantes. Las afiliaciones a la Seguridad Social, por ejemplo, sólo aportan los datos de las extranjeras con contrato, y para acceder a él resulta imprescindible la condición de ciudadanía (o el consabido permiso de trabajo)[2]. Así que, «libres» ya de las inmigrantes sin papeles, invisibilizadas en la economía sumergida, abordemos esas estadísticas, muchas de las cuales – conviene tenerlo presente – son elaboradas por un gobierno que es parte interesada en la cuestión.

Los tres últimos años han sido el escenario de una crisis que, en el caso del Estado español, ha sido también una crisis de empleo. 2009 acabó con más de cuatro millones de personas en paro, de las que un millón eran inmigrantes. ¿Cómo ha afectado esa pérdida de empleo a las extranjeras? Según las últimas Encuestas de Población Activa, están soportando mejor la destrucción de puestos de trabajo que, sobre todo en 2008, se cebó con el sector de la construcción[3]. Si bien tradicionalmente la tasa de paro de las inmigrantes es superior a la de los hombres, en los dos últimos años la tendencia cambió. El paro masculino pasó del 8,8% en 2006 al 33,1% en 2009, mientras que en el caso de las extranjeras el incremento fue más moderado, del 16,1% al 25,5%. Así todo, entre el cuarto trimestre de 2007 (inicio de la crisis) y el mismo periodo de 2009, se produjo un aumento de 210.400 desempleadas, más del doble[4]. Y un dato significativo: la tasa de paro más alta recayó en africanas (sobre todo marroquíes) y asiáticas, con el 44,7%. Por sectores, el paro ha arreciado con más fuerza entre las trabajadoras del sector servicios. En 2009, 211.800 desempleadas, más del 50%[5], procedían de la economía terciaria. Las nacionalidades más afectadas fueron la ucraniana, argentina, peruana, dominicana y china. Como nota positiva, aunque cuantitativamente de poca importancia, desciende el número de desempleadas en dos sectores, la agricultura y la industria.

No sólo las tasas de desempleo han bajado, las afiliaciones de extranjeras a la Seguridad Social ofrecen porcentajes más halagüeños. En 2009 fueron el 43,5% de los contratos laborales firmados por inmigrantes. El dato mejora el 42,2% de 2008 y el 39,3% de 2007[6]. En cualquier caso, este crecimiento porcentual parece estar más relacionado con la pérdida de afiliación entre el colectivo masculino que con un aumento significativo de las altas laborales entre las extranjeras. Además, ese 43,5% es aún inferior al porcentaje entre el total de población foránea, en el que las mujeres son el 44,8%.

Pero los datos anteriores no reflejan las diferencias entre inmigrantes de distintos países. Ya se ha mencionado la tasa de paro entre africanas y asiáticas, aproximadamente el doble que las de latinoamericanas y europeas. En cuanto afiliaciones a la Seguridad Social, en números absolutos destacan las rumanas, las ecuatorianas, las colombianas y las marroquíes. Sin embargo, las últimas sólo suponen el 23,9% de las altas laborales de sus compatriotas[7]. Los porcentajes más altos son para bolivianas y dominicanas, con casi el 64%. Ucranianas, colombianas y ecuatorianas también son mayoría en la Seguridad Social respecto a sus compatriotas masculinos.

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empleo_2empleo_1

empleo_3¿Qué lectura cabe hacer de estos números? Si nos quedamos en los análisis de carácter más bien amable, como los que jalonan el último informe de Miguel Pajares, positiva o, al menos, esperanzadora. Sin embargo, las cifras ocultan la generalizada explotación de la población inmigrante. Por citar dos cuestiones, en el marco de la división sexual del trabajo es reveladora la especialización de las extranjeras en el servicio doméstico. Sin contabilizar a las sin papeles, en la última década se han duplicado las afiliaciones en el Régimen Especial del Hogar, y más de la mitad, casi 180.000, son personas inmigrantes[8]. En segundo lugar, el mencionado incremento en las tasas de actividad y de ocupación y en las listas de la Seguridad Social está vinculado al proceso de incorporación de las mujeres al mercado laboral. La feminización de la fuerza los porcentajes a costa de responder a las «necesidades» de determinados sectores de actividad: salarios más bajos[9], temporalidad, peores empleos, percepción de menor combatividad, etc.

empleo_4Estas estadísticas positivas son en parte el reverso de las estadísticas negativas de los trabajadores extranjeros. En 2008, la destrucción de empleo en la construcción llevó al paro a muchos inmigrantes, y fueron las mujeres quienes nutrieron las listas del INEM en busca del empleo perdido en la familia. Ese año, el «efecto del trabajador añadido» fue femenino. Pero no siempre es una sustitución completa, pues los nuevos salarios son más bajos. En 2009 la tendencia se invirtió; la destrucción de empleo llegó al sector servicios. Sería interesante conocer cuántas familias perdieron ambos empleos en ese periodo.

Respecto a la inmigración «ilegalizada» y a la economía sumergida, ya se apuntó al inicio las limitaciones que la estadística encuentra en esos campos. En cualquier caso, existe una disyuntiva sobre su evolución en los periodos de crisis como el que nos atañe. Desde algunas atalayas (sindicatos, medios…) se ha señalado un incremento de inmigrantes sin papeles y de trabajo informal como consecuencia de la recesión. En su informe de 2010, Miguel Pajares argumenta que no hay datos disponibles para afirmar o negar tal incremento, ni para certificar si la proporción de trabajo sumergido entre los extranjeros aumenta o disminuye[10]. Lo que sí se antoja importante en este contexto es reseñar un cambio en la procedencia de esta inmigración. En años precedentes llegaba desde el exterior. Desde 2008 ha crecido la proporción de quienes sufren irregularidad sobrevenida, es decir, personas que han perdido la autorización de residencia y trabajo por la imposibilidad de renovarlas. Hoy, la crisis no sólo importa inmigrantes sin papeles; también los crea dentro de las fronteras del Estado, al despojarles de unos permisos cada vez más caros de preservar ante la precariedad del empleo.

[1] Fuentes consultadas: Encuesta de Población Activa, Instituto Nacional de Estadística (INE); Encuesta de Migraciones, Instituto Nacional de Estadística (INE); Boletín de Estadísticas Laborales, Ministerio de Trabajo e Inmigración; Observatorio Permanente de la Inmigración; Pajares, Romero, Miguel, Inmigración y mercado de trabajo. Informe 2010; Romero, Eduardo (2010), Un deseo apasionado de trabajo más barato y servicial. Migraciones fronteras y capitalismo. Oviedo, Editorial Cambalache.
[2] Y en el caso del padrón municipal, no pocas sin papeles evitan registrarse por miedo, valga la redundancia, a los registros domiciliarios. En cualquier caso, el padrón aporta una información de carácter poblacional, pero nada nos dice sobre la situación laboral de las personas inscritas.
[3] De 404.625 extranjeros afiliados en marzo 2007 se pasó a 210.735 a 2009.
[4] Aunque el año pasado «sólo» representaron el 27% del desempleo extranjero. En el mismo periodo, el número de desempleados entre los varones inmigrantes se cuatriplicó, al pasar de los 202.800 a los 661.000
[5] El porcentaje puede ser mayor, ya que la EPA contabiliza aparte a las paradas de más de un año, muchas ellas procedentes del sector servicios, que en 2009 ascendieron a 123.300.
[6] Cabe resaltar que el aumento más significativo de afiliaciones a la Seguridad Social por parte de extranjeras se produce en 2005, debido al proceso de regularización que rescató gran parte del trabajo sumergido vinculado al servicio doméstico.
[7] El más bajo de las once nacionalidades seleccionadas.
[8] De ellas, 157.155 son personas extracomunitarias.
[9] Entre 1994 y 2006, la diferencia salarial entre sexos aumentó del 39% al 43%.
[10] A pesar de ello, Pajares tira de los datos del padrón y del número de autorizaciones de residencia, una práctica con demasiadas lagunas para tomarla en consideración, para apuntar en una dirección: en los últimos años, la diferencia entre los primeros y las segundas (el resultado sería el supuesto número de inmigrantes irregulares) disminuye. En definitiva, Pajares parece alinearse con las tesis más institucionales, que apuntan a una reducción de la inmigración irregular en este periodo de crisis.

 

Centros de Internamiento de Extranjeros. Especificidades de Género en el Cie de Aluche (La Madeja nº 1)

Alejandra Calvo Martínez,
Cristina Regodón Fuertes.
Ferrocarril Clandestino


Dentro de las ciudades hay «lugares» en los que la libertad de movimiento e incluso los derechos básicos de las personas quedan condicionados por la ciudadanía o la carencia de ella. Son nuevas fronteras (internas) entendidas como forma de control selectivo de los que parecen no pertenecer a ese lugar. Tanto en el momento actual como durante la creación de los Estados-Nación, siempre han sido dispositivos que marcan una línea.

Nos encontramos con la perversidad de un sistema que parece estar creado para
amedrentar, criminalizar y castigar con la medida penal del encierro a personas que sólo han cometido una falta administrativa.

Podemos distinguir en nuestra ciudad diferentes formas de exclusión/inclusión. Una escena tan cotidiana como salir del metro, estar en un bar o ir a hacer la compra puede no ser tan convencional y acabar en una detención y en un posterior encarcelamiento. Dentro de estas fronteras internas nos encontramos quizás con la forma más brutal de las mismas en la figura de los Centros de Internamiento de Extranjeros, CIEs. Su existencia legal data, en nuestro país, de 1985, pero no fue hasta 1999 cuando se creó una norma legal que los regulase.

Los CIEs se definen como establecimientos públicos de carácter no penitenciario, donde se retiene, por un plazo de hasta 70 días, a las personas extranjeras en situación irregular identificadas en la calle, en espera de la deportación. Aquí nos encontramos con la perversidad de un sistema que parece estar creado no sólo, como indica la norma, para ejecutar una medida cautelar contra aquellas personas con orden de expulsión, sino para amedrentar, criminalizar y castigar con la medida penal del encierro a personas que sólo han cometido una falta administrativa, no penal: no tener su documentación regularizada.

Los poderes públicos tratan de mantener la opacidad sobre lo que ocurre dentro de los CIEs. Es difícil encontrar datos estadísticos de la Administración sobre la ocupación de estos centros, los motivos del internamiento o las expulsiones ejecutadas. Los pocos datos de los que dispone la opinión pública provienen de informes del Defensor del Pueblo, artículos de prensa, de los informes recabados por distintas organizaciones sociales, ONGs1, etc. y algunos datos aislados de la policía.

La combinación de elementos de arbitrariedad y confidencialidad dan lugar a la impunidad, que caracteriza los abusos cometidos dentro del mismo. Estas agresiones violan los derechos fundamentales y constitucionales de estas personas que, no olvidemos, se encuentran bajo tutela del Estado español.

Especificidades de las mujeres en el CIE

Resulta imposible abordar la realidad de las mujeres en el CIE sin tener en cuenta la perspectiva de la interseccionalidad de las discriminaciones que sufren. Se denomina Interseccionalidad a la teoría que propone y examina cómo diferentes categorías de discriminación, construidas social y culturalmente, interactúan en múltiples y, con frecuencia, simultáneos niveles, contribuyendo con ello a una sistemática desigualdad social2.

Esta interseccionalidad de la discriminación sufrida por las mujeres migrantes tiene su expresión física en el CIE3, siendo las retenidas las que se llevan la peor parte en el reparto de espacios: sus celdas se ubican en la planta baja del edificio, lo que hace que sus ventanas (con rejas) tengan una visión limitada. Esta posición del módulo de mujeres supone también un aumento de los niveles de humedad y frío que sufren. De la misma forma, las mujeres internas en el CIE de Aluche tienen un patio notablemente más pequeño que el de los hombres y mucho menos accesible. Habitualmente, y dada la prohibición de salir de las celdas de noche, las internas tienen que hacer sus necesidades en bolsas que cuelgan de sus ventanas, y que al menor golpe de viento caen a su propio patio que, a diferencia del de los hombres, no es limpiado nunca.

A esto se pueden añadir otras terribles condiciones de higiene con las que las autoridades del CIE someten y deshumanizan a los internos e internas. Por ejemplo, el hecho de que las mujeres carezcan del material higiénico femenino básico (compresas, tampones, etc.) es otra de las imágenes habituales que nos encontramos dentro. Y es que, cuando se convierte a una persona en un número, se deja de atender a su condición humana y, por ende, a su género. Prueba de ello es que los miembros del Cuerpo Nacional de Policía que gestionan el módulo de mujeres son en su mayoría hombres. Teniendo en cuenta que hasta hace poco no había puertas en los baños del CIE de Aluche, es posible baremar en su justa medida la existencia de estrategias de humillación y cosificación sistemáticas.

Por otro lado, pero en el mismo sentido, un embarazo en un Centro de Internamiento de Extranjeros, es una situación indeseable a la luz de cualquier tipo de prescripción facultativa –médica, psicológica, etc.−, lo que desencadena, en ocasiones, la pérdida del embarazo. Son comunes los casos de mujeres internadas tras el parto y en el período de lactancia que se han visto separadas de sus hijas, con la consiguiente situación de desgarro emocional y la total vulneración de los derechos de la madre y la hija.

A modo de conclusión

El tono de denuncia inevitable al describir la realidad de las «internas» y los «internos» del CIE de Aluche se construye desde la indignación más absoluta al constatar que esto ocurre dentro de esas fronteras que tanto se defienden desde la Unión Europea como guardianas de la seguridad, la paz y los derechos humanos. Nada más lejos de la realidad. No creemos que mejorar las condiciones existentes en estos centros sea la solución. Abogamos por el cierre de los CIE, Guantánamos Europeos, que humillan, criminalizan y echan por tierra todos los derechos que por ser personas nos son inherentes.

1 Informe CEAR, Informe Ferrocarril Clandestino, SOS Racismo y Médicos del Mundo y los Informes Anuales del Defensor del Pueblo.

2 BROWNE, Irene-MISRA, Joya (2003), «The Intersection of Gender and Race in the Labor Market», Annual Review of Sociology.

3 Nos referimos al CIE de Aluche en Madrid.

Entre unas y otras: cadenas globales de cuidados (La Madeja nº 1)

Irene S. Choya

Si la teoría feminista blanca
americana no necesita lidiar con
las diferencias entre nosotras y las
consiguientes diferencias en nuestras
opresiones, entonces, ¿cómo afrontáis
el hecho de que las mujeres que
limpian vuestras casas y atienden a
vuestras criaturas mientras asistís
a conferencias sobre teoría feminista
son, en su mayor parte, mujeres
pobres y mujeres de color?
Audre Lorde, 1984.

Porque sin nosotras no
se mueve el mundo.
Territorio Doméstico, 2010.

En una familia la hermana mayor ha de hacerse cargo de sus hermanos pequeños y de la abuela, así como de la casa. Su madre se marcha a trabajar. Se va lejos y no sabe cuándo volverá. A partir de ahora, será una voz a través del teléfono y el dinero enviado cada mes.

En una familia es una empleada doméstica la que se encarga de la casa y del cuidado de la bebé. Su madre ha terminado la baja maternal y se marcha a trabajar. Regresa cada noche para ver cómo su hija aprende palabras nuevas que ella no le enseña.

Entre una y otra familia miles de kilómetros de distancia y, sin embargo, algo les une: un hilo invisible tejido, a veces sin saberlo, entre tantas mujeres que a través de los cuidados y los afectos forman una cadena global llena de ausencias y presencias. La que se va. La que se queda. La que contrata a otra para poder irse. La que está aquí pero piensa allá. La que se siente culpable porque no está en casa. La que se siente encerrada por no poder salir de casa.

Los cuidados son algo así como «lo personal es político» en el ámbito económico, dice Amaia Pérez Orozco. Y es que nos permiten ver en lo concreto, en lo cotidiano, la insostenibilidad de nuestro modelo de organización social. En los países de la periferia, la extensión del capitalismo hace cada vez más difícil la vida y muchas personas se ven obligadas a emigrar. En los países del centro, por otro lado, vivimos lo que se ha denominado la «crisis de los cuidados». Ambas realidades están relacionadas y se encarnan, sobre todo, en las mujeres migrantes. Pero expliquemos antes, aunque sea sólo con breves pinceladas, algunas cosas para entendernos.

La crisis de los cuidados1 es una ruptura con el modelo previo de reparto de los mismos, que sostenía el conjunto del sistema socioeconómico. Un modelo que respondía a la llamada división sexual del trabajo: para las mujeres los cuidados, el trabajo invisible, el no-trabajo; para los hombres el trabajo reconocido como tal, el asalariado. Así, la economía «real» se ocupaba de la producción mientras la reproducción era algo que ocurría de forma «natural». Ese modelo de familia2 –hombre ganador del pan/mujer ama de casa– comienza a tambalearse por varios factores: el envejecimiento de la población, la incorporación de muchas mujeres al trabajo asalariado3, una organización de las ciudades que favorece el aislamiento y obliga al transporte motorizado, la precarización del mercado laboral, la pérdida de redes sociales. En este contexto, las necesidades de cuidados aumentan mientras las cosas se ponen cada vez más difíciles para satisfacerlas.

Esta crisis parece que, inevitablemente, ha de dar lugar a un cambio en la distribución de los cuidados, en nuestra organización social. Sin embargo, éste no se produce. El Estado responde con parches y privatizaciones de los servicios públicos. Los mercados –es decir, las empresas– no asumen ninguna responsabilidad, aunque sí se toman los cuidados en serio cuando generan beneficios. Así pues, son los hogares quienes siguen haciéndose responsables de los cuidados. Y dentro de ellos, las mujeres, pues los hombres en su conjunto4 siguen sin implicarse. Ellas son quienes se inventan mil y una formas para tratar de conciliar tiempos, espacios y tareas; quienes sufren en sus cuerpos, en sus vidas, el desgaste que conlleva. Ellas son quienes, en esa loca carrera, buscan todos los recursos disponibles a su alcance: los pocos servicios públicos existentes, la familia extensa o la contratación de los cuidados. Y ahí nos volvemos a encontrar con mujeres: por un lado, las abuelas (qué sería de tantas familias sin ellas); por otro, las cuidadoras profesionales. Y es que los cuidados, cuando son remunerados, son también desarrollados mayoritariamente por mujeres y de nuevo, poco reconocidos. Pues, ¿qué condiciones laborales caracterizan este sector? Los trabajos de cuidados son trabajos precarios. Pero algunos lo son más que otros. ¿Quiénes están ocupando los trabajos más precarios? Las mujeres inmigrantes5, que suman a la precariedad del trabajo doméstico, la mayoría de las veces, la invisibilidad y vulnerabilidad que provoca no tener papeles6.

La división sexual del trabajo continúa, por lo tanto, aunque con cambios. El género sigue condicionando el posicionamiento de cada quien en un sistema económico jerárquico, pero las diferencias entre las propias mujeres aumentan. Unas vienen a sustituir a otras y otras tienen que sustituir a las primeras. Se produce una «transferencia» en los cuidados, que suaviza y «deslocaliza» la crisis. Perdemos, así, su potencialidad, volviendo a dejar en el ámbito de lo privado lo que debería ser un debate público. Pero no podemos dejar pasar esta oportunidad…

Los cuidados han de seguir siendo un eje central del feminismo, pues nos permiten poner la mirada en el sostenimiento de la vida e interpelar al capitalismo desde cuestiones concretas, que posibiliten transformaciones estructurales. Mucho hay por hacer: defender la existencia de unos buenos servicios públicos y una reducción generalizada de la jornada laboral, que nos permita ejercer nuestro derecho a cuidar y también a no cuidar; exigir un cambio del régimen especial del trabajo doméstico; redistribuir todos los trabajos, no sólo los remunerados, reflexionando sobre cuál es el trabajo socialmente necesario y, por lo tanto, cómo queremos vivir, pero todas…

Porque poner los cuidados en el centro nos da la oportunidad de contar con compañeras y compañeros de viaje: quienes luchan por los derechos de las personas migrantes, por la soberanía alimentaria, por los servicios públicos, por el decrecimiento, etc. Pero, esta vez, no nos olvidemos, la lucha empieza en casa.

1 Hablamos de cuidados y no de trabajo doméstico para dejar claro que las necesidades humanas son de bienes y servicios, pero también de afectos y relaciones. Es decir, necesitamos alimentarnos de forma adecuada, vivir en un lugar cómodo y aseado, pero también compañía y afecto, aprender a relacionarnos y a vivir en comunidad. Los cuidados se extienden más allá de las tareas materiales y del espacio doméstico.

2 Decimos modelo porque siempre han existido otras realidades (mujeres obreras, madres solas, mujeres campesinas, etc.), pero éste era la norma, la que funcionaba en el imaginario y hacia la que había que tender.

3 Siempre hubo mujeres en el mercado laboral volviéndose locas para cumplir como asalariadas y como amas de casa a la vez, pero hasta que esta realidad no se extendió a las clases medias no se convirtió en un problema público.

4 Sí, hay hombres que cuidan. Pero ni son la mayoría ni suelen asumir realmente la responsabilidad. Es fácil de ver, cuando analizamos los usos del tiempo de unos y otras, qué tareas se reparten y cuáles no, quién sigue asumiendo la organización y coordinación, quién se relaciona con la empleada de hogar si la hay, etc.

5 En algunos casos, como en el cuidado de hombres mayores, cada vez es mayor el papel de los inmigrantes. Cabe preguntarse si esos hombres, tras esa experiencia, cambian su percepción del trabajo de cuidados y su papel en los roles familiares.

6 Son invisibles no sólo porque no existen en las estadísticas, porque no tienen derechos, porque trabajan tantas horas que es difícil verlas en la calle… También son invisibles porque como «mano de obra» sólo cuentan como trabajadoras y no como cuidadoras de sus propias familias. Pero muchos de sus deseos, de sus preocupaciones, de sus malestares, tienen que ver con lo que han dejado lejos, con las dificultades que conlleva cuidar en la distancia. ¿Quién las cuida a ellas?
Fuentes y más información (artículos disponibles en Internet)
PÉREZ OROZCO, Amaia. «Feminismo anticapitalista, esa Escandalosa Cosa y otros palabros».
___ «Amenaza tormenta: la crisis de los cuidados y la reorganización del sistema económico».
TERRITORIO DOMÉSTICO. «Cadenas globales de cuidados y derechos de las trabajadoras de empleo de hogar».

Voces rebeldes (La Madeja nº 1)

Melania Fraga

¿Cuántas veces nos hemos sorprendido tarareando alegremente una canción con letra machista, racista o en el mejor de los casos absurda? Entre ritmos pegadizos se nos olvida que las canciones forman parte de nuestro imaginario, de nuestra tradición oral, que crean la realidad. En su mayor parte sitúan a las mujeres como objetos dependientes del amor de un maltratador o como sujetos de consumo. «Sin ti no soy nadie», «te quiero más que a mi vida», «si me pega me da igual, es natural», «tendría que cogerte, desnudarte, pegarte y luego violarte»… son sólo un pequeño ejemplo de lo que podemos encontrar en la amplitud de estilos musicales.

Afortunadamente existen proyectos que demuestran que no es necesario denigrar a las mujeres para hacer música de calidad y pegadiza.

Voces Rebeldes es uno de esos ejemplos que tiene como objetivo, a través del Hip Hop, mostrar la oposición de jóvenes al sistema económico y social que los margina en la periferia de diferentes ciudades del mundo. Porque la música sobrepasa las fronteras del capitalismo uniendo proyectos artísticos.

 

Este proyecto, en el que participan raperos y raperas de Cuba, Argentina, Venezuela, Bolivia y Senegal, se articula en torno a un documental y una exposición fotográfica realizada por Oriana Eliçabe, promotora del proyecto que produce Piraván. Hablamos con ella.

¿En qué contexto nace Voces Rebeldes?
«Quería enseñar la realidad de los países que no salen en la prensa o que cuando salen es para demonizarlos. A través del Hip Hop, muy arraigado en las clases populares, las y los raperos cuentan sus realidades».

¿Cómo es el trabajo de seleccionar a raperos/as para participar, qué os interesa de ellos/as?
«Los raperos y raperas no fueron seleccionados por su gran puesta en escena, ni su producción, ni fama. Lo que interesaba es que las letras fuesen reflejo de sus luchas, no sólo sobre un escenario sino también en sus barrios, ya que su lírica es fruto del contacto directo con las necesidades que se generan en los mismos. A pesar de ello, la calidad artística es muy elevada. Amplifican la voz de su comunidad a través de acciones directas no violentas, a través de sus canciones. El proyecto Voces Rebeldes es una plataforma para continuar esa lucha.

Propuse como objetivo el dar espacio en cada país por lo menos a una rapera o grupo integrado por mujeres, porque en la lucha del Hip Hop también es importante que las mujeres artistas estén representadas, ya que no siempre lo están.

También vimos lo mucho que enriqueció al proyecto el integrar artistas de África, de Senegal en concreto. Muchos de los participantes latinoamericanos no tenían conocimiento de las realidades y necesidades de las y los jóvenes africanos y viceversa».

 

En sus letras anticapitalistas, ¿se tenía también clara la lucha «antimachista»?
«Sí, sobre todo en el caso de las raperas, esa es una de sus luchas dentro de un movimiento que tiende mucho al machismo. Aunque en el caso de los raperos que participan del proyecto, el tema de los géneros también está presente. Fue curioso que la noche en la que se conocieron los participantes, en una de las habitaciones del hotel, hubo una larga discusión sobre este tema. Fue muy interesante el debate, algún día espero poder editar ese material de vídeo».

¿Qué posibilitó el proyecto?, ¿qué espacios creó o abrió?
«El proyecto duró tres años, aunque aún no está cerrado, el grupo creó una red que trabaja y comparte inquietudes. Propició que un montón de realidades dispersas se conocieran. La lucha de los artistas se fortaleció: el ver que hay personas en tantos países trabajando como tú te hace no sentirte solo.

El momento cúspide del proyecto se produjo en Gijón, en los encuentros de Cabueñes de 2009, eso nos dio la oportunidad de juntarnos físicamente, muchos tenían contacto a través del proyecto pero no se conocían cara a cara. La mayoría era la primera vez que salían de su país. Aquí se comenzó a componer un rap colectivo que luego se grabaría en otro encuentro en Barcelona. El hecho de que el proyecto fuera colectivo enriqueció las realidades de los participantes».

¿Hacia dónde va esta experiencia?
«Ahora el proyecto, aunque esté en standby, sigue nutriéndose a través de su blog. Además, contamos con la colaboración de la radio libre Rimas Rebeldes, ubicada en una fábrica recuperada en Argentina».

Mujer que migra (La Madeja nº 0)

Elena Rodríguez López.
Asturias Acoge

Cruza el océano, sueña, friega suelos,
investiga, mira las ofertas de empleo,
reflexiona, echa de menos, construye,
siembra, recoge los frutos, envía
cartas, pone copas, escribe poemas, se
prostituye, imparte clases, aprende
idiomas, dirige, te abre la puerta.
No es una mujer; son cientos,
miles. Presentes en cada rincón.
Transparentes como el cristal que
separa tu mundo del suyo. Invisibles e
imprescindibles.

Apuntes para una mirada feminista sobre la inmigración (La Madeja nº 0)

Eduardo Romero

Mariarosa Dalla Costa, feminista italiana que ha analizado las migraciones hacia las principales potencias europeas devastadas por la Segunda Guerra Mundial, relata en su libro Dinero, perlas y flores en la reproducción feminista cómo, ante el control que las mujeres habían conquistado sobre la procreación, «De Gaulle se dirige en 1945 a las mujeres francesas, pidiéndoles de manera desconsolada doce millones de bebés». Dalla Costa apunta entonces cómo la emigración argelina ocupa el vacío demográfico que ponía en peligro la reconstrucción posbélica en términos capitalistas. Esta interpretación de la emigración argelina como «política de repoblación» –añade Dalla Costa– no debe entenderse como mero «restablecimiento cuantitativo» de población sino como una estrategia del Estado para responder a las consecuencias que los procesos de autonomía de las mujeres pueden provocar sobre el modelo de desarrollo. Más que una «política de repoblación» es una política de «restablecimiento de la clase obrera: las mujeres argelinas llegaban con marido e hijos y seguían produciendo hijos, en sustancia destinados a la fábrica». La inmigración argelina a Francia se complementaba, por cierto, con la llegada de inmigrantes procedentes de Italia, España y Portugal. Dalla Costa insiste: «esta relación no hay que interpretarla en términos matemáticos sino políticos. (…) el nexo entre, por un lado, evolución demográfica desfavorable (a la que intentan poner remedio las medidas ‘incentivadoras’ de la natalidad y las expulsiones –o ulteriores marginaciones– de las mujeres del trabajo asalariado) y política de emigración, por otro, viene de antiguo, aunque los políticos rara vez lo hayan puesto en evidencia».

Dalla Costa afirma que el dominio estatal de los índices de fertilidad y natalidad es un asunto planteado por la economía política al menos desde mediados del siglo XIX, vinculado a las necesidades capitalistas de reproducción de la fuerza de trabajo. Después de la Segunda Guerra Mundial se amplía la «ajenidad de intereses» entre los Estados europeos –que pretenden impulsar el crecimiento demográfico– y las mujeres– que rechazan crecientemente «funcionar como apéndices de planes de desarrollo que las quieren garantes de una prole numerosa, sujetas a largas jornadas de trabajo en el hogar y en el campo, y en la fábrica, y en la oficina, y atadas y guetizadas en situaciones de dependencia personal». El abandono del campo y la ruptura con los poderes de mando vinculados a las relaciones familiares son parte de los procesos de conquista de autonomía por parte de las mujeres. Sobre todo en aquellos países –Francia, Alemania, Suiza– donde la clase obrera logra alcanzar salarios más altos y las mujeres rechazan de forma más contundente la procreación, la inmigración aparece como un instrumento para restablecer «una clase convenientemente disciplinada y con unas dimensiones adecuadas».

Ahora que, en el Estado español, tanto se habla de la Europa fortaleza y del cierre de fronteras, convendría recordar que en la última década la población inmigrante se ha multiplicado hasta alcanzar cifras superiores a las cinco millones y medio de personas. El crecimiento económico del PIB español, sobre todo a partir del año 2000, ha descansado sobre las espaldas de mujeres y hombres inmigrantes, utilizados como fuerza de trabajo precaria, vulnerable, desarraigada y sin derechos, en sectores muy intensivos en mano de obra, tanto de la economía legal como de la sumergida. Esta última alcanza porcentajes muy elevados. En el año 2008 el colectivo de Técnicos del Ministerio de Economía y Hacienda (GESTHA) afirmaba que la economía sumergida en España representaba el 23 por ciento del PIB y, en tiempos de crisis de acumulación del capital, es probable que ese porcentaje se haya incrementado.

Los diferentes dispositivos implementados a través de la legislación de extranjería para ejercer el control sobre la población inmigrante –renovaciones del permiso de residencia y trabajo vinculadas a conservar un empleo, controles policiales racistas, apertura de procedimientos de expulsión, internamiento de miles de personas en Centros de Internamiento de Extranjeros–, no son principalmente instrumentos de control de los flujos migratorios. Operan como medios para extender el miedo y la vulnerabilidad entre todo el colectivo, enseñando a este sector de la población, con contundencia, que la estrategia personal más adecuada para permanecer aquí es mantener una actitud sumisa y una presencia lo más invisible posible en los espacios públicos. En un contexto de envejecimiento de la población española y europea y de crecimiento, en la última década, de sectores económicos –construcción, turismo, hostelería, trabajo de cuidados– muy intensivos en mano de obra, la presencia de varios millones de personas en estas especiales condiciones de vulnerabilidad social, laboral y jurídica conforman ese «restablecimiento de la clase obrera» del que hablaba Dalla Costa. Las miserables condiciones de trabajo que se ven obligadas a aceptar estas personas empujan, además, hacia mayores cotas de precariedad al conjunto de la población. Mientras, la llegada de mujeres inmigrantes, con tasas de fecundidad más elevadas y una edad media de maternidad más temprana, contrapesan parcialmente la tendencia hacia un crecimiento vegetativo negativo.

El pasado mes de enero Felipe González intervino en la Conferencia Inaugural del Año Europeo de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social 2010. Sus palabras recuerdan a las de De Gaulle y son una buena muestra de las verdaderas necesidades del capitalismo español y europeo: «Necesitamos a las mujeres en el mercado de trabajo y en la lucha contra el declive demográfico. Tiene que acabar esa cultura absurda de no contratar a una mujer joven porque se queda embarazada. Contrátela, por favor, y sobre todo si se va a quedar embazada», señaló el político socialista entre risas de los asistentes. «Atención: dentro de 20 años nos faltarán 30 millones de activos y dentro de 40 años nos faltarán 50 millones de activos. ¿Cómo se resuelve eso? Ése es el desafío demográfico de Europa», señaló además el expresidente del gobierno español. El discurso habitual de instrumentalización de la población inmigrante en favor de las necesidades del mercado de trabajo queda aquí complementado por la instrumentalización de las mujeres como productoras de hijos e hijas para alimentar la fábrica europea.

«Sobre todo en aquellos países (…) donde la clase obrera logra alcanzar salarios más altos y las mujeres rechazan de forma más contundente la procreación, la inmigración aparece como un instrumento para restablecer «una clase convenientemente disciplinada y con unas dimensiones adecuadas».

El papel de las mujeresinmigrantes en Asturias

El 1 de septiembre de 2009 había en Asturias casi cuarenta mil inmigrantes con tarjeta de residencia. Prácticamente la mitad eran mujeres. Aproximadamente un cincuenta por ciento de las casi veinte mil mujeres inmigrantes con tarjeta de residencia, están incluidas en el Régimen Comunitario, por proceder de países de la Unión Europea.. Las 9.605 mujeres restantes se encuentran en el Régimen General. La mayor parte de ellas, más un número difícil de determinar de mujeres inmigrantes sin papeles –pero que también se cuentan por miles–, son las que sufren de forma directa los múltiples dispositivos estatales que constituyen la legislación de extranjería, bien por estar directamente amenazadas de expulsión, bien por encontrarse en el largo y tortuoso trayecto de renovaciones de su permiso de residencia.

Enseguida destaca un dato al analizar los sectores laborales en los que quedan encuadradas las mujeres inmigrantes: 2.300 inmigrantes, la inmensa mayoría mujeres y extracomunitarias, están dadas de alta en el Régimen Especial de Empleadas del Hogar. Es decir, el 14 por ciento de la población inmigrante dada de alta en la Seguridad Social en Asturias, está en este Régimen. Por el contrario, solamente lo está el 1 por ciento de la población autóctona. El caso asturiano –con sus sectores económicos tradicionales en crisis desde hace décadas y con un envejecimiento de la población aún más acusado– es especialmente destacado en este sentido, pues en el resto del Estado español es solamente el 9,19 por ciento de la población inmigrante que cotiza la que está en este sector. Otra actividad en la que trabaja un número muy importante de mujeres inmigrantes es la prostitución. El número de ellas en Asturias es difícil de precisar, pero algunas estimaciones lo sitúan entre las 1.800 mujeres y las 3.000. De ellas, el 85 por ciento son inmigrantes: la mitad, latinoamericanas, y la mayoría del resto son africanas y europeas del este.

Al número de mujeres adscritas al Régimen Especial de Empleadas del Hogar habría que añadir a otras muchas que trabajan sin contrato. La propia legislación sólo obliga a quien contrata a dar de alta a las trabajadoras que presten servicios por un tiempo igual o superior a las ochenta horas de trabajo mensuales. La base de cotización a jornada completa es de 728 euros, con una cuota a la Seguridad Social de tan sólo 160 euros, un 22 por ciento sobre el salario. De este porcentaje, un 18,30 por ciento lo debe cubrir el empleador y un 3,70 por ciento la persona empleada. En el caso de ser empleadas del hogar discontinuas –es decir, que prestan servicios para uno o varios hogares durante un mínimo de 72 horas mensuales–, la cotización se carga exclusivamente a la trabajadora.

Las ecuatorianas, paraguayas, colombianas y dominicanas son mayoría en Asturias en el Régimen Especial de Empleadas del Hogar. Y es que las mujeres representan más del sesenta por ciento de la inmigración procedente de América Latina, mientras que las africanas son solamente un tercio de la inmigración procedente de su continente.

Ante el desentendimiento de los hombres del trabajo de cuidados y la acelerada incorporación de las mujeres autóctonas al mercado de trabajo –en condiciones mucho peores que los hombres–, el papel de las mujeres inmigrantes como cuidadoras de personas dependientes y de hogares juega un papel cada vez más relevante. De hecho, en los Regímenes Especiales del Hogar y Agrario se han ido incorporando inmigrantes a lo largo de 2009, pese a la crisis: el número de trabajadoras creció en unas 140 personas en el Régimen del Hogar. Tras la espectacular destrucción de empleo en el sector de la construcción, se puede afirmar con más firmeza todavía que el perfil de la persona inmigrante que vive en Asturias no es la del hombre que construye casas o infraestructuras, o se dedica a la venta ambulante. Quizás son los perfiles más visibles. Pero las cifras iluminan los territorios en penumbra por los que transitan miles de mujeres inmigrantes dedicadas al cuidado.